El entierro prematuro es uno de los relatos más perturbadores de Edgar Allan Poe. El escritor navega entre la realidad y la ficción, jugando con lo veraz y la verosimilitud, y se marca unas espeluznantes historias de gente, como tú y como yo, sepultada a dos metros bajo tierra por error… cuando todavía no habían fallecido. No es su texto más conocido pero sí uno de mis favoritos. El segundo párrafo, cuando empieza ya a entrar en materia, va así:
“Ser enterrado vivo es, sin ningún género de duda, el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal. Que le ha caído en suerte con frecuencia, con mucha frecuencia, nadie con capacidad de juicio lo negará. Lo límites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e indefinidos… ¿Quién podría decir dónde termina uno y dónde empieza el otro?”
Meterse a ver El enigma del cuervo es un poco como entrar, por cuenta propia, en un cuento de Poe. Pero en el mal sentido, en el sentido de cavar una fosa y echarnos varios kilos de tierra húmeda encima. Entrar en la sala de cine supone adentrarse en un mausoleo donde las luces se apagan y la oscuridad te envuelve en la incertidumbre previa al paso al Más Allá. ¿Habrá Cielo, Infierno, ninguna de las anteriores o todo lo contrario? Purgatorio, más bien.
La idea de ver a un Edgar Allan Poe a la Guy Ritchie (¿Qué me dices de esa perilla, Robert Downey Jr.?), investigando pistola en mano una serie de asesinatos inspirados en su propia obra, resultaba cuanto menos intrigante. La revisión de los intocables o se hace a lo bestia o no se hace; no queremos medias tintas: si te metes en el marrón de que John Cusack interprete al legendario y venerado escritor estadounidense te metes hasta el cuello. Pero El enigma del cuervo no explota sus posibilidades. Estamos ante una cinta policiaca en la que la investigación y los razonamientos para atrapar al asesino no tienen un peso sustancial en la aventura, que se pierde en escenas de acción que en lugar de llegar hasta sus últimas consecuencias solo rompen el ritmo que habían marcado las pesquisas anteriores. Así camina la película, renqueante, en tierra de nadie, con cambios de ritmo tediosos que se alargan hasta las dos horas de metraje.
Es una pena, porque los primeros minutos casi parecen proponer una serie b televisiva que bien podría haber salvado los muebles de haber tenido un guion interesante. Pero el guion es tristón, pobre, lleno de lagunas y apenas sí despierta algún tipo de interés al lector de Poe saber a qué relato se hará referencia en los siguientes minutos… aunque aquí el seguidor del autor puede detenerse a contabilizar todos los errores que se comenten relativos a su obra. Estaría feo sacar a colación a Roger Corman pero la comparación es inevitable entre, por ejemplo, la pobre secuencia que dedica El enigma del cuervo a La máscara de la muerte roja y la película de los años sesenta. Inevitable y odiosa.
En algún lugar más allá del espacio y del tiempo, en la imaginación de algún lector de obras de terror, E. A. Poe le da la mano a H. P. Lovecraft. Ambos se miran entre tristones y divertidos. “Todavía queda mucho siglo por delante. Alguien habrá por ahí que acabe por adaptarnos correctamente”.
Frases destacadas:
Fields: “Este asesinato me resulta familiar”
Edgar Allan Poe: “Invitaré a aquel que sepa continuar: ‘y el cuervo dijo…’”
Parroquiano: “¡Nunca más!”
Edgar Allan Poe: “Acabe como acabe esto, le mataré”
Egar Allan Poe: “Que Dios se apiade de mi pobre alma”
Calificación: 3
Realmente es una ocasión perdida. Mediocre film.