Mar. Mar 19th, 2024

Con meses de retraso, y con la distribución lastrada por la piratería, se estrena en España «Dallas Buyers Club», biopic que retrata una sociedad estadounidense retrógrada y homófoba.

Sirva “Dallas Buyers Club como ejemplo sintomático de película que necesita de una perspectiva temporal para valorar los méritos de la misma, retirar la cáscara de cine independiente y calibrar el fenómeno oportunista de los ojipláticos seguidores de «True Detective« (Nic Pizzolatto, 2014). Con boutades y exabruptos por todos conocidos. Y es que, sin pretensión alguna de arrogancia y resistencia a hincar la rodilla, el vestido le queda un tanto justo en un segundo visionado al, pongamos por delante, mejor trabajo de Jean-Marc Vallée.

Dallas Buyers Club

El director canadiense ha conseguido que no pocos críticos tilden de independiente su visión del sida en los EEUU de los 80 a pesar de ser paradigma de ese cine de qualité  comprometido que tanto gusta a los académicos. No deja de ser familiar la enésima y unánime rendición del jurásico Hollywood ante una temática que sublima el Sueño Americano a través de la redención  y la superación personal de un outsider que lucha contra el establishment. No nos pondremos a citar aquí ejemplos. Ya a nadie le debería sorprender ese  irónico gusto (¿hipócrita?) por la victoria de David frente Goliath en el relato a pesar de la perpetuación de su constante derrota en el formato. La venta capitalista del drama humano desarraigado de cualquier heroísmo y con independencia de su resolución siempre y cuando cumpla nuestros mandamientos.  Al fin y al cabo, “Dallas Buyers Club se trata de un producto que podría encuadrarse en ese ilusorio mantra de lucha contra el sistema desde dentro del sistema. Elementos tan jugosos como la necesaria (?) transformación física de sus protagonistas, la (impostada) prosa visual -¿recuerdan la escena de las mariposas?-, la narración sustentada en personajes bisagra y, sobre todo, en una historia basada en hechos reales que cuenta con un libreto que ha elevado todavía más su reconocimiento al haber pasado de mano en mano desde hace 20 años. Durante estas dos décadas, varios proyectos centrados en la problemática del VIH adelantaron con tranquilidad por la izquierda y sirvieron, tras su éxito cosechado, para concienciar a la sociedad de que los grupos de riesgo no estaban tan acotados. Pongamos sobre la mesa, como ejemplo más clarividente, “Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) en la que se explora la homofobia y los prejuicios a partir del rechazo social.

Dallas Buyers Club

El trabajo de Demme no fue el único, también otros gozaron del visto bueno del público, en mayor o menor medida, y recompensados en forma de estatuilla dorada como “Erin Brockovich” (Steven Soderbergh, 2000) o “Mejor…imposible” (James L. Brooks, 1997), por citar sólo las más celebradas. Y en comparación con éstas, quizás lo que más podamos agradecer a Vallée es que lleve la trama a nuestro presente, ese que en principio cuenta con un público más tolerante y que no necesita de tramas ya aprehendidas como la progresiva aceptación del transexual (en este caso es Jared Leto) por parte de Ron Woodroof, el escuálido politoxicómano que interpreta McConaughey. Brillante trabajo el que realiza el actor tejano, aunque parece que eso se ha descubierto a la vez que el primer plano secuencia de la historia del cine. Lo que juega en su contra es precisamente el sello estilístico de Vallée basado en el histrionismo, el exceso y en el que la sutileza se queda protestando al otro lado de la puerta. Y es que no deja mucho a la imaginación que el personaje quede totalmente definido al llamar chupapollas a Rock Hudson, esnifar cocaína mientras se folla a dos prostitutas, estafar a colegas en apuestas fraudulentas, pegar a un policía o negar su enfermedad con una frase que remacha su propia identidad: “No soy un maricón, hijo de puta. Ni siquiera conozco a un puto maricón. Mírame, ¿qué es lo que ves? Un maldito rodeo es lo que ves” Un rodeo.

Matthew McConaughey es Ron Woodroof

Que Ron Woodroof sea un cowboy de rodeo es una de las bazas de un guión que deja a las claras la definición del personaje como tótem white trash y como metáfora de su quijotesca lucha contra la FDA, organización que intentó quitarse como pudo a este molesto grano de la chepa. La cruzada de Woodroof coincide con la resaca post “Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008) y no es complicado vincular sus acciones con las de Walter White, aunque su trasfondo casa más con la figura de Mark Hanna, el jugador de bolsa que el propio McConaughey interpretó en “El lobo de Wall Street” (Martin Scorsese, 2013) y que, al igual que Woodroof, se aprovecha de una necesidad para consagrar al propio sistema. Incluyendo viajes a Japón, la burla de cualquier barrera legal o todo tipo de cercos a la moral en favor del lucro despiadado.

Todo vale. Todo es corrompible.

Por Alex Pinacho

Alejandro Pinacho. Periodista. Creo que el cine es una cosa que está bien, pero a ver, no sé...sólo son imágenes en movimiento.

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