Scott Cooper y su biopic sobre el implacable gangster «Whitey» Bulger nos enseñan que el punto de vista es algo imprescindible a la hora de narrar una historia.
El inicio de la carrera como director del, hasta el año de su debut tras las cámaras, actor Scott Cooper, no pudo ser más meteórico. Su ópera prima, estrenada entre nuestras fronteras bajo el título de “Corazón Rebelde” en el año 2009, fue galardonada con más de una treintena de premios, entre los que se incluyen dos Oscars de la Academia en reconocimiento a la descomunal labor de Jeff Bridges dando vida a un músico country atormentado y con problemas de alcoholismo.
Tras el éxito cosechado con susodicho drama musical, Cooper supo mantener el tipo y las expectativas generadas a raíz de su primer trabajo gracias a “Out of the Furnace”: un thriller en el que, de nuevo, una notable interpretación, esta vez de la mano de Christian Bale, devoraba por completo la solvencia del realizador a la hora de proponer una línea narrativa sólida y fluída. Este patrón vuelve a repetirse con “Black Mass”, nueva aproximación al drama criminal del cineasta virginiano cuya premisa queda eclipsada por un camaleónico Johnny Depp en estado de gracia y por la desafortunada forma en la que dirección y, especialmente guión, desaprovechan por completo el hecho de contar con una de las figuras más importantes de la historia criminal norteamericana como personaje principal del relato.
Pese a contar con numerosos elementos que podrían haber convertido “Black Mass” en una jugada ganadora, y en una de las favoritas a arañar varias estatuillas en la próxima ceremonia de entrega de los Oscars, el autoproclamado biopic sobre James Joseph “Whitey” Bulger tira por tierra todo su buen hacer, concentrado especialmente en cuanto a dirección de actores se refiere y a una elección del reparto impresionante, al errar en el punto de partida sobre el que se construye la narración: el punto de vista.
“Black Mass” cuenta con uno de los personajes más interesantes que se han podido ver en un filme de estas características durante los últimos años; un capo de la mafia del sur de Boston que dejó a su paso un reguero de cadáveres, destrucción y una lista de cargos a sus espaldas que incluyen una veintena de asesinatos, lavado de dinero o tráfico de drogas, entre las décadas de los setenta y ochenta. Todo esto queda retratado, diálogo en ristre, por un buen puñado de personajes que alude al carácter sanguinario y psicopático de Bulger, tachándolo de monstruo y ensalzando una leyenda que, tristemente, queda traducida en pantalla en un par de secuencias concretas en detrimento de una apuesta por lo coral que nos obliga a presenciar la espiral de violencia y corrupción a través de los ojos de un inspector del F.B.I. más plano, con un arco más evidente y muchísimo menos atractivo que el personaje de Depp.
Esta decisión convierte la cinta en una experiencia de lo más aséptica, fría y distante que pasa por nuestras retinas sin pena, gloria, ni un calado emocional fruto de la empatía con alguno de los personajes. Para más ende, unos saltos espacio-temporales en absoluto inspirados y, en ocasiones, confusos, consiguen desconectar mi cerebro aún más del intento de Cooper por extraer la magia de las epopeyas del hampa firmadas por Martin Scorsese —con un par de secuencias cuyo estilo audiovisual parece calcado de “Uno de los nuestros”— cuyo tono y atmósfera no terminan de definirse en ningún momento, optando por la superficialidad y la falta de riesgo.
Es una verdadera lástima que la promesa del biopic definitivo sobre uno de los gangsters más duros, temidos y emblemáticos de los Estados Unidos haya terminado reducida a una gran interpretación —o transformación, mejor dicho—, a una buena selección de casting, y a un contenido muchísimo más light de lo que cabría esperar que culmina de forma anticlimática –gélida y en absoluto emocionante la rancia transición al tercer acto—, cerrando con una secuencia de montaje en la que, mediante texto, y como si de un telefilme se tratase, se informa de qué fue de los diferentes personajes que han pululado sin pena ni gloria por las excesivas dos horas de metraje.