El viernes se estrena la tercera película para el cine del director Thomas Stuber, ganadora de la Espiga de Plata en la Seminci.
Thomas Stuber se hizo un fuerte nombre a seguir dentro de Alemania cuando su segundo largometraje para el cine (tras un drama adolescente de 65 minutos, «Teenage Angst», y dentro de una filmografía principalmente enfocada al corto y la televisión), «Herbert», la dura pero sensible historia de un exboxeador con una enfermedad degenerativa, ganó los Lola a mejor película en plata, actor y maquillaje en los 66 Premios del Cine Alemán. Su siguiente obra cinematográfica, «A la vuelva de la esquina» (nada precisa traducción del original «In den Gängen», que significaría «en los pasillos»), podría funcionar como coherente secuela de las películas que surgieron de la corriente de la Escuela de Berlín a principios de siglo (abandonada ya casi por sus principales representantes, como Christian Petzold o Thomas Arslan) en su forma de poner en primer plano uno de los representativos no-lugares (espacios de paso) de la postmodernidad: se trata de una historia ubicada en un supermercado, con puntuales pero igualmente desoladas y aisladas localizaciones externas. Stuber centra su atención en los trabajadores del turno de noche, cuyas estáticas existencias, potenciadas por una soledad propia del mundo actual, se tornan casi fantasmales. En contraste, el mayor movimiento se dará por parte de máquinas montacargas que, casi recordando a «Wall-E», parecen tener más vida que las propias personas. Sin embargo, el director aborda la historia con el humanismo propio de la segunda ola de esa corriente alemana, a través de una historia de amor tan imposible como improbable que en absoluto copa el relato (pero sí lo impregna) que surge entre el protagonista, el siempre magnético Franz Rogowski («En tránsito», y ganador del Lola al mejor actor por la cinta que nos ocupa) y Sandra Hüller (musa de la herencia de la Escuela de Berlín tras «Toni Erdmann»), y en las relaciones entre compañeros, destacando la de Rogowski con Peter Kurth, el Herbert de la anterior película de Stuber.
La lírica de lo cotidiano
Pese a lo que puede presagiar un argumento con tendencias de drama social en torno a la precariedad laboral y vital, con un personaje principal contemplativo, que no dice una palabra hasta bien entrado el metraje, y guiado por una desesperación que comparten todos aquellos con los que se relaciona, hastiados de una realidad de la que no pueden escapar, Stuber decide no adoptar un tono de documento hiperrealista (como sí hacía en «Herbert»). La narración está conducida a través de una estética sorprendente, conseguida mediante planos frontales y equilibrados, simétricos, la fotografía de claroscuros y y una acertada selección de temas musicales (atreverse a reutilizar El Danubio Azul de Johann Strauss tras «2001. Una odisea del espacio» en un contexto tan completamente diferente tiene mérito).
Frases destacadas:
- Bruno: Eres de pocas palabras, ¿no? Eso está bien.
- Marion: ¿Me tienes miedo, novato?
- Christian: No tengo miedo.
- Christian: No lo lograré.
- Klaus: Yo también estoy solo, y no me ahorco.