Filme maniqueo y moralizante que busca denunciar la tensión existente entre cristianos y palestinos en Líbano
Nominada al Oscar a mejor película de habla no inglesa, nos llega «El insulto», una cinta libanesa dirigida por Ziad Doueiri más cargada de buenas intenciones que de valor cinematográfico.
«El insulto» es sin duda una cinta cuyo objetivo es mucho más aleccionador que otra cosa. Una propuesta que se basa en la fuerza como altavoz político que supone el cine a la hora de difundir mensajes que en su esencia artítica como tal. Y es verdad que el objetivo de reconciliación nacional que propone es loable, pero no por ello debemos pasar por alto el nivel de maniqueísmo y los estereotipos que maneja el relato con tal de lograr sus fines.
El odio
Doueiri busca confrontar dos realidades que coexisten dentro de un mismo espacio. Su intención es la de mostrar el inevitable choque que sufren los cristianos libaneses guiados por mensajes xenófobos de sus líderes políticos (lo cual es especifícado desde sus primeros compases) con una población palestina ilegal que huye de la represión vivida en su país sin Estado natal. La idea de culpar al extranjero por su origen étnico como fuente de todos los males de un país, un planteamiento que no solo asola a Europa sino que, como podemos ver en esta película, también se vive dentro del mundo árabe. En este contexto nos muestra a Tony, un hombre de 46 años obsesionado con la expulsión de los palestinos y Yasser, un jefe de obra refugiado destinado a reparar los canalones ilegales de un vecindario. El primero moja al segundo sin querer al regar las plantas. Cuando le informan que ese canalón que da a la calle es ilegal, se niega a colaborar con los obreros. Cuando estos lo arreglan sin su consentimiento, destroza el arreglo a martillazos, llevándose un insulto del palestino como consecuencia.
Este incedente será el punto de partida que sirve como excusa para llegar a la violencia física y al delito de odio. A partir de aquí, el filme pretenderá abordar la totalidad del conflicto del país, llevando el caso a juicio y convirtiendo esta agresión, física de uno, verbal del otro, en asunto estatal que levantará el fervor violento de las distintas partes implicadas. El problema radica sin embargo en cómo el cineasta lo refleja. Mientras que Tony es descrito como un ser violento, obseso, obcecado y vanidoso, el palestino es reflejado a partir de una mirada respetuosa y calmada. Uno pierde los papeles ante los jueces mientras que el otro se niega a repetir las desafortunadas palabras del primero en el estrado. Además, Yasser también se muestra contrario a según que tácticas de la defensa en su juicio cuando entiende que esas estratagemas implican a terceros. El juicio por su parte también se torna un espectáculo cargado de clichés, mientras que a Tony le defiende un hombre mayor sin escrúpulos, a Yasser lo hace una mujer joven que decide apoyarle honestamente cumpliendo su rol de dotar al filme de un empaque aun más progresista. Una puesta en escena y un desarrollo de los acontecimientos cuyo único objetivo es del llegar a un punto claro, el nacimiento del odio y el contexto en el que se mueve, así como la hermandad e igualdad entre seres humanos. Un objetivo como decíamos del que cualquiera sería partícipe, pero cuya manera de abordarlo se aleja de cualquier atisbo de verosimilitud y tan solo nos deja un mensaje masticado por la mirada sesgada de su realizador.
Frases destacadas:
- «Capullo de mierda»
- «Ojalá Ariel Sharon hubiese acabado con todos vosotros»