Vivencia epistolar en blanco y negro que une en su montaje palabras e imágenes para explicar el amor y la guerra
Existe cierta tendencia en el cine portugués actual a echar la mirada atrás y analizar las consecuencias del pasado colonial africano. Miguel Gomes lo hizo en «Tabú» (2012) desde el descubrimiento de lo exótico ligándolo al presente melancólico de sus protagonistas. Por su parte, Hugo Vieira da Silva decidió adaptar a Joseph Conrad en «Posto Avançado do Progresso» para reflexionar desde lo fantástico acerca del caos existente en la organización lusa a la hora de explotar los recursos y la mano de obra en las zonas explotadas. El debutante Ivo Ferreira nos sitúa sin embargo entre 1971 y 1972, en el contexto de la guerra por la independencia de Angola (1961-1974), un conflicto que tuvo como consecuencia la posterior guerra civil angoleña que asoló al país desde 1975 hasta el año 2002. Y es dentro de este espacio de descontrol y miseria donde decide adaptar la novela epistolar António Lobo Antunes donde un soldado escribía cartas a su esposa durante etre 1971 y 1973.
Lirismo fragmentado
La apuesta del cineasta luso es la de introducir una voz femenina en off que recita las cartas recibidas por su marido durante los años que éste sirve como médico militar en Angola. Arriesga pues finalmente en su puesta en escena a la hora de ofrecer un barrido cinematográfico donde los travellings en blanco y negro se deslizan por los parajes por donde se mueve el protagonista. Traza unos rasgos fragmentarios que tratan de consolidar la fluidez entre el elemento claramente literario de con la lírica que irradian la belleza de sus imágenes. Así pues conocemos el día a día de su actividad en Angola, pero sobre todo el fuerte deseo que siente por reunirse de nuevo con su esposa, el amor que le profesa y la alegría de saber que ha nacido por fin su hija. No obstante, en ocasiones, sobre todo en las que se relatan las pulsiones sexuales del matrimonio, se antojan como una literatura recargada y reiterativa, emebelsada hasta el extremo hasta el extremo de resultar cargante. El filme parece por momentos estancarse en el carácter romántico, en el anhelo, en la desesperación de saberse lejos de lo que realmente desea su personaje. Algo ya plasmado en los primeros compases del filme y que acaba por impregnar de un carácter repetitivo al filme, con poco más que aportar que un seguido de impactantes imágenes magistralmente conseguidas pero que no acaban de casar con el contenido de las letras de sus cartas. Y si bien cuando la película relata el día a día en la zona, las reflexiones políticas y las inquietudes intelectuales de su protagonista, así como su humanidad a la hora de adoptar a un niña autóctona perdida, todo ello se acaba disipando para restarle riqueza al filme y centralizarse en su idea monocorde expuesta durante casi todo el metraje.
Finalmente, parece que el cineasta, al contrario que Miguel Gomes y Hugo Vieira da Silva, decide marcharse hasta África tan solo para experimentar la distancia, pero sin profundizar en la realidad y los estragos del colonialismo portugués más allá de utilizarlo como un elemento que impedimenta la felicidad de sus personajes.
Frases destacadas:
- «Los dos días más felices para mí. El día que nos casamos y el día que he sabido que ha nacido nuestra hija»