El artista y la modelo es una argucia complicada y exigente. Lo nuevo de Trueba, junto con Jean-Claude Carrière habla sobre una intención de representar lo bello y lo natural (lo panteístico incluido) en un contexto de guerra y vejez. Su director dice de ella que está hecha sin pudor ni correcciones comerciales. Es la película que quería hacer, por tanto es autoral. Mimada y calculada, nos cuenta la historia de un disimulado Aristide Maillol (pintor y escultor de tendencia clásica) y su relación con la modelo Dina Vierny, tiene reminiscencias de la obra de Jacques Rivette y de Jean Renoir, con un ritmo muy lento y apenas diálogos, está rodada en blanco y negro y en francés, y no cuenta con música en la práctica totalidad de la obra salvo en un par de minutos antes del final de la cinta.
Como hemos visto en momentos anteriores, Marc Cros (Jean Rochefort) sólo trabaja cuerpos de mujeres, ya que, como él dice en uno de los pocos momentos (y muy deseados) en los que charla con la joven a la que ha acogido en su estudio, “el cuerpo de la mujer es una de las pruebas palpables de la existencia de Dios” . Por ello El artista y la modelo es otra cita más que nos convierte en un espectador dominante, como si por medio de nuestra mirada fueramos capaces de lograr el sometimiento de la figura femenina. El personaje de Mercé (Aida Folch), que frente a cualquier otra conjetura, lo cierto es que es un ente totalmente pasivo. Es aquí un objeto donde colocar la mirada, y ver algo mucho más importante que su persona, vemos el retrato de lo que es una mujer. Incuso algo que va más allá, porque no es una Mujer, sino la producción de la Mujer como fetiche en el universo culturalmente patriarcal donde todos aceptan sus roles con gusto.
Si la dama Emile convence a la joven (que en verdad tampoco tiene otra oportunidad real de supervivencia) de que pose frente al buen artista, si este la trata con amabilidad (una pobre chica de campo que no entiende el arte pero ha tenido la suerte de nacer con un buen cuerpo) mientras hace decenas, cientos de bocetos y esculturas una y otra vez buscando esa inspiración que no llega, y si ella acaba amansándose y sintiendo placer de estar desnuda todo el tiempo (de casi dos horas de película la verás desnuda hora y cuarenta minutos, que uno se acaba conviertiendo un poco voyeurista) no nos sorprende que haya triunfado la confianza, lo intelectual y lo genial. La conclusión es que la repetición de este hábito de construcción en serie del objeto en cuestión (la figura femenina) lo convierte en un fetiche estereotipado. Y en este sentido la institución cultural, representada por el Artista, domestica al objeto elegido hasta convertirlo en uno que evoque placer. Curiosamente cuando en esta historia ese placer llega, el artista desea sexualmente a la modelo, modelo a la cual por medio del contexto socio-éconómico de la narración en parte posee mientras nos preguntamos: ¿dónde está la linea entre la relación paterno-proteccionista de un maestro y su aprendiz y la conquista sexual de quien está capacitado para dominar al otro?
Por supuesto esta interpretación no tiene nada de extraño ni tendría por qué ser malo. Es un guión escrito desde la buena intención, ambientado en una época en la que las cosas eran así (los tiempos pasados en la ficción como excusa para parapetarse en discursos retrógrados y dañinos) y tratado con la suficiente delicadeza (en realidad sutileza) como para que las piezas encajen y no molesten en la narración. Lo hermoso, lo natural, lo artistico (¡pardiez!) como un paréntesis en estas carteleras colmadas de superproducciones capitalistas (o visto de otra forma, películas que puedan gustar al público).
Un blanco y negro que agrada, un ritmo sosegado (pero interferido por salidas incómodas a ratos), una ausencia de música que funciona como una atmósfera en la que acecha espectante la tentación (la ausencia de sonido como separación discurso-corporal de los protagonistas) y una permanente mujer cuyos movimientos están medidos y dirigidos por lo que le place al hombre (perdón, al artista) es una historia que, como han dicho otros ya, es el mejor Trueba desde Belle epoque, y una historia que frente al actual cine autoral posmoderno (pienso ahora en el Aronofsky del Cisne Negro) es una película que rechaza la novedad para anclarse en un pasado que a muchos complacerá y emocionará.
Frases destacadas:
Marc: Tiene los pechos como pequeñas pirámides, eso me gusta.
Marc: Los hombres somos unas malas bestias, no se puede esperar nada de nosotros.
Marc: Escucha bien, ya que te pago que sea para algo.
Emile: Trabaja sobre todo con mujeres, y tienes el cuerpo que le gusta, lo sé.
Emile: No estés preocupada, mujer.
Asistenta: Es un buen hombre, aunque sea un artista.
Calificación: 5.5