Nobuhiro Suwa se vale de Jean-Pierre Léaud para transitar entre el recuerdo y la infantil espontaneidad del cine para entregarnos una obra tan aparentemente sencilla como complejamente hermosa
El japonés Nobuhiro Suwa siempre ha focalizado su campo de estudio cinematográfico sobre la dualidad, valiéndose de la eterna disputa entre masculinidad y feminidad en pareja y el rol que ambos aportan a una relación viéndose afectados por el entorno que los rodea. Es por eso que ·«El león duerme esta noche», su último largometraje tras ocho años de ausencia en el panorama internacional, nos sorprende por postularse como una evolución complejísima e inspirada de esta idea llevada a unos terrenos más difíciles de abordar. Y es que Suwa regresa de nuevo a la metarreferencia cinematográfica, rodando un propio rodaje e incluso citándose él mismo a su anterior trabajo «Yuki & Nina» (2008). Pero aquí la búsqueda del nipón es más ariesgada. Por un lado utiliza a un pilar del cine como es Jean-Pierre Léaud. Lo usa como un arquetipo de sí mismo, como el reputado actor que es. Por otro lado, se aprovecha de su vejez en la confección del personaje fuera de cámaras como una mente maltrecha a medio camino entre el temor a la muerte y los recuerdos del pasado. Como Albert Serra en «La muerte de Luis XIV» (2016), transfigura el icono cinematográfico dotándole de humanismo a través de su fragilidad tanto física como mental una vez ya ha entrado en la tercera edad.
Con ello Suwa apela a la magia del cine. La cinta se abre con un plano secuencia que muestra el caos que se origina en un set de rodaje ante la ausencia de una de las estrellas del filme que están rodando. Se crea a partir de esto un pequeño break de unos días en las que Jean se ausentará de su profesión y donde Suwa focalizará su mirada. A través de los juegos de espejos, el cineasta nos llevará como a la Alicia de Lewis Carroll, de un plano mental a otro. Con la irrupción del primero de ellos Jean se desnvincula psicológicamente de su trabajo tras hablar con el director. La cinta se torna entonces aun más contemplativa en el viaje individual del protagonista hacia la casa donde se desarrollará gran parte del relato. Es a través del segundo espejo, el de la habitación azul, que la película traspasa la realidad para materializar físicamente la ensoñación irreal del subconsciente. También será el reflejo, en este caso el del lago, el que dará fin a esta aventura emocional en los recuerdos de Jean.
La segunda figura que encarna la dualidad que anteriormente comentábamos siempre presente en la personalidad del realizador, es en esta ocasión un preadolescente. Ante la decadencia de la senectud, él junto a un grupo de niños del pueblo representarán la vitalidad y las ganas por aprender. La vieja estrella del cine sumido en sus propias ensoñaciones perderá facultades a la hora de hacer cine, pero serán ellos cuyo entusiasmo con su película amateur demostrarán que el cine es cuestión de actitud. Y es quizás en las palabras de Jean sobre la vivacidad de estos muchachos donde reside el más hermoso alegato de la película. El entusiasmo con el que halaga la felicidad con la que han rodado algo sencillo y a la vez acorde con su idea esencial se torna una metáfora del propio Suwa. Su estilo a simple vista sencillo, esconde en la complejidad psicológica de sus imágenes un sinfín de emociones variables. El uso inteligente de la paleta cromática y el simbolismo de sus imágenes nos dejan un lienzo bien pulido donde lo sugerido es más palpable que lo real. Suwa nos habla con sutileza en última instancia del contraste entre la vejez y la pérdida de facultades, así como de la recreación mental de los recuerdos más vívidos del pasado, con una juventud que debe enfrentarse a su momento presente como resultado natural de su crecimiento. ¿El nexo común entre dos mundos tan cambientes? El cine.
Frases destacadas:
- Jean: «Es sencillo. Es sencillo y es bello. Se nota que le habéis puesto pasión, habéis disfrutado con ello»
- Jean: «La muerte…es un encuentro«.