Billy Wilder dejaba un papel y un lápiz en la mesilla de noche donde apuntaba las ideas que le surgían en sueños. “Chico conoce a chica”, escribió una vez. Supongo que el austriaco sonreiría al leer su nota a la mañana siguiente. La historia de todas las historias. Pero pocas veces el amor que une a los personajes de una película nos lleva por lugares tan extremos y tan inesperados como el de ese tipo que fue ex boxeador ilegal y que de repente tiene que ocuparse de su hijo de cinco años y esa mujer domadora de orcas que un día sufrirá un accidente que destruirá su vida, o la idea de una vida normal. Este relato entre dos animales heridos se llama De óxido y hueso. ¿El mejor drama romántico del año? Sí, sin duda.
El genio descansa después de firmar su obra maestra. En este caso el genio se llama Jacques Audiard y la obra maestra Un profeta. Este director y guionista francés tiene la maravillosa y poco inusual capacidad de llevar al espectador por caminos desasosegantes e inesperados sin saltarse la línea de lo verosímil ni desprestigiar tampoco el lenguaje de la ficción. Esto es: lo que vemos en una película de Audiar es cine con mayúsculas. De óxido y hueso no es perfecta porque el director decide conceder (al final) aliento a la historia, quizá por miedo al horror. No siempre es fácil llegar al final. Pero esta película de comienzo impecable se graba a fuego en tu memoria.
El tipo que no habla, el de complexión fuerte, pobre, de instintos animales y de carácter noble como un niño es el protagonista, el antihéroe elegido por Audiar e interpretado magistralmente por Matthias Schoenaerts. Qué difícil es interpretar sin palabras y qué necesarios son los actores con esa capacidad. La mujer atractiva, provocadora, violenta, con la costumbre de buscar problemas, con el vicio de evitar el gesto amable, la que casi se rinde, la que siempre se levanta tras un golpe tiene el rostro de la mejor Marion Cotillard. Ambos personajes se cruzan y tras un encuentro donde se respira complejidad instintiva (animal) siguen con lo suyo.
Audiard nos lleva por cada una de sus vidas desechas o a medio hacer y tras colocar la tragedia en la de ella llega el reencuentro. No como esperaría el espectador. Con un pulso férreo y una forma de contar las cosas entre la ternura y la incomodidad el director francés retrata un amor físico, un encantamiento gradual y un compromiso que llega tras una escena jodida donde las taras físicas consiguen amargar el paladar.
Y la película que era un drama se convierte en un romance para después pasar a ser una especie de thriller sobre lucha callejera. Y al final casi (ese casi es el único error) convertirse en un drama desgarrador. La narración de Audiard es la del Martin Scorsese de los 70’ con el realismo que siempre quiso y nunca pudo llevar a la excelencia Truffaut.
Cuando la elipsis se utiliza de la forma en la que lo hace este francés todo en este mundo cada vez más podrido parece mejor de lo que es.
Calificación: 8