Seis años después, el cineasta Aki Kaurismäki presenta la segunda entrega de su trilogía de la inmigración en Europa
Poeta grisáceo de la verdad, embellecedor artificioso de la realidad europea, cuentacuentos que anhela un tiempo pasado que ya no volverá. Ese es el cineasta Aki Kaurismäki, un hombre de marcada personalidad que desde la fría Finlandia ha decidido volver al cine. Las declaraciones que nos dejó hace unos tres años no podían ser más desalentadores. Sintinéndose sin fuerzas de atreverse con nuevos trabajos, su proyecto de trilogía sobre la inmigración en ciudades europeas portuarias parecía haberse truncado tras su primera entrega y una de sus obras maestras, «El havre» (2011). Sin embargo, seis años después, en la última Berlinale logró el Oso de plata a mejor director por su nueva cinta, «El otro lado de la esperanza», un nuevo acercamiento al drama de la inmigración en Europa esta vez con la incómoda certeza de los refugiados sirios. Y esta vez, según ha vuelto a declarar, sí que podría tratarse definitivamente de su última película.
Con sus tonos fríos, su aire lacónico, su montaje reposado y su atrezzo digno de los cincuenta (evidenciado en máquinas de escribir, coches o transistores), Kaurismäki demuestra una vez más que sin duda alguna es uno de los directores más comprometidos con su propio tiempo. Algo que se refleja en todas y cada una de sus películas, abordando la precariedad laboral y el salvajismo capitalista y ahora ahondando en el papel que el inmigrante juega a la hora de adentrarse en el entramado legal y empresarial del sistema europeo.
El mundo y el amor
Hay dos obsesiones fundamentales en la filmografía de Kaurismäki, el estudio concienzudo de la situación actual de la sociedad y el fuerte contraste positivo que despierta ante tal crudo paraje el poder del amor entre los seres humanos. Un juego entre ambos aspectos que se desarrollan de diferentes maneras. En «La chica de la fábrica de cerillas» (1990) o «Luces del atardecer» (2006) podíamos apreciar como la negatividad que irradia la explotación laboral se incrementaba por el desprecio de cualquier relación amorosa. Sin embargo, en «Contraté a un asesino a sueldo» (1990), el halo apesadumbrado que infectaba la ciudad de Londres acababa erigiéndose en una figura maligna encarnada por el capitalismo que buscaba hacer desaparecer un amor capaz de salvar una vida condenada al abismo. «El otro lado de la esperanza» sigue jugando las mismas cartas, queriendo abrazar las diferentes caras del ser humano. Ridiculiza el éxito empresarial, nadie se hace rico trabajando, en este caso uno de los protagonistas lo logra jugando al póker. También distorsiona las estrategias de consumo, usando su faceta cómica para mostrar la búsqueda del exotismo como reclamo comercial. No obstante, dignifica a las personas que componen esta jerarquia laboral. Humaniza y dota de fuertes valores morales a quienes construyen la sociedad de hoy en día. Teje de esta manera el cineasta la solidaridad entre iguales desde la figura del empresario y el inmigrante que huye de la guerra.
La ley
Es en el entramado político donde la cinta que hoy nos atañe se muestra más combativa. Si en «El havre» era la figura maniquea del policia (el malo del cuento que debido a la forma en la que se engloba y trata el relato no resulta discordante con el filme) quien encarnaba los males morales del sistema, en esta ocasión el dedo acusador del director señala más arriba. Mientras el refugiado sirio que protagoniza la cinta indica con lucidez que desconoce si ha sido bombardeado por Al Assad, los rebeldes, Daesh, Rusia o Francia, el juez que debe decidir su futuro muestra una situación actual de Siria totalmente alejada de la realidad. Aleppo, ciudad casi fronteriza con Turquía tomada por los rebeldes y que ha sufrido un acoso constante de Daesh durante los últimos años, no es considerada por las autoridades de Finlandia como un lugar peligroso por el cual sea legal huír y pedir asilo en otro país. Una situación absurda que Kaurismäki quiere enfatizar desde la exageración aunque se recree en demasía a la hora de subrayarlo en forma de noticiario televisivo unas secuencias después. Además, la violencia del sistema no es solo evidenciada desde la legalidad sino que se enfatiza, quizás también con demasiado subrayado, en el germen neonazi que asola Europa desde hace años.
Frases destacadas:
«No sé si ha sido bombardeada por el gobierno, los rebeldes, Estados Unidos, el Daesh o Rusia»