El intenso y abrumador y fuerte (y dulce también) olor que vive entre los muslos de una mujer es el mecanismo que permite a ese autómata llamado hombre enloquecer un rato y vivir. Pero como ocurre con casi todo, el hombre se apresura demasiado, se entusiasma y se colma de un placer que no merece. Deberíamos observar el sexo de las mujeres, mirarlo por dentro, admirarlo de manera casi infantil, como ese personaje de L’Apollonide que no es más que otro idiota apabullado por tanta belleza.
El problema no es que nos cueste explicarlo con palabras, lo que ocurre es que no tenemos ni idea de en qué consiste la belleza femenina y cuál es el misterio que nos atrapa en ella. No hemos conseguido definir ni relatar sus deseos, sus pasiones, sus venganzas o sus gestos llenos de bondad y misericordia. Hasta hoy. Un hombre llamado Bertrand Bonello ha escrito y dirigido el retrato vivo de un burdel. Y sin necesidad de sumergirse en la personalidad de cada una de las prostitutas que lo habitan, Bonello ha pintado un cuadro robando la pincelada de Toulouse-Lautrec. Con su cámara ha captado cada mancha de champagne, cada lágrima y gota de semen inundando las sábanas, cada pelo púbico regalado a ese admirador lascivo, cada ilusión truncada, cada encaje a punto de ser quitado, cada caricia dada entre compañeras, amigas y hermanas. Porque eso es lo que son este grupo de mujeres que sobreviven entre las paredes claustrofóbicas de una casa de putas parisina de alto nivel a punto de cerrar, cuando llega el alba del recién estrenado siglo XX.
De forma incomprensible esta será la primera película de Bertrand Bonello que se estrene en nuestro país. Un tipo que fue músico y que luego se hizo cineasta, que rodó una película titulada Le pornographe donde había sexo explícito y donde el verdadero amor se mostraba con elipsis y que es probablemente el alumno más aventajado del nuevo cine francés. Menos intenso que Arnaud Desplechin y más original que Olivier Assayas. Bonello ha vertido su alma en esta película, empezando por unos títulos de crédito magistrales, sucios y tremendos. La banda sonora combina el amanecer del rock and roll –The Right To Love You, Nights In White Satin o Bad Girl– con el piano de Mozart, Puccini o los cortes del mismo Bonello. Cada escena musical de esta película se marcará a fuego en el recuerdo del espectador.
Samira, Clotilde, Julie, Lea, Madeleine o Pauline pasean por el salón frecuentado por hombres ricos, aristócratas o intelectuales. Una pantera tumbada cómodamente en un sofá simboliza los excesos de finales de siglo. Es en los últimos años del XIX cuando un monstruo dibuja una sonrisa macabra en el rostro de Madeleine, La judía, el personaje encargado de dejar para la historia perturbadoras escenas donde se folla con máscaras y se llora semen. Llega el siglo XX y L’Apollonide sigue su curso, las chicas aguantan, llega sangre nueva y la esperanza de salir de allí (de que alguien las saque de allí) no desaparece. Pero los impuestos suben, a las putas también les afecta las crisis económicas, y este burdel de París tendrá que apagar las luces para siempre.
Mientras tanto ellas esperan, ríen y lloran, se besan y se emborrachan. La película languidece simbolizando el hastío de cada una de ellas, los clímax se repiten hasta tres veces como los coitos obligados de estas mujeres. La película parece no acabar igual que su noche. Escenas maravillosas, rodadas con un lirismo salvaje se suceden mientras Clotilde se droga y Samira lee un venenoso estudio antropológico sobre los criminales y las prostitutas. Los clientes hablan sobre novelas de ciencia ficción y la sífilis amenaza con arrebatar las vidas de estos ángeles que simbolizan, como dijo ese cantautor, poeta y putero llamado Sabina, el sexo con amor de los casados. Sabina, otro loco obsesionado por ese intenso y abrumador y fuerte (y dulce también) olor que vive entre los muslos de una mujer. De una puta.
Clasificación: 8,5
Frases destacadas:
Pauline: El puto oficio de las putas
Clotilde: Me iré de aquí muy pronto, cuando pague mis deudas
Madeleine: ¿Esto es una petición?
Julie: Me llaman “Caca” por mi especialidad