Lucía Puezo desembarcará en la alfombra roja de los Oscars con esta, su tercera película, que ya paseó por Cannes y San Sebastián con la sensación de haber hecho un gran trabajo cinematográfico a partir de los mimbres de Wakolda, novela en la que se basa el filme, escrita también por la realizadora argentina.
Memoria Argentina
Recientemente mostré mi pesar por la fallida cinta Mi primera boda, protagonizada también por Natalia Oreiro, que me dejó un amargo sabor cinematográfico a sabiendas que el cine argentino da mucho más de sí, que sus costuras aguantan mejor la presión, y que el buen cine que siempre ha caracterizado el sello argentino merecía pasear por nuestras pantallas cintas de calidad con un presumible éxito de público. El médico alemán aúna esas inconfundibles y representativas características de una buena muestra de lo que allí se hace. Argentina es un país con memoria y utiliza el cine para recordarse una y otra vez lo que son : una nación orgullosa, que no olvida sus miserias, críticos y optimistas, que mima su cultura e idiosincrasia sin esconder sus vergüenzas ni sus pasiones, sin complejos hacia los estereotipos que, ámenlos u ódienlos, pasean con suficiencia allá por donde vayan. Y en ese capítulo de refrescar la memoria Lucía Puezo teje un sobresaliente relato que combina el compromiso con la historia reciente y el entretenimiento para solaz disfrute del espectador necesitado de buenas ficciones.
El médico alemán nos trasporta a un lejano lago perdido de la Patagonia allá por 1960, donde un generoso grupo de colonos alemanes lucen orgullosos su pasado nazi. El viento polar que sacude el pequeño pueblo reconstruye un lugar idílico mimetizado con el paisaje germano, donde oscuros criminales encuentran refugio tras la caída de Berlín. Y entre los picos nevados, Enzo –interpretado por Diego Peretti- y Eva –Natalia Oreiro- tratan de reabrir la antigua hospedería familiar. Su primer huésped será un sombrío personaje extrañamente generoso con la familia y especialmente con su hija Lilith, una niña a la que la integración en la comunidad germana le está arrancando su alegría. Mediante geniales analogías y una historia bien trazada, se dibuja la personalidad de uno de los criminales más crípticos del Siglo XX. Un médico singular –bien armado por Alex Brendemühl- que atrapa a la familia en una telaraña de fascinación y necesidad, llegando a eclipsar la figura paterna. Enzo lucha calladamente en un dramático ejercicio de humillación frente a un enemigo demasiado grande para un mísero cabeza de familia. Un pequeño juego sádico para el doctor que hipnotiza a su hija y mujer deshonrando al sufrido constructor de muñecas.
Fantástico ejercicio interpretativo
Más allá del argumento el elenco sostiene la cinta con holgura. Se nota el buen hacer de Lucía Puezo aunque no su genio-que presumo como mejor narradora literaria que cinematográfica- aunque pasa el corte con notable alto, a pesar de no manejar la tensión dramática en momentos decisivos con maestría.
La cinta, en resumidas cuentas, es una fantasía histórica que fotografía un minúsculo fragmento del pasado argentino. Tal vez peque de grandiosidad, llevar la película a lo pequeño en el sentido de la producción, no habría enseñado sus vergüenzas, a saber, innecesarios efectos especiales que, o bien soy muy susceptible, o no están todo lo logrados como deberían –esa nieve de extintor que chorrea por las barandillas… Debe ser cosa del formato de grabación digital que aún no consigue recrear el universo de la ficción, como tan bien era capaz de hacerlo ese vetusto formato fotoquímico, del que poco a poco tenemos que ir olvidándonos a la espera de una cámara o códec que nos haga olvidar esta pesadilla de transición digital.
Frases destacadas de El médico alemán.
Enzo: «No todos somos iguales, eso nos hace únicos.»
Enfermera: «Siempre lo hizo, usar un bebé de control y otro de experimento»
La familia de ficción en la película Wakolda, no fueron los únicos
argentinos que se toparon con el «doctor Helmut Gregor» o Joseph
Mengele, sino que, no tan insolitamente un famoso militar y político
argentino del siglo XX el General Juan Domingo Perón, confesó durante
una entrevista con el enviado de la revista Primera Plana de Buenos
Aires, el también ya fallecido escritor y periodista Tomás Eloy
Martinez, realizada en Puerta de Hierro, Madrid España, en 1970, que
durante su segundo gobierno en la década del cincuenta en la Argentina
había conversado por lo menos en dos oportunidades según palabras del
propio Perón con «un bábaro bien plantado» que dijo llamarse «Doctor
Gregor» y que le había mostrado fotos de un experimento que había hecho
en la Patagonia argentina, con terneros mellizos a los que lograba
manipular genéticamente y producirles ojos color glauco. Esto que conté
no es ficción sino la triste verdad de un Presidente de la Nación en
funciones reunido clandestinamente con un criminal de guerra. Cabe
acotar que Tomás Eloy Martinez, solo supo que el Doctor Gregor que
refería Perón era Menguele, cuando bajo el gobierno de Menem en la
década del 90 se abrieron los archivos de la Policía Federal y apareció
la ficha original de Menguele y el documento de identidad para
extranjeros a nombre de Helmut Gregor, coincidente con el pasaporte de
la Cruz Roja con el que había entrado al país procedente de España en
1947. Más claro echarle agua.-
Pues sí, más claro, agua. A pesar de lo escalofriante del relato de ficción hay todo un historial policial y político al que tienen acceso los argentinos y, con ello, la capacidad de juzgar con la mayor parte posible de información su pasado. Incido en el texto que, a pesar de los vaivenes y claroscuros de la historia, Argentina no se camufla en el olvido para vivir el pasado o tener secuestrado el futuro. No. Se critica y analiza -muy inteligentemente- los sucesos y las decisiones de los mandamases. No soy un experto en historia ni doctorado en cine sudamericano, pero coincido habitualmente con películas capaces de juzgar la historia mediante personajes pequeño y anónimos. Me viene a la cabeza Kamchatka.
Es impresionante este episodio de la historia que cuentas, me corroe la envidia.