Alberto Rodríguez nos lleva al turbio pasado reciente de la Historia española para contar una excelente película de espías, que abunda en el retrato de las cloacas del Estado.
Alberto Rodríguez, tal y como ya ha mostrado en «La Isla Mínima» (2014) o «Grupo 7″ (2012) cuenta con una interesantísima particularidad que es, además, la que le dota de su capacidad de saber escoger el cómo contar cada historia. Sabe lo que quiere contar, qué temas quiere enfatizar por encima de otros y sabe, perfectamente, manejar la narración para que ese cómo haga destacar el qué. Con «El Hombre de las Mil Caras» (2016), Rodríguez vuelve a demostrar que sabe manejar los modos y las formas de todo aquello que quiere contar. Hay un detalle revelador en torno a ese respecto ya desde el inicio de la película: Jesús Camoes (José Coronado), el hombre que en realidad no existe y que encarna la figura del espectador (también conocido como nosotros, el público) que contempla de primero mano los hechos narrados, ya nos avisa del planteamiento de esta adaptación del libro del periodista Manuel Cerdán (uno de los mejores cronistas de los trapos sucios de los gobiernos españoles de los últimos años): “Ésta es una historia real, pero como todas las historias reales contiene alguna mentira porque ésta es la historia de un mentiroso”. Y esto es lo que veremos en esta película en la que nunca sabemos quién dice la verdad y quién miente, y lo único que tenemos en claro es que todo relato sólo aporta una parte de verdad, la de quien la narra.
Una historia de hijos de puta
Apostar por la figura de un personaje que en realidad no forma parte de la historia le sirve a Rodríguez para crear y dar forma a esa narración en off omnisciente que necesita este relato. Esta decisión consciente se justifica como manera de integrar y cohesionar la historia de Francisco Paesa (Eduard Fernández), uno de los trabajadores del CNI más relevantes de esa época, y de Luís Roldán (Carlos Santos), el exdirector de la Guardia Civil que se llevó 1500 millones de pesetas de los fondos reservados porque robar es lo que «hacía todo el mundo» tal y como revela una escena de confesión emocional en el que vemos como Roldán no es que sea una «rara avis», sino que simplemente estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado y que simplemente pagó el pato de un sistema que era corrupto ya desde sus primeros momentos tal y como el GAL, Filesa y los diversos escándalos que asolaron al último PSOE de Felipe González, nos mostraron. La existencia de Camoes evita a Rodríguez posicionarse y a adaptar ese punto equidistante que necesita esta historia de hijos de puta.
El único problema que hace que esta no sea un largometraje sobresaliente, sino de notable alto, es un problema de ritmo en algunos momentos de la trama que lo único que hacen es redundar sobre lo mismo, dando un par de circunloquios que alargan el desarrollo de la película hasta las dos horas cuando con unos 90 minutos y un par menos de secuencias, hubiera sido perfecta. Por citar un ejemplo, se redunda demasiado en la esposa de Paesa sobre explicando demasiado una idea ya mostrada, cuando con dos secuencias, la inicial y la final, se explica lo mismo sin ralentizar la trama, sobre todo porque la acción no es visual sino dialogada en el 95% del metraje, pese a que la fotografía y las decisiones de cámara son plenamente narrativas y sirven para mucho más que la descripción visual, complementando perfectamente la excelente labor interpretativa de Eduard Fernández y de Santos.
Como también es innecesaria la presencia de un Belloch interpretado (y que por culpa de maquillaje a veces parece un personaje de Joaquín Reyes, al igual que Roldán, pero la perfecta interpretación de Santos hace que se obvie a las dos escenas) cuando su presencia hubiera sido mucho más efectiva a través de los recortes de prensa o de las apariciones en los informativos facilitando el desarrollo más fluído de la historia. En este sentido de la fluidez y de a capacidad narrativa hay que hacer hincapié en la excelente labor de la banda sonora del ya habitual Julio de la Rosa que, partiendo de variaciones de un mismo tema, sabe enfatizar los momentos de tensión, contraste e incluso humorísticos, necesarios para dotar de profundidad dramática a cada escena, a cada secuencia. Lo mismo hay que decir del estupendo trabajo de fotografía y planificación de Alex Catalán que sabe contar con los tonos de gris, de luces, de simetría, de encuadres, con la narración en la que es el plano presentado por Catalán y no otro, el único que sirve para explicar lo que estamos viendo en pantalla de la única manera posible.
Un exorcismo de uno de nuestros periodos más turbios
Eso sí, el guión a 6 manos entre Rodríguez, Rafael Cobo y el propio Cerdán es un ejemplo perfecto de como se pueden adaptar episodios turbios de nuestra historia de una manera que satisfaga e incomode a todos, sea cada uno de la ideología que sea, porque las buenas historias tienen el deber de ir más allá y ejercer de catarsis nacional, algo que como sociedad todavía nos cuesta hacer, ya que todavía nos falta la película definitiva sobre la Guerra Civil, sobre ETA, sobre el GAL, sobre la Transición, sobre Alcàsser, sobre tantas y tantas cosas, del mismo modo que «La Huella del Crimen», sirvió para la generación que era adulta en los 80 como catarsis de algunos de los crímenes más horrendos de nuestra historia y sobre todo, de la pena de muerte y el garrote vil. Tal vez, la próxima de Rodríguez se atreva a ir en esa dirección, porque lo cierto es que la historia de Paesa y Roldán ya ha sido contada en esta «El Hombre de las Mil Caras»
Frases destacadas
- Jesús Camoes: “Ésta es una historia real, pero como todas las historias reales contiene alguna mentira porque ésta es la historia de un mentiroso”
- Francisco Paesa: «Deberá confiar en mí»
- Luís Roldán: «Correcto»
- Luís Roldán: «Yo sólo hice lo que hacía todo el mundo»
- Francisco Paesa: «Debería desaparecer del mapa, fingir su muerte»
Trailer oficial