El francés Jean-Pierre Jeunet adapta la novela de Reif Larsen para retomar su mundo de fantasía con un viaje protagonizado por un niño superdotado de 12 años, miembro de una familia que vive en un rancho de Montana, y al que le conceden un importante premio científico.
Un viaje colorido y amable
Cuando nos referimos a directores como Wes Anderson, Tim Burton, Guillermo del Toro o Jean-Pierre Jeunet es imposible desligarlos de sus mundos en los que la escenografía representa uno de los pilares básicos de su forma de entender el cine. Coloridos, oscuros o lumínicos, sus sets son una hipérbole constante de toda su fanatasía, que influye recíprocamente en la evolución de sus personajes y en la manera en la que el espectador los concibe. Una libertad creativa, influida por la estética del cómic, dando como resultado títulos de marcada personalidad artística en los que la onírica contribuye a la creación de una mirada diferente y libre de pretenciosidad. A pesar de no contar con una trayectoria dilatada, como los otros directores citados, el francés Jean-Pierre Jeunet ha conseguido confeccionar un imaginario reconocible por su estética en el que la imaginación y la realidad se difuminan con una narración de marcada simplicidad, casi de fábula, donde sus protagonistas tienen una concepción infantil e inocente con respecto a su entorno. De este modo, podemos observar cómo sus obras magnas, Amelie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain; 2001) y Delicatessen (íd; 1991) encuentran su extensión en la brillante El extraordinario viaje de T.S. Spivet, una cinta de excelente factura visual y que cuenta con el optimismo como principal impulsor en su discurso formal.
La imaginación como único movimiento perpetuo
Siguiendo la cromática tan aplaudida de Amélie, Jeunet se aleja del mundo urbano para explotar la belleza de la naturaleza a través de ostentosos angulares, infografías y barroquismo tridimensional, ofreciendo así una historia protagonizada por una familia que parece vivir un estado inmutable de ensoñación. Compuesta por un padre anacrónico estancando en el viejo oeste, una madre (Elena Bonham Carter) cautivada por el inabarcable microcosmos de los insectos, una hermana prendada por la superficialidad de los concursos de belleza y un pequeño genio abnegado tras la traumática muerte de su hermano mayor. Las búsquedas inconclusas, los sueños inalcanzables y la resignación silenciosa son los mimbres en los que se sustentan una familia disfuncional que parece subsanar sus vacíos tras el viaje emprendido por T.S. para ser galardonado en Washington D.C. al haber creado una máquina de movimiento perpetuo. Durante este trayecto, se encuentra con personajes secundarios tan edificantes como enriquecedores para un subtexto que ayuda a comprender las verdaderas intenciones de Jeunet, que no es otra que la solapación de la imaginación como único motor inalterable en detrimento de la razón y de una ciencia caduca e incapaz de trascender más allá de un parpadeo en la historia. La frustante obsesión científica por dejar su huella a través de la creación no es más que un acto etéreo comparado con el inamovible poder de la mente que pone sobre la mesa Jeunet. Ahí es donde su colorista mundo, condicionado por los trucos expositivos y estéticos del 3D, sugiere una libertad lírica acorde con las intenciones de un filme que abraza lo insólito como algo palpable y emotivo. Los peros llegan cuando ese objetivo se reitera y sus trucajes quedan manidos confiando en que su ligereza no sobrepase la línea de la tonta y edulcorada película familiar.
Una fábula enemiga de la acotación
La sensibilidad (y sinceridad, importante) con la que interactúa T.S. con el mundo (de cuento) que presenta el director francés le permite escribir a éste un interesante discurso en el que cabe aquella paradoja sobre el ser humano y su persistente búsqueda de líneas rectas en una naturaleza sin fronteras. Como ocurre con la imaginación. Una constante presentada en distintas conversaciones y que es complementada con el rechazo a la acotación falseada de la realidad vertida en populares realities y talk shows amarillos que campan a sus anchas en el prime time estadounidense. Una televisión morbosa y catalizadora que muestra un mundo que no es y en el que los abrazos y las lágrimas son el reclamo dentro de su apuesta por la impostación (cuando vean la película sabrán de lo que hablo. O si zappean unos minutos por determinada programación, lo mismo da).
El extraordinario viaje de T.S. Spivet es un magnífico ejemplo en el que la sencillez logra sus cotas de creatividad más altas al ser envuelta dentro de una una bonita (sí, bonita) historia sobre la familia y la libertad. Un ejercicio visual exquisito en su ejecución y en su disfrute.
Tengo muchas ganas de ver esta peli. Micmacs me hizo pensar que se había recuperado después de las edulcoradas Amelie y Largo domingo de noviazgo. Imposible superar la maravillosa LA CIUDAD DE LOS NIÑOS PERDIDOS, una de las mayores obras maestras del cine fantástico mundial.