Ang Lee regresa tras “La vida de Pi” para plantear, mediante la más avanzada tecnología digital, la guerra como espectáculo de consumo
En la anterior obra del taiwanés, por poner un ejemplo evidente, la tecnología digital era un factor necesario para la creación y la credibilidad de las historias. En ese caso, los efectos digitales eran fondo y forma de los relatos. Ahora, sin embargo, Ang Lee trae los avances tecnológicos (estamos ante la primera película rodada a 120 fotogramas por segundo cuando lo normal es 24 o 25 y, además, en 3D) a un relato intimista sobre el daño individual y personal de un conflicto bélico.
Billy Lynn, interpretado por el debutante Joe Alwyn de manera excepcional, sentida pero contenida y con mucha pero controlada expresión gestual, es un joven de 19 años que fue a la guerra de Irak por un azaroso conflicto familiar con el novio de su hermana, interpretada por Kristen Stewart. En una inesperada batalla, las cámaras captan como el joven recluta sale en pleno fuego cruzado a proteger a un compañero herido (Vin Diesel). La imagen se convierte en símbolo heroico del patriotismo y toda la unidad de Billy Lynn vuelva a su país para ser homenajeada durante dos semanas antes de volver a la guerra. La película se centra en uno de esos días donde la patrulla es el invitado de honor en un descanso de un partido de fútbol americano. Mediante flashbacks, tanto los recuerdos de la guerra como los afectivos referidos a su familia saldrán disparados a través de la mente de Billy Lynn, la cual parece resistirse a aceptar que su pensamiento y su existencia están partidos en dos mitades incompatibles.
Las preguntas al aire de “Billy Lynn”
La premisa es interesante y su planteamiento inteligente. Con el suceder de los minutos se expondrá de manera clara, pero poco invasiva, el ridículo de nuestra sociedad capitalista y multimedia, ejemplificado en figuras como la del manager (Chris Tucker) o el empresario (Steve Martin). El mundo moderno queda, de esta forma, retratado en algo tan extravagantemente normal como el espectáculo del descanso de un gran evento deportivo americano; las cheerleaders, los fuegos artificiales, las actuaciones de estrellas del pop, la comida basura, etc. ¿Cómo puede ser ese el mundo por el que luchan? ¿Cómo puede ser ese el espacio para homenajear un acto de muerte? La incomprensión entre unos y otros dota a la película de un extraño surrealismo fantástico. Al igual que en la mente del protagonista, la existencia de ese mundo tan real acaba pareciendo, con mucha lógica, confusa. Billy se encuentra dividido y su mente hecha pedazos. Ya no es solo que una explosión de confeti sobrecoja el corazón de alguien que está acostumbrado al fuego real sino que, como demuestran los continuos flashbacks, para él, el mundo bélico y el de su hogar se han juntado y son inseparables. Su hermana, una contenida y distante Stewart, intenta de forma racional convencerle para que alegue problemas psicológicos y deje el ejército. Nadie entiende, salvo nosotros y el protagonista que la solución al problema no puede ser tan simple. En “Billy Lynn” el amor de un bella cheerleader aparece como un sueño irreal ante el recuerdo de la muerte de un amigo, un mundo donde su historia, “el peor día de su vida” se puede convertir en una película épica por medio del dinero de un magnate tejano. Ese el mundo real que plantea “Billy Lynn”, y que consigue transmitir con toda razón y realismo. La guerra para nuestro mundo moderno, parece querer decir “Billy Lynn”, es la imagen televisiva del mismo Billy intentando salvar a su compañero, lo que está fuera de pantalla no existe en tanto que no se ve y, por tanto, no se puede utilizar.
Conclusiones de “Billy Lynn”
Se podría pensar que el nuevo planteamiento de Ang Lee es muy similar al que ya realizó Clint Eastwood en “Banderas de nuestros padres” (2006) con la icónica foto de Iwo Jima. Sin embargo, el planteamiento del taiwanés dista de ser un cuestionamiento del heroísmo para tratar otro tema, el de la guerra como irrealidad. Mediante esta imagen de alta definición y detalle, una iluminación clara y nítida, la batalla de “Billy Lynn” transmite violencia pero también espectáculo, el mismo que el del partido de fútbol americano. La guerra no parece real porque, excepto para Billy Lynn y sus compañeros, la guerra no es más que una imagen espectacular. La cuidada estética de Lee plantea una imagen nítida, clara y cuidadamente equilibrada en cuanto al color y a la luz. Su estilo, sin embargo, rechaza el preciosismo y la espectacularización de la imagen del mismo modo que su planificado apartado visual se aparta de enfoques cercanos a las formas usuales de creación del realismo tales como la cámara en mano, el desenfoque o los encuadres rotos.
El resultado es una película tan interesante en sus planteamientos como inacabada en sus propuestas. Un relato con todos los elementos necesarios para resultar interesante (la reflexión bélica, los conceptos de espectáculo, el absurdo del apoyo patriótico a los conflictos bélicos de intereses puramente capitalistas, etc) así como una interesante y estimulante propuesta visual, ahogada, sin embargo entre el preciosismo que parece rechazar y el realismo de cuya propuesta se aleja desde su base. El resultado es una película sin emoción ni camino, incapaz de transmitir un interés por lo que cuenta superior al de la mera anécdota. Solo la presencia de un aislado Joe Alwyn como Billy Lynn consigue transmitir algo de fuerza a esta inerte propuesta cuyas grandes preguntas quedan muy por encima de sus confusas respuestas.
Frases destacadas de “Billy Lynn”
- Billy Lynn – Voy a morir virgen.
- Billy Lynn – Resulta raro que te homenajeen por el peor día de tu vida.
- Sargento Shroom – Recuerda, la bala ya ha sido disparada.
- Bravos (entre ellos, uno por uno) – Te quiero.
- Billy Lynn – Soy un soldado, no sé si está bien pero tampoco está mal.
- Kathryn – Todos sabemos de qué va en realidad esta guerra.
- Madre de Billy – Nada de política en la mesa.
- Bravos – Que nos lleven de vuelta de una vez a un lugar tranquilo, a la guerra.
- Crack (Bravo) – Me gusta aplastar a mis enemigos, verles destrozados y oír el lamento de sus esposas (citando a “Conan el Bárbaro” de 1982)