Drama psicológico que navega por diferentes facetas de su personaje sin acabar de llegar a puerto en ningún momento
«El reflejo de Sybil», de la francesa Justine Triet, tiene una escena hacia sus compases finales que bien podría recordar a la última secuencia de «Retrato de una mujer en llamas» (Céline Sciamma). Ambas películas estuvieron en el pasado Festival de Cannes. Pero mientras que la segunda logró ganar un premio (mejor guion) y colarse en múltiples listas de las mejores del año, la primera, pasó desapercibida en el certamen galo. La diferencia entre ambas puede encontrarse en esa escena clave. Para que funcione a nivel emocional, es necesario que se haya narrado una historia convincente, exprimiendo con mimo la esencia de los personajes y preparando el clímax desde la coherencia narrativa. Y mientras Sciamma lo logra con creces, Triet nos deja una obra más deslavazada y compleja a la hora de cohesionar en la recepción del público.
La cinta renuncia a la linealidad cronológica para abordar distintos espacios. Lo hace introduciéndonos primeramente en la vida de una psicológa que abandona a gran parte de sus pacientes para regresar a su vocación literaria. A su vez, empieza por presión a ser terapeuta de una joven (Adèle Exarchopoulos) en una etapa muy dramática de su vida. Embarazada de un actor famoso, y trabajando junto a él en una película dirigida por la esposa de éste, la tensión no tarda en aflorar en su estado psicológico. Sybil, ante esta experiencia, intenta sentirse distanciada y unida a la vez. Utiliza las experiencia que le otorga su paciente para inspirarse para su novela, y a la vez, rememora distintos flashbacks que intenta arrojar también en su obra de ficción. La narración de la película se ve salpicada de un montaje en ocasiones confuso o caótico que navega entre flashbacks y evocaciones, entre realidad y ficción. No obstante, todo este conglomerado que podría confeccionar una cinta ambiciosa pero coherente, se ve continuamente sobrepasada por la sombra del melodrama. La tragedia intenta introducirse por recovecos imposibles, sacando a colación un supuesto alcoholismo del pasado, llevando a nuestra protagonista a comportarse de forma arbitrarea. Y en muchas ocasiones, todo se respira como mero capricho del guion. No existe una contundencia en las motivaciones de los protagonistas más allá que la funcionalidad dentro del relato. Un intento continuado por sembrar las bases de la tensión dramática que desenpolvar en la escena a la que hacíamos referencia al principio de este texto.
La metaficción dentro del aparato narrativo no consigue en ningún momento acabar de fusionarse con las necesidades empáticas de su protagonista. Nos deja pues en última instancia un producto con el cual es difícil sentirse a gusto, sintiendo cierto rechazo sobre lo que busca atraparte. Además, si el comportamiento de los personajes, como comentábamos, se mueve movido por necesidades de guion, tampoco acaba de ser del todo claro el enfoque formal. No hay un solo pano o enfoque que obedezca a razones narrativas, existe también cierta arbritrariedad a la hora de saber cómo dirigir lo que se nos trata de contar.
Frases destacadas:
- «Una sola pregunta. Es la norma»
- «Ya no pienso en Gabriel»
- «Tienes que tomar la decisión tu sola»