El Mel Gibson que todos conocimos en los ochenta ha vuelto. ¡Y de qué manera!
Si durante una conversación me pidiesen enumerar de golpe y porrazo a los que, a mi juicio, son los actores más icónicos del cine de acción de los años ochenta, entre el señor Sylvester Stallone y el ex-gobernador Schwarzenegger, y en un empate técnico con el Bruce Willis de la eterna “La jungla de cristal” (“Die Hard”, John McTiernan, 1988), destacaría sin dudarlo por un segundo en lo más alto del podio al controvertido y excéntrico Mel Gibson. Grandes joyas de culto como las que componen la trilogía original de “Mad Max” y, especialmente, su papel como Martin Riggs en “Arma Letal” (“Lethal Weapon”, Richard Donner, 1987) y sus posteriores secuelas, son suficiente aval para justificar una trascendencia delante de las cámaras que le condujo a encarnar al villano de la tercera entrega de “Los Mercenarios” (“The Expendables 3”, Patrick Hughes, 2014); saga que reúne a los action heroes por antonomasia de todos los tiempos.
Tras unos años en los que su carrera ha destacado por ser tan irregular y efímera como inestable su vida personal —con sonoros escándalos relacionados con la violencia de género, el abuso de sustancias, el antisemitismo, el racismo y la homofobia—, el realizador parisino Jean-François Richet, responsable del infame remake de “Asalto a la comisaría del distrito 13” (“Assault on Precinct 13”, John Carpenter, 1976), titulado “Asalto al distrito 13” (2005) en nuestro país, ha regalado una segunda juventud a Gibson gracias a un papel papel protagonista que le va como anillo al dedo en la divertidísima y desmadrada cinta de acción de espíritu trash “Blood Father” (2016).
La simple concepción del personaje de John Link —así se llama el protagónico— podría evocar sin problemas al Mel Gibson coetáneo al largometraje; un prototipo de anti-héroe ex-presidiario, alcohólico rehabilitado y fracasado que malvive como tatuador en una caravana aparcada en medio de la nada mientras, simplemente, quiere hacer las cosas bien y darle un lavado de cara a su vida. Obviamente las cosas se tuercen, y Link tarda poco en tirar del repertorio del criminal macarra de manual desatando una orgía de sangre, drogas, pólvora y frases lapidarias que, de la mano de un Richet impecable en cuanto a mover la cámara se refiere, y de un casting entregado en cuerpo y alma al histrionismo de una historia tan manida como satisfactoria, se convierte en una de las grandes sorpresas de la temporada para todos aquellos que añoren aquellos tiempos en los que el cine de acción prescindía de eufemismos y rebosaba carácter.
Es precisamente la naturaleza de “Blood Father”, ya no cercana, sino sumergida de lleno en la esencia de una serie-B setentera que impregna con inteligencia la hibridación entre thriller y neo-noir que propone su libreto, el factor que convierte el largo en una experiencia tan sumamente reivindicable pese a sus notables carencias. Si sumamos esto a unas secuencias de acción fantásticamente resueltas y muy estimulantes, a un tono de lo más sórdido con una comedia negruzca prevalente y, sobre todo, a una autoconsciencia envidiable que sabe convertir cada uno de los clichés del filme en un mecanismo perfecto para intimar con el espectador y arrastrarle a su desvergonzado territorio, la ecuación da como resultado una de esas cintas que podían encontrarse entre los subproductos del videoclub de la esquina y que, sin saber por qué, terminábamos alquilando una y otra vez hipnotizados por un carisma latente que transpiraba entre su vacua y complaciente sordidez.
Frases destacadas
- Lydia: «I don’t wanna say too much because you see my boyfriend wanted us to get married so I wouldn’t be able to testify against him in court».
- Link: «Might be the best fucking day of your life, you know?»
- Link: «Pretty romantic».
- Link: «And if you can’t find a way to live with yourself well then, why run? why come to me? why do any of this?»
- Link: «No, no, there’s no winning or losing».
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