Veinte años después de la muerte de Krystoff Kieslowski, se reestrena el once de marzo en cines su fascinante trilogía “Tres colores”
Haciendo el salto a la Europa occidental, después del interesante desafío dual entre la decadencia comunista y la capitalista en “La doble vida de Verónica” (1991), el cineasta polaco Krystoff Kieslowski, ya consagrado con su poderoso “El decálogo” (1990-91), realizó su última gran obra antes de su muerte hace 20 años. Este aniversario es el motivo por el cual se ha decidido restrenar en cines “Tres colores”, una trilogía dividida en los tres colores y lemas de la bandera francesa. Libertad, igualdad y fraternidad. Azul, blanco y rojo. Esta es la última joya que nos dejó un cineasta con una introspección reflexiva y un mimo auditivo y visual que nunca podremos olvidar.
Tres colores: Azul
En la aparición abrupta de la desgracia se mueve el primero de los relatos del cineasta polaco. Ante la irremediable pérdida de sus seres queridos más inmediatos, Kieslowki se adentra en la indagación de una mujer, la espectacular Juliette Binoche, que se ve perdida en la inconmensurable inmensidad de sus más confusos sentimientos. Con un tono azul que domina buena parte del metraje, la poesía visual y el simbolismo se erigen como uno de los ejes que sustentan la exploración del alma desolada, la insatisfacción de querer seguir con vida pero al mismo tiempo el descubrimiento de un mundo externo capaz de lo mejor y de lo peor, pero que siempre pedirá de ella que le deje un atisbo de libertad para poder desarrollar su propio modo de vida. Abundan los artificios, el colorido y el uso de la música están totalmente al servicio de reforzar la psique de su protagonista, y el resultado es una mirada que se desliza por sus emociones, que nos acompaña en su aventura y que nos apela a los sentidos más recónditos del alma. Una música que sirve como nexo entre un marido muerto, una viuda, una amante, el surgimiento de una nueva vida y el gozo que supone la mera creación artística. Y es que esta ambiciosa película que fusiona en su forma la naturalidad que irradian sus actores y el despliegue técnico de la mirada lírica de su realizador y que se llevó el León de Oro en Venecia en el año 1993, supone todo un estudio del renacimiento emocional, el conflicto ante el deterioro mental de la familia, el perdón, la redención y sobre todo, la confianza en entregar lo mejor de uno mismo hacia aquellos que quizás más lo necesiten. Una lección de cómo emplear la herramienta cinematográfica para hablar a los coetáneos del estado de salud de una sociedad compuesta por seres humanos.
Tres colores: Blanco
Con el tema de la igualdad deambulando de fondo, nos sumergimos en una historia de amor/odio que se inicia en un juicio donde una de las dos partes se siente discriminada ante el juez por no saber desenvolverse en lengua francesa. De nuevo, como “En la doble vida de Verónica”, volvemos a experimentar la dualidad de dos mundos contrapuestos (Polonia y Francia) pero al mismo tiempo tan cercanos movidos por la ambición y el deseo. Los tonos pálidos, resultan una constante dentro de un velo blanco que se mueve por la tristeza, la melancolía, la frialdad pero también en la metáfora del éxtasis sexual en una escena en la que comprendemos el único instante de felicidad de una obra profundamente pesimista.
La abertura del bloque comunista al capitalismo, el maltrato del eje capitalista sobre el extranjero y la incomunicación y la falta de empatía entre seres humanos serán los cimientos de una película que reflexiona sobre la ambición monetaria, la amistad, el amor y la sed de venganza. Todo ello envuelto por la habitual poesía visual de su director, con elementos auditivos que refuerzan el poder evocador de sus imágenes. Un relato que se siente cubierto por la pesadez de la nieve como símbolo inequívocamente frío y lastimero de su protagonista pero que recobra fuerza en consonancia con los sentimientos encontrados al aparecer en pantalla el fatal personaje al que da vida una entregada Julie Delpy.
Tres colores: Rojo
La fraternidad entre personajes tanto dentro del relato como en un plano metafórico global de la trilogía como intuimos en sus secuencias finales, es el tema de fondo de la última obra que nos dejó el realizador polaco al que rendimos homenaje. De nuevo el despliegue cromático toma reminiscencias de filmes pasados. Así pues, el detonante de la acción, con un tono blanco nos deja entrever esa sensación de igualdad que siente la protagonista con un pobre perro al que acaba de dañar y al que siente en su dolor como un igual. Pero sin duda, será el rojo la decisión cromática imperante, recayendo en la joven Valentine un carácter totalmente empático que se aleja mucho de los demás personajes tratados en los dos trabajos anteriores. Quizás también estemos ante la cinta más introspectiva tanto en lo personal de sus protagonistas como en la exploración en el conocimiento de lo ajeno, la capacidad de poder tomar decisiones que acarreen consecuencias para con los demás de manera totalmente premeditada, viviendo casi una personificación entre el juez jubilado y el propio director como creador de historias bajo la mirada curiosa de una joven muchacha que cree poder ordenar el ritmo de su propia existencia.
La eterna duda en la interferencia en la vida ajena entre actuar de manera correcta o seguir las imperiosas necesidades que nacen del rencor de lo más recóndito del alma humana, acaba cultivando un cuento moral cuyo color rojizo y su cándida protagonista contrastan con la frialdad de un mundo contaminado.
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