Dentro de bastantes años los adolescentes estudiarán en el Instituto la vida y obra de Juan Mayorga, uno de los mejores dramaturgos de nuestro país, inteligente, agudo y profundo. De todos esos jóvenes repletos de granos, de pelusa bajo la nariz y de una floreciente testosterona sólo alguno de ellos atenderá a las explicaciones del profesor que dirá que un director francés llamado François Ozon se quedó prendado de una obra de Mayorga, El chico de la última fila, y que decidió hacer de ella una película. El profesor dirá que En la casa –título de la película- fue un éxito de crítica y público ya que Ozon indagó en la idea original de Mayorga y la convirtió en un maravilloso juego entre realidad y ficción sobre el arte de crear historias que deslumbró a la crítica pero que además envolvió con un ácido sentido del humor que por otro lado entusiasmó al público.
El profesor se siente muy identificado con En la casa porque la película gira en torno a un compañero de profesión que enseña literatura francesa y se aburre soberanamente de las desastrosas y vacías redacciones que le dan sus alumnos… hasta que descubre la de un chico, el de la última fila. El trabajo del adolescente es un retrato ingenioso y vivo de la familia de uno de sus compañeros por la que el alumno se siente extrañamente atraído. A pesar de que el profesor sabe que ese juego es peligroso le anima a seguir con sus relatos y es entonces cuando el filme comienza a adquirir un intencionado doble filo.
Fabrice Luchini interpreta al profesor. Y la excéntrica personalidad del actor potencia enormemente el estado de delirio de un hombre que aprecia la alta literatura y se siente embaucado por la destreza y el lirismo impertinente de un adolescente que narra su obsesión por una familia de clase media y por todos sus componentes, sobre todo por la atractiva madre. Un peligroso voyeurismo que traspasa la barrera de la curiosidad y se vuelve enfermizo y pasional, peligrosamente erótico y trágico. La narrativa tan pura del chico confunde el criterio de ese escritor sin éxito que desahoga su frustración a través de la enseñanza. La realidad de su vida marital se ve ofuscada por la ficción. Y al revés.
Pero Ozon no solo propone el juego, también lo rueda de manera ejemplar. El director cuida el tono humorístico cuando debe y suelta el drama cuando toca. En la casa comienza como una comedia ágil e inteligente de diálogos rápidos pero sin ningún tipo de complicación en su forma, poco a poco el argumento se pervierte y con él el estilo de Ozon, que se transforma en un laberinto de escenas donde se entremezclan las obsesiones y los deseos de los personajes. El Alfred Hitchcock travieso y observador entra en el film de la mano de Ozon para revitalizar la peligrosa curiosidad de La ventana indiscreta. El metraje invita al espectador a entrar en el juego. Y el espectador se ve incapaz de rechazarlo. Cuando el personaje de Luchini se cuela en la ficción del alumno para mejorarla el espectador asiente complacido (cuántas veces hemos deseado poder cambiar las partes chirriantes de esas novelas fallidas con las que alguna vez hemos quemado el tiempo), cuando el personaje de Luchini confunde la realidad el espectador también está perdido y cuando la mujer del profesor, una brillante Kristin Scott Thomas, sonríe y se deja llevar por la narración corrosiva del adolescente, ¿qué otra cosa puede hacer el observador sentado en su butaca?
En la casa es una maravillosa película sobre la que reflexionar. Una obra lúcida que no tendría sentido si un tal Juan Mayorga no hubiera puesto la idea original. Y el profesor que enseña a sus alumnos la vida y obra de este dramaturgo sabe que las buenas ideas son como los icebergs, sólo enseñan una parte de su envergadura… por debajo hay mucho más. Que se lo digan a François Ozon.
Calificación: 8