El regreso del director Pablo Berger es una comedia negra y surrealista que no alcanza las expectativas.
Mucho se esperaba la vuelta al cine de Pablo Berger tras su sorprendente «Blancanieves» hace 5 años. Su tercer largometraje nos cuenta la relación entre Carmen y Carlos, un matrimonio infeliz, especialmente por la brusquedad y la falta de cariño de él. Una sesión de hipnostismo que empieza como un juego en una boda, abre una vía a través de la cual un espíritu entra en el cuerpo de Carlos, manifestándose por momentos. La cuestión es que, cuando Carlos es poseído, se convierte en el marido perfecto. Poco a poco, Carmen irá descubriendo un lado oscuro de este nuevo habitante en su vida, pero ¿impedirá eso que se enamore de él? No deja de resultar curioso que Berger, que precisamente lo que hizo en su anterior trabajo fue quitar gran parte del componente mágico del cuento de los hermanos Grimm, abogando por el realismo, haya decidido abordar ahora este tema de componentes fantásticos.
Costumbrismo e irreverencia
Aunque a primera vista pueda no parecerlo, la tendencia costumbrista de «Abracadabra» la relaciona directamente con «Blancanieves»: de la Sevilla en los años 20 nos trasladamos al Madrid de una época indefinida en algún momento de los chabacanos años 90 con detalles actuales como móviles, como si en el barrio de Carabanchel se hubiese detenido el tiempo. Según se desarrolla el argumento, el filme va adquiriendo el carácter de un thriller bizarro y extremo de tradición española a lo Álex de la Iglesia; sin embargo, un estilo tan personal como el del autor bilbaíno es muy difícil de imitar, incluso para él mismo en ocasiones. Y es ahí donde Berger muestra sus puntos más débiles: el humor negro se le escapa tanto de las manos que lo fuerza hasta una irreverencia que traspasa el límite de lo ofensivo.
Por otra parte, da la impresión de que Berger aún no ha sabido salir de la dinámica de una película muda, algo que se aprecia tanto en los encuadres y la planificación, plagada de primeros planos y zooms, como en la banda sonora de Alfonso de Vilallonga, cuyo protagonismo descriptivo aquí resulta absolutamente inncesario. Pero además a todo ello en esta ocasión se le une el diálogo, lo que acaba provocando una sobresaturación de elementos bastante molesta.
Un actor al rescate
El reparto también está afectado por esa exageración: Maribel Verdú no ha abandadonado la gestualidad de la madrastra de «Blancanieves», mientras que con respecto a José Mota, que en otras ocasiones ha demostrado una buena vena actoral a nivel cinematográfico, aquí la mayoría de sus escenas parecen sacadas de scketches de sus programas televisivos. También se suceden multitud de cameos con personajes excéntricos, como el agente inmobiliario de Julián Villagrán o el taxista de Ramón Barea, que quizás quieren parecer simpáticos, pero sus intervenciones acaban resultando bastante bochornosas. De este modo, el único que sale realmente bien parado es Antonio de la Torre, estupendo como es habitual en dos papeles muy diferentes, los cuáles hace igualmente creíbles. Si hay algún momento de la película en el que el espectador pueda sentirse mínimamente implicado emocionalmente con lo que ocurre, es gracias a su interpretación.
«Abracadabra» es una metáfora sobre el desgaste de una pareja con el paso de los años y la rutina, y sobre la libertad de la mujer frente a las ataduras masculinas que la han anulado desde siempre. Pero su ligereza y falta de pretensiones hacen que no nos llegue esa crítica social, quedándose tan solo en producto intrascendente e irritante. Berger se muestra como un ilusionista poco hábil, y aunque quizás nos cautivó en su día, con su última película el hechizo se ha roto y ya no nos dejamos engañar.
Frases destacadas:
- Pepe: «Cuando diga la palabra Abracadabra, abrirás los ojos y harás todo lo que yo te diga. Yo soy tu amo»
- Carmen: «¿Alguna vez me mirás, Carlos?»
- Doctor Fumetti: «El dolor no existe, es solo una percepción mental»
- Carlos: «Tengo un demonio dentro. Y te he querido mucho, pero no se hacerlo»