La película de Salvador Calvo busca hacer de Los Últimos de Filipinas una especie de Apocalypse Now meets El Álamo y acaba haciendo un producto irregular.
El cine español sigue teniendo una cuenta pendiente con la Historia de nuestro país. «1898: Los Últimos de FIlipinas» quiere ser un intento de realizar cine bélico centrado en un controvertido episodio nacional, de los que Galdós era especialista. Pero el problema es el que siempre ha lastrado este tipo de cine en nuestro país: la ideología. Da igual hacia donde tienda esta, la ideología se mete en todas las capas de la revisión histórica filmográfica y acaba haciendo productos de glorificación o de denuncia. Y, pese a la voluntad de Calvo, de buscar una neutralidad lo cierto es que, las decisiones narrativas que obligan a tomar partido por uno de los personajes, acaban alargando en demasía la película y otorgándonos momentos sonrojantes como el cura fumeta y acaban sirviendo de aleccionante moral más que de película bélica. Puede entenderse esta opción cuando la anterior película sobre el tema es la de Antonio Roman de 1945, obra de glorificación patria al servicio de la dictadura de Franco. Pero cuando explicitas tanto una postura al final se acaba haciendo un ejercicio de justificación, que es lo que pasa en buena parte del metraje.
Nada que objetar a algunos de los actores. Luis Tossar, en su papel del teniente Martín Cerezo, está sublime. Su representación de un hombre aislado, sin apoyo sobre el que ejercer una autoridad, basado estructuralmente en una de las principales fuentes historiográficas que nos han permitido conocer lo acaecido en Baler como es su propio diario personal, es sólida, convincente y sobre todo veraz. Como la del capitán Enrique de las Morenas interpretado por Eduard Fernández que sigue en estado de gracia actoral. Del mismo modo Carlos Hipólito como médico del destacamento. Pero a partir de ahí poco más. Y es curioso que el lastre recaiga sobre todo, en los personajes que son un invento total. Un siempre solvente Javier Gutiérrez acaba sobreactuando demasiado, buscando dotar a su personaje de una paranoia que la propia configuración del filme no muestra como debería, o un Karra Elejalde que se convierte en una parodia de sí mismo. Su papel de franciscano, iluminado a través del opio y que busca iluminar al protagonista sobre el que recae el peso narrativo de la historia, es de sonrojo y lo único que aporta es un desequilibrio brutal en la película, cuyas partes inicial y final están muy bien hechas y beben del puro género bélico. Así, del mismo modo, el personaje protagonista, interpretado por Álvaro Cervantes, acaba siendo una amalgama de muchas cosas: empieza como soldado ejemplar, pasa por ser un sosias de Martin Sheen en «Apocalypse Now» y acaba siendo un poco todos los personajes, dejando a los secundarios un mero papel de genéricos que no aportan ni matices ni profundidad.
Y, como hemos dicho, la primera parte de la película, con la llegada del destacamento a Baler y la organización de las tropas en la defensa del mismo, está muy bien hecha y es digna del mejor género bélico, como la escena de la incursión en terreno enemigo o de las diferentes escenas de guerra. Del mismo modo, que las escenas de cotidianidad y de progresiva pérdida de fuerzas que la falta de alimentos y vitaminas produce en los soldados (las escenas que muestran como el beri beri empieza a hacer estragos en la Iglesia, por ejemplo), nos aportan el contrapunto necesario al belicismo anterior. Lo mismo pasa con las escenas finales, en las que se muestra la defensa final. La salida del destacamento escoltado y recibido por una Guardia de Honor por parte de ejercito filipino movilizado por el Katipún, hace de perfecto epílogo en el que mostrar que las guerras se rigen por un código de honor diferente al de la paz y que, vencedores pudieron ser vencidos y viceversa. Pero, parece que el complejo a hacer una película disfrutable como mero ejercicio de acción histórica, todavía sigue mal visto. El miedo a que se nos tilde de fachas o de rojos dependiendo de hacia donde tire la moralina, acaba lastrando cualquier intento de película en el que se limite a mostrar de manera más o menos lúdica o más o menos fiel, lo que pasó en un determinado período histórico y que fue relevante para España (tanto para bien como para mal). Siempre se ha de dejar claro que la película no está hecha para glorificar un pasado, o una bandera o un período bélico. Y ese deseo de justificar es el que desequilibra a «1898: Los últimos de Filipinas», haciéndola irregular por su excesiva muestra de un antibelicismo que ya está explícito e implícito en los propios personajes reales que tomaron parte. En este sentido es mucho mejor ejercicio el episodio que los hermanos Olivares guionizaron y crearon para el «Ministerio del Tiempo», mucho más entretenido a la postre que esta irregular película.
Frases destacadas:
- Carlos: Ellos luchaban por su libertad, nosotros por defender las ruinas de un Imperio.
- Martín Cerezo: A mí me da igual morir aquí. En España no me espera nadie.
- Fray Carmelo: Con esto no sientes dolor. Ninguna clase de dolor
- Enrique de las Morenas: A partir de ahora dependemos de nosotros mismos.