El director de la celebrada «Despedidas» nos entrega una floja superproducción incapaz de emocionarnos
Con la nominada la Oscar «Despedidas» (2008), Yojiro Takita demostró cierta sensibilidad en el mundo nipón con el tema de la muerte. Algo muy tratado por otra parte en gran parte de la filmografía japonesa, destacando en estas últimas décadas cineastas como Naomi Kawase entre otros. Mientras que aquel filme abordaba la repulsa de la vecindad hacia su protagonista principal, un maquillador de cadáveres, «El cocinero de los últimos deseos», al menos en primera instancia, invierte los papeles. Lo hace porque en la primera película, el personaje de la cinta encarna empatía y buenos valores, siendo los demás quienes actúan de manera fría e impersonal con él. En la segunda, es el rol principal quien se muestra distante y cortante con el resto del mundo, aun haciendo una gran labor. Pues se trata de un cocinero que prepara la comida recordada de la infancia por aquellos moribundos antes de fallecer. Una tarea que tan solo realiza por dinero, sin importarle lo más mínimo los sentimientos de quienes contratan sus servicios.
No obstante, esta premisa que visualizamos en el prólogo, no tarda en diluirse hacia una trama principal que casi nada tiene que ver con lo visto en los primeros diez minutos de la cinta. El prólogo pierde importancia en incluso su protagonista es eclipsado por la verdadera historia que nos contará esta película basada en una novela de Keiichi Tanaka. Tras conocer su siguiente encargo, donde es enviado a Pekín, se le ordena por una cantidad indecente de dinero que investigue las recetas del magnánimo banquete imperial japonés en Manchuria anterior a la IIGM. Será a partir de entonces que nuestro personaje será enviado de un lugar a otro con tal de reconstruir la historia abarcada en ese periodo. Inicia sus pesquisas en busca de testigos emulando una especie de «Ciudadano Kane» aunque de una manera mucho más caprichosa y aleatoria. Entre medias, se nos intercala, explicado por lo que parece ser su único amigo, el motivo de su desdicha. Siendo excesivamente perfeccionista, el no querer entregar ningún plato que no supere sus estándares de calidad, su negocio quebró, lo que le llevó a acumular muchas deudas. Por otro lado, el flashback, nos lleva a Manchuria para cruzar diversas culturas. Chinos, japoneses, manchues, rusos e incluso judíos se verán obligados a convivir en un tiempo de lo más convulso. Para ello, la dirección presumirá de un gran diseño de producción y de vestuario, una superproducción en toda regla en la que desgraciadamente no se podrá disimular cierto aroma a cartón piedra en los decorados.
La idea entera del filme girará sobre la utilidad de la creación culinaria como elemento de unidad dentro de las distintas culturas. La paz entre diversas razas se hallará en la pasión por la comida. Lo cual se materilizará de manera un tanto inverosimil, con personajes que representan el mero estereotipo. Tampoco ayudarán las contantes sobreactuaciones de todo el elenco. Y mucho menos una machacona banda sonora lacrimógena y un montaje intencionadamente emotivo incapaz de hacernos padecer o empatizar por los personajes. La resolución final de la historia, de no haber sido narrada de manera tan atropellada y facilona, podría haber supuesto un duro golpe en el espectador. Sin embargo, son tantas las costuras que se muestran de este trabajo tan poco refinado, que todo esfuerzo por introducirnos en su drama se vive con hastío e incluso con algo de desesperación.
Frases destacadas:
«Cuando pruebo un nuevo sabor, nunca lo olvido»