Ridley Scott se carga, en esta secuela, todo lo que pudo haber de interesante en «Prometheus» para hacer un reboot, otra vez, y volvernos a explicar la nada con postales muy bonitas.
Vuelta a los mismos fallos
Y es que está claro que a Ridley Scott le hace falta un guionista solvente como el respirar, algo que ya se puso de manifiesto en su última gran película, esa «Marte» en la que Drew Goddard sacó la majestuosa capacidad visual de Scott y la puso al servicio de una narración clásica, y que podrá gustar más o menos, pero que al menos explicaba una historia de una manera muy solvente. Ahora, Scott, vuelve a lo que fue «Prometheus« con la intención de decirle a la crítica: «Ok, tíos, os he oído ¿queréis más aliens? Pues os los pongo…» Cuando los verdaderos fallos del retorno a su «Alien« era el saber qué contar, cómo contarlo y un guion del genial vendehumos de Lindelof que no era más que eso, humo negro como el de su «Lost».
Así, en esta secuela, en la que la estructura es un calco de «Prometheus», pero cambiando de tripulación y de planeta y metiendo más xenomorfos, Scott rompe con las cuatro cuestiones de relevancia que planteaba la anterior: como el origen de los Ingenieros, la posibilidad de que Shaw pudiera ser una nueva Ripley, qué son los xenomorfos y por qué quieren venir a nuestro planeta; y rebootea, a partir del final de «Prometheus», todo esto y nos envía a la mierda. Scott, parece jodido además, por la secuela de «Blade Runner» y se saca de la manga un nuevo androide, clon de David interpretado por un Michael Fassbender que es lo único salvable de la película y se pone a jugar a Roy Batty con Deckard mientras: «oh, Aliens», buscando repetir los momentos nietszcheanos y existencialistas acerca de la humanidad, la creación, quienes somos, de donde venimos, estamos solos en la galaxia o acompañados, si existe un más allá, si hay reencarnación y todo eso que ya cantaban Siniestro Total.
Scott necesita un guionista como el respirar
De este modo la película se pierde en un prólogo largo, como en «Prometheus», en la que nos importan una mierda los personajes porque en vez de presentárnoslos nos los muestra, algo muy diferente en el modo de crear personajes interesantes para el espectador. A partir de ahí, agujeros de guion que sirven para que la trama avance rompiendo la idea de verosimilitud (sí, hemos llegado a un planeta nuevo y sin mapear, bajemos todos sin trajes de protección y toquemos todo lo que nos encontremos como dicen todos los protocolos de seguridad. Anda, mira, un androide loco que nos lleva a una ciudad donde todos sus habitantes están muertos ahí en la explanada, ¿qué puede salir mal?) y así para cuando empieza el meollo, nos da igual lo que pase y nos da igual por donde salgan o entren los xenomorfos y quién quede o no con vida, para acabar con un final ¿sorpresa? más sonrojante que el sueño de «Los Serrano».
Eso sí, Scott moviendo la cámara y eligiendo planos es espectacular, como sus FX, y no es porque un colega mío sea uno de los responsables. Pero una película no son solo imágenes bonitas pero vacías como ese plano calco del cuadro del pinto suizo Arnold Böcklin titulado «La Isla de los Muertos». Es algo más y, en todo ese algo más, Ridley falla. ¿Hora de retirarse?
Frases destacadas:
- Walter: Soy una versión mejorada de ti, sin tus flaquezas.
- David: Si tú me creaste, quién te creó a ti
- Daniels: ¿Oyes eso? Nada, no hay animales, ni pájaros
- Tenessee: Vamos a descender hasta 40 km.