Con “Eduardo Manostijeras”, Tim Burton firma uno de los cuentos de navidad más tristes y conmovedores de todos los tiempos.
“Eduardo Manostijeras” es una historia sobre el amor y la ternura, el miedo a lo diferente y el temor a sí mismo.
En un castillo sobre la colina vivía un inventor (Vincent Price) que quiso crear a un hombre. Le enseñó modales, le mostró lo que era el amor y el cariño, pero desgraciadamente murió antes de poder darle manos. Por eso el hombre tuvo que conformarse con tener tijeras en las manos, con imaginar lo que era un abrazo. Aun así, nunca dejó de querer y añorar a su creador, de creer en la bondad de las personas.
Cuando Peg (Dianne Wiest) llega a su hogar, al principio siente miedo, pero no porque esa mujer pueda hacerle daño, sino porque teme que él pueda hacérselo. Acostumbrado a vivir solo en la compañía de las figuras que recorta en el seto, Peg es su llave para bajar al pueblo, a una realidad que en un principio parece amable y cariñosa pero que se torna hostil e hipócrita con el paso del tiempo.
Y es que el ser humano es receloso por naturaleza, y al contrario que Peg no son capaces de ver la ternura que se oculta más allá de la extraña figura de Edward. Johny Depp hace aquí un soberbio trabajo, convirtiendo cada gesto, cada mirada, en una puerta hacia los sentimientos que este hombre inacabado nunca antes ha notado. Su alegría, sus inseguridades, su enfado, su necesidad de agradar y su miedo a no encajar, todo surge con naturalidad sin necesidad de demasiadas palabras.
Después aparece Kim (Winona Ryder), y el mundo empieza a evolucionar. Primero tiene miedo de Edward, se avergüenza de su torpeza, pero lentamente logra ver el bien que guarda y decide abrirle su corazón.
La ambientación y los detalles hacen que “Eduardo Manostijeras” se convierta en una película inolvidable
El pueblo es un lugar tranquilo, con casas iguales pero de distinto color, un lugar en el que todos los coches son del mismo modelo y salen camino al trabajo a la misma hora. Un hogar artificial que vive bajo la sombra de una colina negra, gótica, de la que surge un hombre también vestido de negro que cambiará sus vidas para siempre.
La música de Danny Elfman consigue aquí que las escenas brillen aún más, guiando los sentimientos de los espectadores como una montaña rusa. Los colores contrastan y las escenas se convierten en pequeñas obras maestras que no perderían su valor por separado. Todo encaja con una precisión maravillosa de principio a fin. Con la llegada del invierno el cuento se va oscureciendo más y más, logrando que en esta oscuridad la nieve destaque aún más. Los personajes van y vienen pero nadie puede apartar la vista de Edward, un Frankenstein de corazón puro que se mantiene en las retinas mucho después de que acabe la película.
En conclusión, “Eduardo Manostijeras” es una obra atemporal, una de esas películas que se pueden ver y disfrutar una y otra vez y una de las primeras recomendaciones que se hace cuando alguien busca algo diferente. Y es que, por mucho que pasen los años, es imposible no sentirse identificado con ese hombre que ansiaba por encima de todo poder abrazar y acariciar como todos los demás.
Frases destacadas:
Kim: “supongo que debería empezar por lo de las tijeras.”
Peg: “Qué te pasa?”
Edward: “No estoy acabado.”
Edward: “lo hice porque tú me lo pediste.”
Kim: “Antes de que él viniera no nevaba nunca.”
Peg: “Cuando traje a Ed a vivir con nosotros no me planteé lo que le pudiera ocurrir a él.”
Kim: “Abrázame.”
Edward: “No puedo.”