Guillaume Gallienne realiza un biopic de sí mismo convertido en reivindicación de las particularidades de “yo” contando con el humor como principal aliado.
Pocas películas me han hecho reír tanto en lo que llevamos de año como la de “Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!”. La primera incursión (basada en un monólogo de 2008) del productor, escritor y actor francés Guillaume Gallienne (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1972) en la dirección cinematográfica ha dado como resultado una obra plenamente autobiográfica en la que su protagonista se ha implicado al máximo (Gallienne produce, dirige, escribe el guión y asume los dos papeles principales) y con la que parece pretender exorcizar una peculiar vida pasada y sus abultadas facturas con los psicólogos, de paso.
El punto fuerte de “Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!”, en contra de lo que se pudiera pensar de una película realizada como desquite personal que podría pecar de ser caprichosa (“Nació en la oficina de un psicoanalista”, ha reconocido el propio Gallienne), es el mensaje que se desprende, su valor humano, más que su valor cinematográfico. Y esa moraleja no es otra que la de reivindicar “el espejismo de intentar ser uno mismo”, como cantaba Luis Eduardo Aute.
“Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!” es el relato de cómo los roles sociales determinan quiénes debemos ser, cómo definen lo masculino y femenino a base de clichés, y de la lucha, finalmente exitosa, de alguien que se sale de lo marcado. (“¡Terrible necesidad la nuestra de que nos confirmen los demás nuestra existencia y nuestros papeles en la vida!”, decía el Quijote ). Sociológicamente es interesante porque pone en la mesa estas cuestiones que a veces se olvidan y que indudablemente invitan a la introspección.
Con humor, mucho mejor
Esta es la parte más implícita, más aguda, más sutil. La parte explícita está llena de momentos desternillantes en situaciones delirantes. Sírvase de ejemplo y como mero aperitivo, el aprendizaje de sevillanas en la Línea de la Concepción, el travestismo a lo Sissi Emperatriz o la visita a la jungla de los locales de ambiente. Aviso, no obstante, de que no todo el mundo le verá la gracia, aunque la sala responda con carcajadas estruendosas a los golpes humorísticos de los diálogos y se haya llevado cinco César (película, actor, ópera prima, guión adaptado y montaje). Hay quien puede pensar que el protagonista se enrolla demasiado hasta llegar al final. En esos casos, sugiero que se detenga a disfrutar del viaje antes de llegar al destino.
Cuesta pensar que la realidad supera la ficción, y que, según dice su director, “todo lo que se cuenta fue menos de lo que pasó, aunque hay algunos detalles que no los he colocado yo”. Leyendo las noticias sobre la ola homófoba en Francia en contra de la legalización de los matrimonios del mismo sexo, también cuesta pensar, o mejor dicho, asusta pensar, qué habría pasado con un chico en la misma situación de Guillaume pero que no hubiese sido rico.