Mar. Mar 19th, 2024

Con motivo del reestreno de «El chico» en 4K vamos a desgranar las claves de esta obra magna en la filmografía del genio detrás de Charlot y que, aún hoy en día, podemos seguir disfrutando de ella.

El próximo día 6 se cumplen 100 años de su estreno y, por eso, la cuantía de salas (ni más ni menos que 89 en toda España) que han abierto sus puertas a la propuesta de A Contracorriente Films (pese a esta pandemia mundial) es de aplauso. Pues como decía el cahierista André Bazin: «[…] Si el cine no hubiera existido, Charlot habría sido un payaso genial, pero el cine le permitió elevar la comedia del circo y de la revista a cotas del mayor nivel estético». El mediometraje no es sino uno de los más bellos jamás filmados sobre la infancia. En él, podemos ver ciertas claves, bordando sus gags con maestría, posteriormente captando con la cámara sentimiento y emoción a partes iguales.

Un niño nacido el 16 de abril de 1889. Un hombre que ha logrado captar en la gran pantalla los sueños, reflejados siempre en el personaje de Charlot («Carreras sofocantes»), el gran sueño americano («El inmigrante») que vistos desde un punto de vista comunista que le encumbraría a la fama («Charlot en … Día de paga») años más tarde cantando a los espectadores por primera vez (escena final de «Tiempos modernos»), luego completamente con el sonoro («El gran dictador»). Quién iba a decir que un chico nacido en los suburbios de la Londres victoriana siguiera de actualidad en pleno 2021.

En el comienzo de esta particular obra ejemplifica como la pobreza y la caridad pueden enfrentarse en un mismo frame, no solo como denuncia indirecta, sobre la cual Ernst Lubitsch se inspirará con gran acierto en «Ninotchka» (1939) años más tarde, sino que nos pone en la tesidumbre de una madre (Edna Purviance) llena de dolor por abandonar a su hijo por falta de medios. El futuro de ese niño (Jackie Coogan) que cinco años después ha podido sobrevivir a partir de una vida (como vemos, llena de miserias) que recae en manos de un vagabundo (Charles Chaplin) en estado de gracia.

Buen ejemplo, en propias palabras de George Bernad Shaw: «el único genio que había nacido pantalla la gran pantalla» de lo que es y fue Chaplin en «El chico», un essential classic de 2021. Los motivos son diversos. En primer lugar tenemos diversos golpes de efecto. El arte del slapstick (conocidos popularmente como golpes visuales) llevado a la máxima , pura teatralidad plasmada en celuloide. «El chico» se ha ganado a pulso un lugar especial en el podio de las comedias clásicas de Hollywood. No solo por la innovación formal sino por las técnicas que se introdujeron en la Keystone (compañía dedicada a la comedia) a partir del año 1912. Antes había pasado por la Biograph, donde dio cuenta de su talento vodevilesco llevado a la pantalla. Fue devoto abierto de Max Linder (comediante francés de la época), de Marcelino Orbés (payaso internacional nacido en Jaca) y de Jean Renoir (director de cine) llevando el humor (elegante y lleno de nervio) a cotas inalcanzables de la comedia sofisticada.

En segundo lugar, sorprende su cuidada puesta de escena. Curtido entre la escena teatral y el music hall, Chaplin aprendió varias lecciones que llevaría a Nueva York, Mack Sennet, entre muchos, fue uno de los máximos responsables de lanzar al gran público a este genio británico al estrellato mundial. Después de 26 meses trabajando para Sennett Chaplin no seguirá abonado a esa comedia, una comedia cargada de filántropos, perdularios y violentos esquemas narrativos. La manía de jugar con el bastón se transformaría en  consolidado, una estrella (creado a partir de la fama del mítico personaje) que alcanzaría la fama en el año 1915. 

En tercer lugar, tenemos el potente personaje creado por Chaplin. Hablamos de Charlot. Creado a partir de atuendos tan sencillos como unos botines, un pantalón sucio y holgado, un bombín inglés, un bastón andarín y un mostacho de señor, gozó de bastante, bastante popularidad durante la década de los años 20 con multitud de imitadores: Billy West en Rusia o Raj Kapoor en la India. Años más tarde aparecerían falsos Chaplin en Italia (Totò), en Francia (Jacques Tati) o en México (Cantinflas). Pero ninguno de ellos ha podido estar a la altura del Chaplin original.

No podemos olvidar que en este clásico es de vital importancia el valor de la infancia y la figura paterna. Los mejores recuerdos que nos asolan la mente provienen de nuestra juventud, ¿cómo no sentirse identificado con nuestro niño interior? El personaje de Coogan está lleno de momentos que todxs hemos podido vivir en nuestra vida. Aquellas gamberradas de niños, haber sido robado los juguetes por otro niño o ser defendido por alguien mayor en una pelea callejera. Nunca antes se había conocido en ficción a un «padre» cinematográfico tan carismático. De hecho, es irónico que el propio Chaplin no pudiera ser criado por un padre, es aquí donde reside una de las interpretaciones más brillantes de su carrera. Si no existe un referente en la vida real, crea una versión propia.

Destaca la elección del joven actor Jackie Coogan. Tal y como se dice, la verdad cinematográfica es, en esencia, lo que desprende el joven Coogan en todos y cada uno de sus gestos, pues existe la realidad «real» y la realidad «cinematográfica». El mero trabajo de un ebanista en el momento de ponerse en la tesitura de «crear» un mapa mental, lo mismo para un pintor o diseñador gráfico actualmente.

Como bien decía Dziga Vértov cuandose refería al trabajo actoral sobre la necesidad de contar verdad en el cine: «[…] tienen la cámara de cine perfeccionada para entrar aún más en ese mundo invisible, para explorar y grabar fenómenos visuales de lo que está pasando ahora, que lo que sea tomado en cuenta en el futuro, no se olvida».

Es muy curioso que con su ópera prima conquistara el corazón del gran público. El chaplinismo llevado a la máxima expresión en una historia desarrollada en 68 minutos (en el año 1972 se redujo el metraje de la versión original a 50 minutos) con una introducción, un nudo y desenlace dignos del mejor Dickens, drama social en estado puro. Queda claro que con esta estructura narrativa clásica sobre la que diversos directores han construido sus historias para hacernos sentir, emocionarnos y entender cada una de sus películas: pues no es igual lo que se puede sentir en una comedia sin subtexto que una comedia llena de verdad. Lo que nos lleva al siguiente punto.

Este largometraje, cinematográficamente hablando, fue pionero en su formato. En 1920, la First National Pictures ya había producido y distribuido varios mediometrajes de Chaplin en USA: «Armas al hombro» (1918), «Vida de perro» (1918) y «Al sol» (1919). Pero hasta el año 1921 no fue que se invirtieron seis bobinas de película para rodar la película de Chaplin más ambiciosa hasta la fecha. Y aquí es cuando, en última instancia, entra en juego el preámbulo para rodar unos gags humorísticos sublimes acompañados por las acrobacias de Chaplin (momentos de pura actuación circense), momentos icónicos en los que varios puntapiés aseguran las risas flojas en el espectador. El humor de Chaplin evolucionó tan rápido que terminaría por adoptar la pantomima de Karno.

Ahora que han pasado cien años de su estreno, un siglo hablando en plata, este clásico regresa a los cines en un formato especial. Cuando el DCP (Digital Cinema Package) era una técnica menos conocida, disolución comprimida en 128bits, para los restauradores, se pudo descubrir que la disminución de la calidad visual es prácticamente imperceptible. Lo que hoy permite abrirse a nuevas audiencias, ya que el formato original (35mm) no permitiría la exportación a salas digitales. Y, el principal motivo por el que se convierte en una obra de arte es por su mensaje atemporal y universal le harán conectar con las nuevas audiencias, como hizo más tarde en «El Gran Dictador» (1940), prevalenciendo el amor hacia su hijo adoptivo, frente la parodia del discurso nazi de Adolf Hitler.

Tráiler de «El Chico» (1921)

Por Eduardo F. Gómez

Graduado en Comunicación Audiovisual. Contador de historias y amante de los sintes electrónicos a partes iguales. Considero que las sonrisas no deberían de tener límite alguno.

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