Cinta extrema y experimental de mano de un F.J Ossang que presenta su primer trabajo en salas españolas
F. J. Ossang ha sido un nombre casi desconocido en nuestro país hasta este mes de abril. Tras su victoria siendo considerado el mejor director del pasado Festival de Locarno, característico por su arriesgada programación de aire experimental, «9 dedos» parece haber sido el punto de inflexión que el cineasta necesitaba para despertar el interés de los españoles. Por motivo de su estreno en salas comerciales por parte de la distribuidora Capprici, hemos podido disfrutar de una retrospectiva íntegra de su carrera en Filmoteca Española, así como de preestrenos de este su último trabajo en presencia del director en diferentes cines de Barcelona, Santiago o Gijón.
Cine en actos
Dividida en tres actos, «9 dedos» nos inmiscuye en sus inicios dentro de una alucinada banda de mafiosos en las que el protagonista acaba atrapado dentro de una espiral letal. Estos compases nos rememoran a un cine pasado. Los ecos del neo-noir de Jean-Pierre Melville de «Le doulos» (1963) se respiran en el gélido túnel en el que se desarrolla la acción fortuita que desencadenará las desventuras de Magloire. A su vez, sus improvisadas huídas y la aparente falta de lógica en la comunicación delicitva nos retrotrerá a los primeros filmes de Jean-Luc Godard. Del mismo modo, la presentación en forma de roles arquetípicos cargados de sorpresas y personalidad nos llevará incluso a pensar en el folletinesco serial de Louis Feuillade «Les vampires» (1915). Ossang demostrará en este primer acto un conglomerado de cine francés que además jugará incluso con los recursos formales del cine mudo. Esto último se vislumbrará durante todo el metraje, valiéndose de cambios de formato redondeando la imagen, cerrando en círculos los fundidos a negro y apelando al poder de la imagen sobre la palabra en muchas ocasiones.
Cine en mutación
Sin embargo, el cineasta francés no se contentará con demostrar su bagaje y testigo del pasado, sino que, quizás en consonancia teórica con Leos Carax, se sustenta sobre ello para acabar elaborando un lenguaje fruto de una personalidad propia. En su segundo y tercer acto, el filme entra en una continua mutuación instrospectiva. Se aleja de los arquetípicos personajes del cine de gangsters para adentrarse en sus mentes abordándolo desde la ambigüedad del espacio. Las imágenes siempre impactantes e hipnóticas de Ossang nos enclaustrarán, creando una ilusión falseada de distorsión, lo cual se verá implementado con las cada vez más desconcertantes charlas que encontraremos. La idea del carguero fantasma sobrevuela el visionado recordándonos en cierta medida a las recientes cintas españolas «Sipo Phantasma» (Koldo Almandoz, 2016) o «Dead Slow Ahead» (Mauro Herce, 2015). En un espacio vacío y a la deriva, con el temor a la traición, la radiación y la muerte aflorando en el ambiente, los diferentes personajes irán desnudando su personalidad hasta acoger un estado intemporal y alucinado de locura. El montaje desafiará la lógica de la narrativa cinematográfica, induciendo su mirada dentro del perfil psicológico de quienes habitan el relato. La violencia inherente en el ser humano florecerá sin remedio ante la llegada de situaciones extremas fruto de una maltrecha mente que se ha visto obligada a renunciar a los patrones establecidos de la cordura social.
Ossang representa en última instancia la irracionalidad y el miedo humano desde el terror pciológico. Manipula la realidad y las bases del lenguaje cinematográfico para, desde lo extremo y lo irracional, encontrarnos con nosotros mismos.
Frases destacadas:
- «Estamos unidos como los dedos de una mano. Salvo que siempre se puede deshacer de un dedo inútil…»