Edgar Wright vuelve después de cuatro años de ausencia haciendo lo que mejor sabe: mantener los ojos del espectador pegados a la pantalla.
Aunque la filmografía del director no sea especialmente larga -esta es su sexta película- es innegable que Edgar Wright es uno de los realizadores con más personalidad que hay en la actualidad. Todas sus películas son una clase magistral de montaje, sus propuestas nunca son convencionales y transmite tanto entusiasmo en los proyectos que realiza que es muy difícil sentir indiferencia cuando se ve tanto ingenio como en «Arma Fatal» (2008) o «Bienvenidos al fin del mundo» (2013). «Baby Driver» no es la excepción, y aunque aquí Wright ha cambiado algunos de sus hábitos, ha conseguido refinar su estilo con éxito.
Baby (Ansel Elgort), un joven y talentoso conductor especializado en fugas, depende del ritmo de su banda sonora personal para ser el mejor en lo suyo. Cuando conoce a la chica de sus sueños, Deborah (Lily James), Baby ve una oportunidad de abandonar su vida criminal y realizar una huida limpia. Pero después de ser forzado a trabajar para un jefe de una banda criminal (Kevin Spacey), deberá dar la cara cuando un golpe malogrado amenaza su vida, su amor y su libertad.
Pura adrenalina
El filme se apoya en docenas de tópicos del sub-género de atracos como base para ir distanciándose de ellos progresivamente y hay que admitir que esa es la mejor baza que tiene a su favor. Es inevitable pensar en «Un trabajo en Italia» (Peter Collinson, 1969) o «Contra el imperio de la droga» (William Friedkin, 1971) cuando dan comienzo los primeros compases de la cinta, ya que Wright hace todo lo que está en su mano para transmitir la adrenalina y veracidad que caracterizan a las mejores películas del género; eso incluye que, al igual que en éstas, ninguna de las persecuciones rodadas en «Baby Driver» utilice CGI, algo totalmente inusual para los tiempos que corren y que para muchos supondrá toda una alegría. Pero no toda la película son tiroteos y persecuciones. El principal motor de la historia es el vínculo amoroso que se establece entre Baby y Deborah. Ambos son dos jóvenes enamorados casi a primera vista que comparten su pasión por la música, y aunque su historia no tiene mucho más desarrollo que ese y el personaje de Deborah apenas tiene desarrollo, sirve como vehículo emocional para darle profundidad a Baby y ayuda a definir las decisiones que éste toma a lo largo de la historia, como ya pasaba en otro de los referentes que tiene esta película: «The Driver» (Walter Hill, 1978). La química entre ambos actores es más que evidente, Lily James tiene un aire clásico que traspasa la pantalla y Ansel Elgort está sobradamente capacitado para mantener el peso que supone ser el protagonista en una cinta así.
Algo en lo que también destaca «Baby Driver» es en la variedad de sus secundarios. El comportamiento criminal en todos ellos es evidente, están claramente diferenciados entre sí y juntos establecen una dinámica fascinante. Es un gozo ver a actores de la talla de Kevin Spacey o Jamie Foxx disfrutando de sus papeles, ninguno de ellos se siente como si estuviese fuera de lugar y todos aportan algo distinto a la historia. Sorprende la actuación de Jon Hamm interpretando a Buddy, quizás el personaje que más profundidad tiene si no contamos al protagonista de la cinta. Buddy va tomando presencia según avanza la trama para finalmente estallar y obsequiarnos con un papel al que poco nos tiene acostumbrados el actor norteamericano y que esperamos ver más a menudo.
Estilosa y con personalidad
Donde «Baby Driver» consigue realmente brillar es en la forma de contar su historia. Edgar Wright establece un uso de la banda sonora semejante al del cine musical, todo lo que ocurre en pantalla está perfectamente planificado y estructurado para que vaya acorde con la canción que está sonando, no solamente en cuanto a los cortes o movimientos de cámara, sino también en lo que respecta a la puesta en escena y diseño de sonido. Es una propuesta formal que se aleja de los convencionalismos del género al que homenajea y que en un principio puede asustar, pero el director sabe cuándo subir y bajar la intensidad de su idea para que el espectador no acabe saturado a los veinte minutos; algo que quizá sí se le podría achacar a alguno de sus filmes previos como «Scott Pilgrim contra el mundo» (2010), donde los estímulos visuales y sonoros eran prácticamente constantes. Si con este controvertido recurso hemos podido presenciar cómo algunas películas fracasaban estrepitosamente -véase «Escuadrón Suicida» (David Ayer, 2016)- al no saber cuándo cortar las canciones ni mantener una consonancia melódica o temática, «Baby Driver» da ejemplo a la hora de demostrar cómo y cuándo explotar el concepto correctamente.
El regreso de Edgar Wright cumple con creces lo que uno esperaría de él. «Baby Driver» es una película divertida, dinámica y un claro ejemplo de que se puede crear algo nuevo y fresco partiendo de elementos sobradamente conocidos. No sólo es importante tener una historia que contar, sino también saber cómo contarla y hacerla atractiva para el público; esta película condensa esos requisitos y no defraudará a toda aquella persona que busque algo diferente dentro de su género.
Frases destacadas de «Baby Driver»:
- Doc: He had an accident when he was a kid. Still has a hum in the drum. Plays music to drown it out. And that’s what makes him the best.
- Deborah: Your name’s Baby? B-A-B-Y Baby?
- Doc: «One more job» and we’re straight. Now I don’t think I need to give you the speech about what would happen if you say no, how I could break your legs and kill everyone you love because you already know that, don’t you?
- Bats: This one, they say that listens to the music all the time?
- Griff: If you don’t see me again, it’s because I’m dead.
Trailer de «Baby Driver»: