Roman Polanski teje un entramado de espionaje y moralidad francesa para personificarse en la dignidad de su protagonista.
«J’acusse!», título original para «El oficial y el espía» es también el titular de la carta abierta que publicó en 1989 Émile Zola en el diario L’Aurore para defender la inocencia del judío Alfred Dreyfus condenado por alta traición al pueblo francés. Y sobre este hecho real, se sustenta el nuevo filme de Roman Polanski, quien se sumerge en las obcecadas directrices del estamento militar galo durante los últimos años del siglo XIX. Lo hace a partir de la figura del oficial Picquart, cuyos prejuicios reconocidos abiertamente sobre los judíos no nublan su amor por el ejército y su rectitud ante la justicia.
Una película hablada
La esencia de «El oficial y el espía» se sustenta sobre los diálogos. La apertura del filme con la condena a Dreyfus, es tan solo el punto de partida para moverse en un lapso de tiempo donde la narración se rige por distintos saltos temporales, hacia delante y hacía atrás, con tal de clarificar todo lo acontecido en el caso. Polanski juega la carta de la sobriedad de la puesta en escena y la conseguida ambientación para poner en boca de los protagonistas sus inquietudes y valores respecto a la sucedido para ir engranando la resolución final del filme. Si bien es cierto que la seriedad y el tono de las imágenes desprenden la sensación que quiere desprender la película, es decir, enfrentarse ante un hecho real desde la verosimilitud, bien es cierto que algunos elementos del montaje se antojan algo toscos,a parte de no acabar de cohesionar los cambios en las líneas temporales.
Por lo demás, la cinta se desarrolla por vías academicistas. Lo hace con su tono apagado y su sombría atmósfera, cayendo incluso en la apatía y a veces en la desgana. Un tedio que por momentos se diluye ante la inminente llegada del clímax final. Llegadas estas escenas del metraje, se recompensa la dilatada muestra de información que nuestro protagonista va recabando con tal de lograr dotar de enjundia su posicionamiento final.
En defensa del judío falsamente acusado
No es casualidad que el protagonista de la función, Picquart, sea un hombre recto, alguien con una moralidad superior que parece querer representar el valor de la templanza y la objetividad. El concepto desapasionado de la justicia. Tampoco que el acusado, sea un judío al que la opinión popular ha hundido sin que él se rinda ante tanto ataque. Es imposible pues abstraerse en la mera ficción, aunque basada en hecho reales, y no encontrar ante un ejercicio tal un comentario de Polanski que trasciende lo autoral y termina en los personal. Ante una cinta que se rige por la objetividad y la templanza, encontramos una personificación del cineasta que parece querer excusarse de las múltiples acusaciones que señalan a su persona. Y si bien el deber de los críticos es juzgar la obra, al igual que el jurado de Venecia liderado por Lucrecia Martel, quien premió la película con el León de plata, la referencia tan clara a si mismo, no puede sino alejarnos de la historia real que aborda en su película.
Frases destacadas:
- «Están condenando a un inocente»
- «Llevar secretos a la tumba es parte de nuestro oficio».