Un mundo flotante a la deriva, incomunicación, belleza, fantasía y documental en “Dead Slow Ahead”
La ópera prima de Mauro Herce comenzó su andadura en el Festival de Locarno del 2015, donde ganó el Premio Especial del Jurado en la Sección Cineastas del Presente. Desde ese galardón, “Dead Slow Ahead” continúa paseándose por festivales de todo el mundo ganando multitud de premios y exhibiéndose en decenas de países. Su estreno comercial (en Francia y España) parecía no querer llegar nunca. Sin embargo, que este hecho vaya a producirse el próximo fin de semana demuestra que los festivales, grandes y pequeños, aún sirven para algo. Los premios, las ferias, los festivales, los mercados, etc, consiguen mover turismo, captar la atención de las distribuidoras y centrar la atención de una pequeña parte del público en películas cuya digestión probablemente necesite más tiempo que las palomitas dulces. Por encima de estas razones, algunas con más sombras que otras, siempre es positivo ver como una arriesgada obra documental de un director debutante consigue, tras un largo y dificultoso camino por este circuito, ganarse por méritos propios el llegar a su destino.
Es precisamente a su destino a donde parece no llegar nunca el enorme carguero que retrata “Dead Slow Ahead”. Fue en un ya lejano 2013 cuando Mauro Herce, conocido por sus trabajos en la fotografía, la cámara y la corrección de color de varias de las mejores películas del “otro cine español” como “Arraianos” (Eloy Enciso, 2012), “Slimane” (José Ángel Alayón, 2013) o la reciente “Mimosas” (Oliver Laxe, 2016), se montó a bordo del carguero Fair Lady para realizar este documental donde prima el retrato de las sensaciones y la atmósfera visual por encima de la pura información propia del retrato documental más académico. Así, mediante las imágenes, el realizador barcelonés se encarga de crear un relato cuyo avance hipnótico nos sumerja en un mundo aislado y fascinante junto con la tripulación.
Hacia la derivación fantástica de la imagen
Mediante un sobresaliente uso del apartado visual que sostiene todo el largometraje (qué fácil es hacerle entender al director de fotografía lo que el director quiere cuando ambos son el mismo), la cadencia de las imágenes que se suceden en torno a este carguero comienzan a adentrarse en el terreno de lo misterioso y lo intangible, como si fuesen creando un micromundo aislado del resto de la existencia, un barco fantasma cuya deriva no se asemeja con la del exterior. Así, nuestros ojos recorren mediante la cámara de Herce todos los recovecos de esta fastuosa máquina, prestando atención tanto al ardor de los gigantescos engranajes motores, a los tanques de mercancía o al cielo que cubre la proa. De esta forma, como si estuviéramos recorriendo una mansión encantada, el avance de las imágenes se va acercando cada vez más a los misteriosos habitantes del lugar, filmados desde la lejanía o a través de las ventanas. Finalmente, llega el momento de la unión de ambos mundos, de la realidad con lo intangible que las imágenes han captado con paciencia durante el viaje. No llegamos a ver el final del viaje del carguero, no parece que lo vaya a ver; solo el pequeño triunfo de sus habitantes, la tripulación, contactando con la realidad, con sus familias que, a través del teléfono, los esperan al otro lado.
Tras todo esto, vemos claramente cuál es la principal cualidad de esta interesante propuesta, que algunos podrían erróneamente confundir con la de una simple serie de bellas postales marinas. Herce, por encima de todo y contradiciendo lo anterior, demuestra con su primera realización como se puede filmar un documental y conseguir, solo mediante imágenes, contar un relato lleno de fantasía, no a través de la historia, sino a través de la atmósfera creada, más bien capturada. No seré el primero ni el último en recordar, para terminar, eso tan trillado, tan bonito y tan escaso que decía algo como que “El cine es hacer visible lo invisible”.
Trailer de «Dead Slow Ahead»