«La matanza de Texas» será objeto de un homenaje en la presente edición del Nocturna 2014 a la que asistirá el propio realizador coincidiendo con su aniversario
Hace 40 años se estrenó una de las películas más influyentes y que más han aterrorizado al mundo en toda la historia del cine. En Videodromo aportamos nuestro granito de arena a la efeméride.
Contexto histórico del clásico de Hooper
1974. Nixon se convierte en el primer presidente la historia de los EEUU en dimitir de su cargo, dejando paso a Gerald Ford. La crisis del petróleo y la guerra de Vietnam tenían al país norteamericano sumido en un ambiente caótico y de desesperanza. Las revueltas pacifistas eran reducidas de modo cruento y el buenismo hippie había ya dado paso a las locuras sanguinarias de la familia Manson tan solo 5 años atrás. La economía no pasaba por sus mejores momentos y mucha gente emigraba de la ciudad al campo, dejando a aquella sumida en una profunda escasez industrial y de servicios que animaba al sector activo de la población, desganado y sin perspectivas de futuro, a dejarse llevar por la delincuencia y las drogas. 1974 también fue el año en que se estrenó «El Padrino II», «La Conversación», «El Coloso en Llamas» y «La Matanza de Texas».
El origen del clásico del terror
Tobe Hooper nace un 23 de enero de 1943 en Austin, Texas. Su padre, Norman, era propietario de un cine en San Angelo y, a su vez, gran cinéfilo. Cuando Hooper contaba con 9 años de edad encontró una cámara de 8mm que pertenecía a su padre y con la que ya empezó a hacer sus pinitos, realizando una serie de cortometrajes mudos. Con solo 15 años ya realizó su primer corto sonoro, llamado «The Abyss». Estaba claro que todo este background haría que su vida profesional fuese encaminado en alguno de los aspectos artísticos de la industria cinematográfica norteamericana, y así fue, comenzando a producir algunos documentales bastante reconocidos como el basado en el grupo folk Peter, Paul & Mary o películas que ya contenían brillo autoral como Eggshells, sobre la decadencia del movimiento pacifista pero envolviendo una historia sobrenatural. Llego a ganar un premio en el Festival de cine de Atlanta, pero nunca llegó a ser exhibida en las salas comerciales. 5 años más tarde, en la ya citada fecha de 1974, Tobe Hooper se convirtió, sin proponérselo siquiera, en el director más influyente de la historia del cine de terror con tan solo una película, «The Texas Chainsaw Massacre».
La obra de Ed Gein llevada a la gran pantalla
Fascinado por la demente historia del asesino en serie Ed Gein, un pobre redneck maltratado y vejado por su madre que, tras la muerte de esta, decidió matar a un buen puñado de mujeres a las que desollaba, comía, e incluso usaba sus pieles para tapizar los muebles de su casa, Hooper decide llevar a la pantalla una película basada en esos crímenes más que en la figura propia de Gein. Hace el guión en tres semanas junto a su amigo Kim Henkel, y lo que sigue es un embrollo de socios, productoras, contratos basura, porcentajes abusivos y una ristra más de infortunios que, sinceramente, no merece la pena detallar. Podemos decir, a modo de resumen, que cuando terminaron de rodar la película, todos los inversores habían recuperado su dinero -y se habían llevado su parte de los beneficios- y de pagar todo lo que tenían que pagar, el equipo de producción de «La Matanza de Texas», que superaba las 20 personas, recibió poco más de $8.000 a repartir. Excelente, sin duda.
Os podéis imaginar que el rodaje fue un infierno. Duró cuatro semanas, entre el 15 de julio de 1973 y el 14 de agosto de ese mismo año y las localizaciones se repartieron entre Austin, Round Rock y Bastrop. El equipo trabajaba entre 12 y 16 horas al día, aguantando temperaturas que llegaban a alcanzar los 37 grados con una humedad exasperante. La granja propiedad de Leatherface -el famoso ‘cara de cuero’ de la película- estaba repleta de huesos de animales; el suelo estaba cubierto por animales en descomposición y los muebles estaban tapizados con su piel. La historia de como un grupo de jóvenes es masacrado por una familia de matarifes estaba terminada, por fin.
Se estrenó a duras penas y con el sambenito de película explícitamente violenta, desagradable y repulsiva. En Inglaterra, directamente, se prohibió su estreno y en los EEUU los menores solo podían verla si iban acompañados de un adulto. Sin embargo, su éxito comercial fue apabullante. Llegó a recaudar más de 30 millones solo en los EEUU, convirtiéndose en la película independiente más rentable de la historia, hasta la llegada de la noche de «Halloween» de John Carpenter. El apartado crítico fue bastante dispar, aunque todos coincidían en aplaudir la eficacia de Hooper a la hora de realizar un producto que produjese puro terror en el espectador.
«La Matanza de Texas» forma parte de la vida de todo aficionado al cine de terror
Sus pases en TV en la época de los 80 eran recibidos por los niños y jóvenes como algo prohibido y fascinante. Al día siguiente, en el patio de colegio o instituto, se arremolinaban para contar las atrocidades que habían cometido esa panda de desalmados sucios, feos y asquerosos psicópatas, entre aspavientos, gestos de asco o incredulidad. “A una la enganchan en un pico de carne”, “a un tío en silla de ruedas lo parten por la mitad con una sierra”… eran algunas de las perlas que soltábamos. Año tras año la leyenda crecía y crecía, hasta que se nos quedó enquistada en memoria, incluso deformando su verdadera naturaleza: La Matanza de Texas es una película muchísimo menos sangrienta de lo que parece y eso es un gran mérito. Mérito, por una parte, del director de fotografía, que usó una película que necesitaba mucha más potencia que la que la luz de los focos le daba, lo que llenaba la imagen de grano, de suciedad, de polvo y de inmundicia; y mérito de Hooper, que maneja el encuadre y el punto de vista de un modo absolutamente magistral. Las asfixiantes condiciones de rodaje también tuvieron que ver en el resultado final, por supuesto, como antes ya hemos citado. Todo ello, junto con la creación de uno de los iconos más grandes que ha parido el cine de terror, Leatherface, hace que «La Matanza de Texas» sea una de las películas más importantes no ya del género, sino de toda la historia del cine.
El legado de «La matanza de Texas»
Es interminable. No solo dio origen a que la sierra mecánica se convirtiese en el instrumento preferido por los villanos de las películas de terror más violentas para ejecutar sus crímenes, sino a multitud de secuelas, una de ellas dirigida por el propio Hooper. «La Matanza de Texas 2» fue una secuela incomprendida, pues, lejos de repetir la fórmula, el director apostó por una sátira que coqueteaba con la comedia, lo que no sentó nada bien al fan más encallecido. Las secuelas posteriores son tan lamentables que no merecen ser reseñadas, incluida una protagonizada por el ahora renacido Matthew McConaughey y, atención, Renée Zellweger, «La Matanza de Texas: La Nueva Generación», que no servía ni como papel para envolver fritanga, y una reciente en tres dimensiones. Tan solo el remake dirigido por Marcus Nispel es digno de reseñar -muchos lo odian, pero no seré yo-.
Y es un clásico porque…
Todavía hoy, tras más de 40 años de su estreno, «La Matanza de Texas» es lo más parecido a tener una pesadilla sin estar dormido. No ha perdido ni un ápice su espíritu transgresor, ese salvaje espíritu que tienen las obras hechas in extremis y que parecen que te escupen la rabia desde la pantalla del televisor. Tiene algo de alucinógeno en su ritmo y en sus paisajes. Los contraluces y el color mortecino de su fotografía arrebatan los sentidos al espectador que asiste, acongojado y desvalido, al museo de horrores que al que someten a ese grupo de jóvenes que, un día, deciden ir a ver la tumba del abuelo de uno de ellos. Queda, además, como la película de terror que más terror produce con tan solo nombrar su título. Haced la prueba. Hablad del largometraje en un entorno no cinéfilo. La mayoría no la habrá visto porque, sencillamente, no se atreve. Incluso los fans más jóvenes, acostumbrados a productos mucho más estomagantes, cuando asisten a su primer visionado, reconocen que tiene algo que perturba, que molesta, que se te queda en el cerebro como un tumor del miedo que crece y crece y que solo se calma intentando olvidarla. Pero es imposible. «La Matanza de Texas» es eterna, es legendaria, es un mito viviente. Haberla visto es un castigo y, a la vez, una bendición. Si aún no habéis tenido la oportunidad de vivir semejante experiencia, no sé a qué esperáis. Será algo que no olvidaréis en vuestra vida.