Por fin llega “Dioses (Bogowie)”, la película más taquillera de Polonia y ganadora de siete premios de la Academia de Cine Polaca de 2015.
Una ambientación y puesta en escena espectacular a la par que sobria
La película, basada en hechos reales, narra las dificultades y las vicisitudes del doctor polaco Zbigniew Religa el médico que realizó el primer transplante de corazón en su país natal. Y por los modos narrativos usados por su director Lukasz Palkovski y la calidad del trabajo realizado entendemos perfectamente los motivos del éxito de “Dioses” en Polonia. Empezando por la ambientación, marcadamente ochentera con esas luces tenues y apagadas ese aspecto entre sórdido y rural de los espacios filmados, y acabando por la dirección de actores y la soberbia elección de planos, Dioses es no una obra maestra, pero sí una película que hace del biopic médico, un género oscuro y complicado de llevar al cine, un nuevo arte. Y todo siguiendo paso a paso la sobriedad narrativa y los recursos más clásicos del cine.
Lukas Palkovski, en su tercera película, y abandonado con ella sus anteriores trabajos centrados en la comedia, nos plantea una reflexión sobre el poder que los médicos tienen sobre la vida y la muerte, colocándose a veces en un pedestal casi a la misma altura que Dios. Ellos son el poder, pero en realidad sólo son hombres que intentan salvar vidas porque este es el bien más preciado sobre la tierra. Su omnipotencia no es más que un espejismo que necesita de curas de humildad para poner en perspectiva su importancia. Esa es la tesis que el director polaco quiere imprimir en la manera de contarnos la vida de este héroe polaco en unos tiempos y en unos espacios en los que el fervor religioso, la sombra de un comunismo que empieza a perder su poder, y la fe en la ciencia, que no en el cientificismo sobrevuelan constantemente la película.
Dioses, esta estructurada como la clásica película de superación personal de los 80 de la era Reagan y, aunque es casi randiana y muy cercana en estructura a una novela como “El Manantial”, no deja de ser un ejemplo de derechismo bien entendido como motor fílmico. Empieza con la decisión del doctor Religa de abandonar a un hospital anclado en el pasado, impermeable al cambio y a las nuevas ideas que llegan de fuera que permiten, todavía de modo experimental, abrir nuevas vías quirúrgicas que permitan que los transplantes de corazón sean la norma para que pacientes prácticamente desahuciados tengan una nueva oportunidad. Así, cansado de que la vieja gerontocracia médica le impida ejercer todo su potencial, decide abrir una nueva clínica en un pequeño pueblo alejado de Varsovia y la burocracia estatal donde podrá desarrollar y realizar esas operaciones a corazón abierto.
Una estructura clásica y convencional como soporte para un tremendo trabajo interpretativo
La estructura, en forma de clásico biopic, donde hay éxito, caída, epifanía y resurrección en la que finalmente el mundo se rinde ante el éxito del que se arriesga y se sale de la norma y lo establecido llegando a su pleno potencial como individuo, pese a conocida sigue funcionando como un tiro, sobre todo por la maestría fílmica que demuestra Pakolski. Éste consigue que la película, pese a durar dos horas, y a centrarse en una acción meramente verbal, atrape y mantenga al espectador atento ante lo que se le está contando. Para ello tiene una importancia capital Tomasz Kot, el encargado de dar vida al doctor Religa. Su desgarbado aspecto, su manera compulsiva de fumar y su impecable encarnación del médico polaco, en definitiva, son la pieza que consigue dotar de personalidad lo que, en el fondo no es más que un armazón que han de animar los actores que trabajan ahí. Incluso las breves apariciones de la esposa del doctor interpretada por Magdalena Czerwinska, que es el contrapunto del mismo, es decir, una mujer resignada a su papel como algo que el doctor tiene aparcado mientras es él el que cobra todo el protagonismo. Porque ella asume plenamente que su trabajo es el de un Dios que se dedica a salvar vidas sustituyendo, al Dios de la católica Polonia.
No es de extrañar que Dioses se haya convertido en el fenómeno que ha sido en Polonia. Con más de 2’1 millones de entradas y arrasando en los premios de la Academia Polaca. A veces pretendemos buscar grandes obras en grandes puestas en escena, en diseños de producción exagerados y sobrecargados, en estructuras narrativas extrañas y demasiado arriesgados y que a suelen ser producto de un narcisismo onanista por parte del que de las lleva a cabo que de la voluntad de narrar, de explicar algo. Pero películas como “Dioses” son la confirmación de que el sistema clásico, de que la estructura mil veces usada, de que la narración canónica, si está hecha con maestría, con actores que se dejan la piel y con un guión de hierro, no está muerto y sigue teniendo mucho que decir.
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