Christian Petzold sigue con su acercamiento al pasado Alemán del siglo XX abordándolo desde el presente y su cine anterior desde la perspectiva de la Escuela de Berlín
Existen fantasmagorías del pasado que se reconocen en el presente. Y existen fantasmas y vidas imaginadas en la filmografía de Christian Petzold. «En tránsito», su último trabajo, que no solo se estrena este viernes sino que supone el pistoletazo de salida de la XX edición del Festival de Cine Alemán de Madrid, como su propio título indica, parece querer transitar entre las dos vertientes más reconocibles de su obra. Con un guion escrito íntegramente por el cineasta, quien lo hace en solitario tras años de colaboracón con el tristemente fallecido Harun Farocki, se basa en la novela homónima de Anna Seghers para retrotraerse al pasado, pero sin dejar de apelar en todo momento al presente.
Mientras que «Bárbara» (2012) estudiaba la confrontración amorosa y profesional desde la obligada división de las dos Alemanias, y «Phoenix» (2014) incidía en las rencillas amorosas y políticas tras el fin del conflicto de la IIGM, esta vez Petzold decide quedarse en el presente. Pero no un presente real, sino adaptado, moldeado, disfrazando en el espacio con el peso real de la historia alemana. Y es que el protagonista de este relato huirá de la represión fascista a Francia. Pero ésta estará ocupada bajo el yugo nazi. Pero no se espere el espectador engalonados generales nazis, apesadumbrados y desnutridos judíos e implacables agentes de las SS. Lo que se mostrará en pantalla serán agentes antidisturbios, inmigrantes magrebíes y un lapso temporal ubicado en el día de hoy, aunque podría ser cualquier otra época pasada o, por desgracia, también futura.
Siguiendo la estela de La Escuela de Berlín, estos problemas presentes de los personajes se dibujarán sobre un espacio en continuo movimiento. Los protagonistas de «En tránsito» nunca encontrarán su lugar, y no solo en lo geográfico, sino sobre todo en lo psicológico. Y es que es la introspección de estos donde radicará la esencia del filme. Igual que en «Yella» (2007), Petzold tejirá una realidad que despierta recelos en el espectador. La integridad de lo narrado y mostrado en pantalla puede empezar a disiparse ante un mar de dudas, de pistas, de misterios que invitan al público a reflexionar sobre la fiabilidad de lo que nos cuenta. Aunque para ello tienda a valerse de una voz en off innecesaria o alguna partitura discordante con el tono del filme en según que secuencias. Y entre todo ello, el clásico trío amoroso que ya hemos visto en cintas como la mentada «Bárbara» o «Jerichow» (2008), aunque en esta ocasión todo se antoje más confuso, extraño, asediado por la fragilidad psicológica de los personajes debido a las circunstancias. Unas circunstancias que sirven de clara metáfora de la situación política y social de la Europa actual. Petzold acaba en última instancia apelando al desamparo de los alemanes que huyeron del régimen nazi en el pasado para recordar a su nación que ellos también fueron refugiados que escaparon de la tiranía y de la guerra. Lo que hoy es un sirio que se ve obligado a abanadonar su país, no hace tanto lo fue un europeo que hoy en día le niega la entrada al extranjero. Una condena cíclica que parece acompañar eternamente al ser humano.
Frases destacadas:
- «No puedo ir contigo, estoy esperando a mi marido»
- «Se marcha y deja abandonado a un niño»