Película austriaca provocadora y fascinante, que reflexiona magistralmente sobre las consecuencias de la violencia en nuestra sociedad.
¿Jugamos?
Funny Games está dirigida por el magnífico y brillante Michael Haneke, quien se centrada en uno de sus temas predilectos, el impacto y las nefastas consecuencias de la gran oleada de violencia que nos llega a través de los medios de comunicación. Director sombrío y provocador, sea quizás uno de los más controvertidos de nuestra época.
Con un soberbio inicio donde una apacible y feliz familia juega a adivinar piezas musicales clásicas, se nos presenta a Anna (Susanne Lothar, ‘La Cinta Blanca’), Georg (Ulrich Mühe, ‘La Vida de los Otros’) y su pequeño hijo, Georgie, quienes se dirigen hacia su casa de veraneo para iniciar unas relajadas vacaciones a orillas del lago. Todo parece perfecto, se han citado para jugar al golf al día siguiente con sus agradables vecinos, el panorama no puede ser más prometedor. Pero esta tranquilidad se desvanece rápido. Un joven muy educado y servicial irrumpe en la casa porque la vecina de al lado necesita urgentemente huevos para cocinar. Con esta sencilla premisa inicia un juego escabroso y macabro que nos mantiene en tensión y alerta constante.
Nos sentimos casi tan perdidos como la familia, ¿Qué desean los recién llegados, que significa su comportamiento tan singular y extraño? La respuesta acontece cuando, tanto ellos como nosotros, somos conscientes de que les acaban de secuestrar en su propia casa. A partir de ese momento comienzan a desarrollarse una serie de mecanismos crueles y despiadados sin un objetivo o finalidad concreta, simple y exclusivamente entretener. Pero…¿Entretener a quien? El verdadero juego, y la gran innovación de la película, reside en que no es sólo una diversión corriente de dos dementes, es una distracción que incluye al propio público.
La tortura psicológica se manifiesta con sutil elegancia. Los hechos van fluyendo hasta ir encajando todas las piezas del puzzle, un accidente imprevisto y accidental les deja incomunicados, un golpe atestado en la rodilla inmoviliza y paraliza al cabeza de familia, todos y cada uno de los actos están minuciosamente premeditados.
Insensibles protagonistas
Los dos personajes principales de la historia son los secuestradores. Son personajes enormemente estereotipados; el líder inteligente y carismático, Paul (Arno Frisch), y su fiel acompañante, torpe y bobo, Peter (Frank Giering). Sólo son representaciones de la violencia injustificada, no se rigen por ninguna norma ni patrón establecido, y esto provoca una angustia e inquietud incomparable a cualquier otra.
Funny Games no trata sobre ahondar o profundizar en los protagonistas, no importa la caracterización, se trata de representar un personaje universal para lograr explicar un fenómeno tan difundido. Por ello tampoco existen motivos que expliquen sus comportamientos. Cuándo Peter explica como Paul se comporta de ese modo porque sufría abusos de pequeño, no es más que una respuesta prefijada de antemano, es la causa que utilizamos para comprender e, incluso, justificar sus actuaciones. Se burlan de las normas establecidas, para mostrarnos que no siempre existen explicaciones lógicas para todos los comportamientos. Siempre se busca un patrón social para interpretar la conflictividad.
Guiños al espectador
«¿Estáis de su parte? ¿Por quién apostais?»
Con el primer acercamiento al espectador, a través de un sutil guiño, la reacción es de confusión y desorientación, ¿Se ha dirigido a nosotros? O, ¿Acaso a su compañero, situado detrás de él? Esta sensación de perplejidad se intensifica cuando el secuestrador, si, el secuestrador nos habla directamente a nosotros, incorporándonos a la demente partida. Ahora somos un jugador más, somos cómplices directos del criminal, nos toca posicionarnos y escoger, se suprime el papel pasivo del público, limitado hasta el momento a observar.
Funny games altera la pasividad y apatía ante las dosis de violencia gratuita. Ya no eres neutral e impasible, no puedes limitarte a mirar e, incluso, sentir esa indolencia con el sufrimiento ajeno. Haneke dice basta, ahora debemos involucrarnos y responsabilizarnos. La enfermiza y degenerada sensación de encontrar placer en el dolor ya no queda impune. Aparte del malestar, la tensión, la angustia o el rechazo, por encima de todo ello, debemos hacer frente a un nuevo sentimiento, la culpabilidad. Somos indudablemente responsables de las sensaciones de fascinación, seducción o regocijo que pueda provocarnos la película.
¿Dónde está el mando a distancia?
La otra escena de ruptura y novedad es el conocido momento del mando. Cuando las cosas parecen perdidas y no parece existir salida posible, se da una vuelta a todo lo establecido y la madre se apodera del rifle y consigue matar a uno de los asesinos. En ese momento nos recorre una sensación agradable, de victoria incluso, los buenos vuelven a tomar el control. Celebramos la muerte de uno de los secuestradores, ¿No es un sinsentido en sí mismo, cuando momentos atrás criticábamos y renegábamos de tales acciones? Aplaudimos ante un crimen, y sólo a través de rebobinar la acción nos percatamos de la manipulación en la que, sin saberlo, nos han atrapado.
Esta escena tiene la finalidad implícita de controlar al público, de recordarnos, una vez más, que nos hallamos ante una grabación irreal. El acto de borrar los acontecimientos nos recalca que no hay escapatoria, que por mucho esfuerzo que acometamos no vamos a encontrar alternativa, no podemos hacer nada contra un final fijado de antemano. La escena final del cuchillo enfatiza esta teoría. Haneke rompe todas las leyes cinematográficas.
El acto de rebobinar también hace referencia a la actuación de una gran parte de la sociedad. Contemplamos una violencia que en apariencia nos repele y desearíamos olvidar, pero un sentimiento más poderoso nos inclina a rememorarla, a echar para atrás la cinta y volver a verla.
Mundo ficción-realidad.
»Lo difícil no es volver del mundo de la antimateria a lo anti real, es restablecer la comunicación.»
No podemos excusarnos en la identificación, en que nos metimos demasiado en la piel del otro, la película se encarga de recalcarnos que lo que estamos viendo no es real, que los personajes son meros actores interpretando sus guiones. Todas aquellas sensaciones que nos producen las secuencias son producto de nuestra mente, ya no podemos responsabilizar a otros por ser incapaces de apartar la vista de la gran pantalla, por regodearnos con la dureza y el ensañamiento.
La ficción no es real, con esa idea, ahogamos nuestros sentimientos de culpa, no nos responsabilizamos por las sensaciones que nos provoca la violencia, porque lo que estamos viendo es imaginario, solo existe tras la pantalla. Pero de lo que no somos conscientes es que a veces la línea que separa realidad e imaginación es tan tenue, que incluso es imperceptible.
¿Quien posee verdaderamente una mente enfermiza, los dos protagonistas, el director de la película o quizás seamos nosotros, los espectadores, que somos capaces de encontrar divertimento en unos juegos de tal calibre?
Objetivo final
El distanciamiento y la frialdad con el que está tratada la película sólo la hace más introspectiva. Frente a la crueldad de la historia, observamos las cuidadas imágenes y planos altamente artísticos, es una violencia más implícita que explicita, acentuada toda ella por un fuerte contraste musical.
El objetivo final de esta innovadora técnica, reside en sensibilizarnos y hacernos reflexionar sobre la dureza de las imágenes que se nos han expuesto. La violencia nos atrae y fascina, es un hecho innegable. Pero sólo lo mostramos en los momentos que no nos sentimos bajo el control exhaustivo de la sociedad. Solos ante la película, ya no existen normas sociales que acatar, lo que nos permite contemplar la violencia directamente de frente, nos resguardamos en el gran muro de separación que supone la gran pantalla. Debemos hacer frente a imágenes desagradables y angustiosas que nos repelen y repugnan a partes iguales, pero de las cuales somos incapaces de apartarnos, nos sentimos tentados y seducidos como si una fuerza mayor nos obligará a permanecer en el sillón.
Criticar la violencia a través de la propia violencia, quizás sea uno de los métodos más eficaces para hacernos pensar y recapacitar. ¿Cuál es el verdadero juego de la película, los escabrosos divertimentos de los dos protagonistas o el juego que el director realiza con nosotros, los espectadores, es decir, la manipulación y el engaño al que nos vemos sometidos?.