A pesar de compartir título, la cinta de Sturges es muy diferente a la que Fuqua estrena estos días.
Uno de los rasgos más definitorios (problemático, dirán algunos) de un género como es el western es la continua evolución que ha mutado su esencia a lo largo de la historia. Desde el primerizo sentido patriótico, que reflejaba la lucha por establecimiento en un territorio considerado hostil y daba lugar a la gestación de la figura del cowboy, hasta los violentos espectáculos contemporáneos que nos brindan directores como Quentin Tarantino en «Django Unchained» (2012), el western ha mostrado su lado más ético (en tramas que ponían en juego el bien y el mal), así como su potencial como material de gran fuerza visual.
De esta forma, no podemos sino tomarnos el reciente estreno de «Los siete magníficos» (Antoine Fuqua, 2016) como la descendencia maldita (y no por ello desgraciada) del filme que John Sturges presentaba en los años sesenta bajo el mismo título. Y es precisamente el concepto de “remake” el que nos lleva a desenterrar el filme original, pues a raíz de su reseña podemos analizar de una forma más minuciosa la implicación del western en la Historia del Cine o, mejor dicho, en la fenomenología que gira alrededor de los géneros cinematográficos.
Nuevos sentidos, revisiones y la influencia de Akira Kurosawa en el western americano
Que la cinta de Sturges, como punto de partida, date de 1960 es ya uno de los rasgos más importantes a tener en cuenta a la hora de repasarla. En la historia del género en cuestión, la mitad de siglo implica cambios notables en su concepción, pues la aparición casi coetánea del spaghetti western de la mano de directores como Sergio Leone denota un rumbo distinto en el sentido que el western acoge con respecto a los elementos que le habían caracterizado desde sus primeros años. Los cincuenta y sesenta son, entonces, el fin de un tiempo para el western y, más concretamente, para el western de directores como John Ford, que ven como el héroe de la frontera cae al saco de los seres desalmados que utilizan la violencia como respuesta ante cualquier estímulo. Así, el escenario que un día acogía la lucha entre el bien y el mal por tal de mostrar el sentido justo sobre el que se asentó una nación, se convirtió en un paisaje bañado por la sangre de aquellos que intentaban defender sus vidas.
«Los siete magníficos» (1960) es entonces el reflejo de toda la tradición establecida hasta la fecha, pero también un lugar en el que se entrevén los primeros rasgos del western moderno. Un cruce de caminos entre los héroes clásicos, que luchaban por el bien del pueblo, y unos recién llegados que mostraban el lado perverso de vivir en el oeste americano. La trama, en la que un grupo de hombres defiende a una comunidad asediada por un villano que se aprovecha de su debilidad (de aquí el sentido maniqueísta), expone de un lado la idea de justicia tradicional del cine clásico, haciendo de sus personajes seres humanos capaces de sentir compasión por aquellos a los que ayudan, así como individuos reflexivos respecto a su condición de guerreros: incapaces de llevar una vida tranquila, establecerse o crear una familia (tal y como comentan entre ellos en una escena que refleja la melancolía de su existencia). Esta toma de consciencia por parte de los protagonistas muestra como los que un día fueron héroes, son ahora vistos como meros asesinos que aniquilan a individuos designados como enemigos por otros para ganarse la vida. Un sentido, en definitiva, que cambiará paulatinamente el punto de vista ideal que se tenía de un arquetipo durante el período clásico, dando rienda suelta a la incursión de formas que encaran las cintas hacia espectáculos de violencia que se manifestarán con mayor libertad algunos años después, con directores como Sam Peckinpah («The Wild Bunch», 1969) o Robert Aldrich («Ulzana’s Raid», 1972).
Un punto importante a tener en cuenta en los cambios que Sturges aplica al género parte de un hecho tan simple como lo es el remake (tal y como sucede en nuestros días), como resultado de la influencia cinematográfica extranjera. El filme de Akira Kurosawa «Los siete samuráis» (1954) es la base sobre la que se establece el hilo argumental de éste western y lo hace bajo el sentido que el director japonés en cuestión utiliza para su obra.
Kurosawa contextualiza su obra en la historia de su país, poniendo en primer término a la figura del samurái. Las tramas de su filmografía (que se centran en dicho personaje) están repletas de pasiones entre sus personajes, causantes de acontecimientos violentos que, además de dar lugar a grandes espectáculos visuales, reflexionan acerca de lo sucedido llevando a cabo juicios de valor que ponen en juego cuestiones éticas y morales. Un buen ejemplo de ello es «Harakiri (Seppuku)» (1962), en la que un samurái que ha decidido quitarse la vida recapacita en el último instante aun sabiendo que el simple hecho de hacerlo obligará a los demás guerreros a llevar a cabo la empresa por él. Una trama, en definitiva, que establece reflexiones dentro de la trama (en relación a los sucesos), pero también fuera de ella al analizar las ideologías de un tiempo pasado y el valor que éstas realmente podían llegar a tener bajo un punto de vista frío. De este modo, Kurosawa, a la vez que construye relatos cargados de tensión narrativa, revisa el pasado histórico de su país mediante el cine, un hecho que inevitablemente enlaza con lo sucedido en el western de mitad de siglo: Los valores que el héroe del oeste refleja se pierden como resultado de una mirada crítica, que desvirtúa y suprime todo lo que un día le llenó de gloria.
No es de extrañar, en ese sentido, que años más tarde Sergio Leone utilizara un filme como «Yojimbo» (1961) para establecer el motor argumental en «Por un puñado de dólares» (1964), pues no sólo contaba con ser un largometraje que podía disfrazarse de otros géneros, sino que además ofrecía un trasfondo en el que se estudiaba la ética de un personaje cuyos intereses monetarios le llevaban a cometer actos de cuestionable moralidad. De este modo, y en definitiva, el sentido con el que un director como Kurosawa gestaba su obra muestra una influencia importante en las nuevas prácticas del western moderno, que prefería pasiones salvajes como la venganza y la ira que nacían de acontecimientos pasados (tal y como sucede en filmes como «Los canallas duermen en paz» (1960), del mismo Kurosawa) a la habitual lucha justiciera entre el bien y el mal que caracterizaba al Oeste del período clásico. Los héroes desaparecieron entonces, y el territorio se llenó de monstruos carentes de compasión que querían abrirse paso en un escenario tan hostil y caótico que incluso llegó a adoptar la apariencia de un mundo apocalíptico en filmes como «The Shooting» (Monte Hellman, 1966).
«Los siete magníficos» es, finalmente, un largometraje que se encuentra (física y psicológicamente) en un terreno fronterizo que cambia constantemente y, en consecuencia, hace cambiar a aquellos que lo habitan, mutando su existencia y razón de ser desde un sentido ético hasta uno más pasional que, en el cine contemporáneo, nos brinda espectáculos sangrientos tales como los que promete el filme de Antoine Fuqua.