Después de maravillarnos en el festival del D’A 2015, esta semana se estrena «Corn Island», el nuevo film de George Ovashvili, de la mano de Paco Poch Cinema.
Un anciano llega a una tierra fértil y decide construir allí su refugio y cosechar un campo de maíz particular. Su nieta pre-adolescente acudirá al lugar para echarle una mano. Mientras la isla crece y madura, abuelo y nieta establecerán una adorable y a la vez complicada conexión, con la cuál no harán falta las palabras.
El ciclo vital de un campo de maíz
«Corn Island» es la nueva película del director georgiano George Ovashvili. Sin duda alguna, fue una de las perlas de la reciente edición del festival de cinema d’autor de Barcelona. Con una trama aparentemente simple pero muy rica simbológicamente, el filme demuestra la sencillez del ciclo vital. Nacemos, crecemos, maduramos y morimos.
Haciendo uso de las metáforas, Ovashvili, asemeja la isla del maíz a un ser vivo y la usa para mostrar cada una de sus etapas. En la primera escena la isla surge casi de la nada, de las aguas. En las siguientes, y gracias a la figura del abuelo y su nieta, que funcionan un poco como «los padres» de ésta, crece y da frutos. En este caso, ofrece maíz. Sin destripar el final, solo diré que el ciclo sigue su curso, pero que el filme no acaba de forma pesimista, cosa que se agradece. Ovashvili sabe que dónde ha habido vida una vez, la seguirá habiendo y que el proceso vital es un ciclo sin fin, así que acabar con la muerte no es lo más coherente. En su lugar, nos regala un optimista y esperanzador final alternativo.
Un relato enriquecido por los personajes y el contexto
«Corn Island«, sin embargo, posee diversas lecturas y es aquí dónde reside su riqueza. Si con la isla el director establece un simbolismo con el ciclo de la vida, los habitantes de ésta le sirven para enseñar dos etapas distintas y contrapuestas de la vida: la vejez y la juventud. La isla se convierte en un espacio mágico dónde los personajes reflexionan, conectan con su alma y comprenden en qué momento personal se encuentran. En definitiva, el lugar es el detonante para liberar sus miedos, deseos y esperanzas y mostrarlos sin reservas. El anciano encuentra en la isla su refugio ideal para pasar sus últimos días. Cuida del lugar como si fuera su proyecto personal y se siente conectado con la naturaleza. Establece una relación íntima con ese pedazo de tierra que considera suyo. La nieta, por su parte, llega a la isla para dejar atrás su infancia y hacerse mayor. El lugar se transforma en un santuario de auto-conocimiento. El aislamiento hace que el tímido e inseguro gusano se convierta en una mariposa y vuele libre, lejos de su protector. Ambas interpretaciones son brillantes. La rudeza del anciano se contrapone con la delicadeza de la chica. El inexpresivo y marmoleo rostro adolescente contrasta con las marcadas y bronceadas facciones del abuelo. En definitiva, dos figuras muy distintas sumergidas cada una, en su propio proceso.
«Corn Island» nos deleita además con una tercera relectura. La personalidad y características de cualquier ser dependen, en cierto modo, del contexto social y cultural en el que está. Siguiendo con esa afirmación, el director georgiano decide situar la isla y sus personajes en un contexto muy concreto: la guerra. Sin embargo, ellos parecen ajenos a ella. Periódicamente soldados rodean el sitio y ponen al anciano en un aprieto, pero éste no se deja doblegar, empeñado en vivir en paz el tiempo que le queda. La relación del ser con su contexto, su ecosistema, es un tema relevante para el filme. Sin embargo, en este caso la guerra de Georgia es un asunto peliagudo que el director siente la necesidad de exponer. No hace hincapié en ella, pero consigue convertirse en una presencia clave para el espectador, un mal que puede destruirlo todo: la isla, la paz y la vida.
En resumen, «Corn Island» tiene tres niveles de lectura distintos que se entrelazan: el lugar como el paso del tiempo y la vida, los habitantes como dos etapas de esta, y el contexto, como las circunstancias en las que se desarrolla esa existencia. Cada capa aporta una nueva dimensión al relato y juntas, elaboran una metáfora fácil, entendible y sencilla y la su vez, emotiva, universal y verdadera, sobre nuestra existencia. Ver «Corn island» es ver la vida pasar durante poco más de una hora y media. Gracias a los pocos diálogos, los planos largos y un montaje sosegado, invita a la reflexión y a la comprensión. En definitiva, un pequeño gran relato sobre la vida venido des de Georgia.