Clint Eastwood vuelve a la carga con un brillante y controvertido biopic centrado en el francotirador más letal de la historia militar norteamericana.
Cuando una leyenda retrata a otra leyenda
“The Legend”; así apodaron durante sus años en activo y apodan hoy día, cuando se cumplen dos años de su fallecimiento, a Chris Kyle, un cowboy tejano reconvertido en el que es considerado el mejor y más letal francotirador de la historia militar norteamericana. Era cuestión de tiempo que su apasionante periplo bélico durante el conflicto iraquí post 11-S, recogido en su autobiografía “American Sniper”, diese el salto a la gran pantalla; y quién mejor que otra leyenda, esta cinematográfica, como Clint Eastwood, para firmar un largometraje tan brillante y refinado en forma como carente de cualquier atisbo de la personalidad de un autor que, si bien no impregna la obra con su sello propio, es capaz de generar riadas de controversia en aspectos alejados de lo puramente fílmico.
“American Sniper” —“El francotirador”— demuestra que Eastwood, a sus 84 primaveras, continúa estando en plena forma. Este filme, a medio camino entre el biopic, el western contemporáneo, y el género bélico al uso, no sólo supera con creces la notable decepción que supuso “Jersey Boys” —estrenada también en 2014—, sino que se alza por méritos propios con el título de mejor película del director desde que, hace ya una década, firmase las joyas de la corona de su filmografía posterior al año 2000: “Million Dollar Baby” (2004) y, especialmente, “Mystic River” (2003).
La excelencia formal frente a la ambigüedad ideológica
La pericia del “hombre de una sola toma” detrás de la cámara permanece intacta, mostrando la misma precisión y el cálculo casi matemático a la hora de planificar y narrar una historia, como la que ya demostró poseer en su debut en la realización “Escalofrío en la noche” (1971). Refinada por el tiempo, la sabiduría de Eastwood le ha convertido en una suerte de cadena de montaje viviente cuya eficiencia es su mejor carta de presentación. De este modo, el cineasta, siempre económico con sus recursos, consigue emocionar a través de una relativa austeridad visual sirviéndose de su mejor arma: un espectacular y mimado trabajo en la dirección de actores que brinda la que es, con creces, la mejor interpretación de la carrera de Bradley Cooper.
La combinación del pulso de Eastwood como narrador y el estremecedor trabajo de Cooper frente a la cámara emociona, asusta, apasiona, y pone los nervios a flor de piel cuando el filme abandona el drama más interno y psicológico para situar el centro de atención en el campo de batalla, equilibrando ambos elementos a un nivel similar al que Kahtryn Bigelow empleó en “La noche más oscura” (2012). El principal problema de “El francotirador” se encuentra en las antípodas de lo estrictamente cinematográfico, y es que el relato sobre el sentido del deber, la lealtad, el patriotismo, y los devastadores efectos de la guerra sobre el ser humano, termina instalándose en un limbo ideológico originado por la falta de posicionamiento del director, limitando su trabajo al de mero observador.
La falta de un discurso sólido y personal por parte de Eastwood, favorece la aparición de un desconcierto que impide discernir si “El francotirador” se mueve en el terreno de la propaganda militar más obscena y nacionalista o, si por el contrario, supone un ejercicio de profundo carácter antibelicista. Donde en “Sin perdón” puede apreciarse la metamorfosis de un William Munny al que la violencia transforma en alguien similar a los criminales a los que intenta dar caza, en el caso de Chris Kyle esta tesis queda extremadamente diluida entre barras y estrellas, lastrando hasta límites insospechados a un filme que, dejando de lado la ambigüedad ideológica y la asepsia con la que se relata, se encuentra a un nivel de calidad envidiable.