Nueva cinta de Woody Allen donde el poder visual se acopla a un guion fuerte pero lejos de sus mejores obras.
Envolviendo al espectador
Tras su paso por Cannes (fuera de la sección oficial), llega a España la cita anual cinéfila con Woody Allen. Y en esta ocasión, lejos de la ligera aventura existencialista y dovstoievskiana que nos regaló en la anterior “Irrational Man”, vivimos una regresión al pasado con tal de adentrarnos en los Estados Unidos de los años 30 donde el mundo del cine y del hampa suponen los dos mejores negocios en alza con tal de alcanzar poder y lograr el sueño americano. Y en este contexto, desvinculado de otras obras como “Balas sobre Broadway” (1994) o el acercamiento de los hermanos Coen a la industria cinematográfica de los 50 en “Ave César” (2016), Allen decide ahondar en la psique de sus tres personajes principales. Así pues, disfrutamos de un guion más próximo a cintas como “Maridos y mujeres” (1992) o “Delitos y faltas” (1989), donde no abandona el nerviosismo y se propone profundizar en la imposibilidad de hallar la paz en la convivencia y las relaciones. El octogenario director confecciona un guion que trata de evidenciar la dureza del rechazo, la inestabilidad de los sentimientos, la inmortalidad del amor verdadero y el funcionamiento del mundo en las bases de poder unido al egoísmo humano. Algo que logra hilar con madurez y soltura, pero que se antoja lejano a los mejores escritos del neoyorquino, cayendo en reiteraciones y vacíos que impiden al filme lograr cotas más altas. No obstante, cabe destacar el impresionante trabajo en la dirección, moviendo la cámara como hacía tiempo que no veíamos en incesantes travellings que se mueven por espacios bien reconstruidos, cargados de un aluvión coral de actores que desprenden naturalidad y sabiendo enfocar con acierto en los primeros planos de unos protagonistas que siempre entendemos aturdidos por el mundo que los rodea. Un aspecto visual (y musical) que envuelve al espectador en la vorágine por la que se mueven sus protagonistas y que nos regala un final amargo más potente de lo que se puede llegar a sentir en los subrayados de sus palabras. – LUIS SUÑER
Amores al aire libre
Que Woody Allen es uno de los directores que mejor analiza y expone en la gran pantalla los sentimientos humanos es ya una evidencia que no haría falta repetir; no obstante, es necesario volver a aludir a ello al hablar de “Café Society”, su última película, cuyo trasfondo ambientado en el Hollywood de los años 30 y sobre todo, las subtramas en torno a la familia judía y los gánsteres, parecen un mero telón sobre el que desarrollar el verdadera objeto de la cinta: las desavenencias (siempre incongruentes pese a la óptica realista) de una historia de amor. En “Café Society” se van a manifestar muchas de las constantes del director en torno a las relaciones de pareja, como son la obsesión, la infidelidad, o la duda universal de si es posible querer a dos personas al mismo tiempo. Allen resuelve todas las cuestiones de una manera desencantada, en la que los protagonistas deciden asentarse en una vida tan acomodada como insustancial antes que dejarse llevar por sus pasiones. Algo parecido a lo que ocurría en obras como “Delitos y faltas” (1989) o “Match point” (2005), pero sin necesidad de llegar a decisiones tan drásticas como en aquellas. Aquí la racionalidad por ambas partes se impone frente a los sueños de juventud (solo el personaje de Steve Carell impondrá su postura para lograr la felicidad a la manera que él quiere). El realizador neoyorquino muestra esta evolución a través de los espacios, recreándose, para el lucimiento de la fotografía de Vittorio Storano, de su primer rodaje en digital y de un amplísimo ratio de pantalla (lo que la hace de imprescindible visionado en cine) en las localizaciones abiertas, como la del mar, símbolo de libertad de la pareja protagonista (unos antipáticos Jesse Eisenberg y Kristen Stewart, papel el de ésta última que podría haber interpretado hace unos años Scarlett Johansson). Se dejan así los lugares cerrados, como los despachos, los bares o los rincones oscuros iluminados con velas para los momentos opresivos, los cuales, según avanza el filme, van ganando terreno. En esta dinámica, Allen solo vuelve a ofrecer un única oportunidad de liberación: la escena en Central Park, la cual, tras haber pasado tanto tiempo en sus últimos trabajos sin homenajear a su ciudad fetiche, supone una de las secuencias del cineasta más bellas y elegantes que hemos podido ver en mucho tiempo. – SOFIA PÉREZ DELGADO
Frases destacadas:
- Bobby: “¡Una puta judía, lo que me faltaba por ver!”
- Phil: “Deja lo de tío. Que no se note el nepotismo”.
- Vonnie: “Pareces un ciervo a punto de ser atropellado”.
- Madre de Bobby: “Primero asesino, luego cristiano. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? No sé qué es peor…”