Imagino que aquellos que encuentran en la tauromaquia una excusa –otra más– para sonrojarse cuando suena el lorolizado himno español no sientan más que rechazo al oír hablar de Encierro. Imagino también que para aquellos que se les llena la boca con eso de ‘fiesta nacional’ (?) tengan una erección rojigualda al pensar que este filme es un producto que hace honor a sus pasiones demagógicas. Por fortuna, este documental huye de esos extremos empapados de bilis ideológica presentando la fiesta pamplonesa desde la distancia suficiente para que no resulte indigesta la mezcla de pasión, respeto y espectacularidad. Precisamente este último elemento es una de las patas en las que se apoya Encierro –una de las pocas películas en 3D rodadas en España– y que sirve como reclamo publicitario, y aliciente, para nuestras desangeladas salas. Imagino también que Encierro será un ejemplo más de cómo nuestras producciones terminan teniendo mayor tirón fuera de nuestras fronteras, y es que a ver cómo explicamos –y justificamos– que contando con solo 20 copias para su distribución tenga que hacer frente al abusivo precio de la entrada y el plus que suponen las dichosas gafas. Cosas de España.
El 3D no solo como vocación comercial
Pero que no lleve al engaño el cacareado recurso tridimensional pues, lejos de ser un simple cebo para el espectador más decidido, supone también un acertado recurso estético. A las pruebas me remito: directores de la talla de Werner Herzog o Wim Wenders demostraron que este formato puede tener un mayor recorrido con títulos como La cueva de los sueños olvidados (2010) o Pina (2010) respectivamente. En este caso, el director holandés, Oliver Van der Zee, conjuga las posibilidades del lenguaje 3D renunciando a un documental minimal e insuflando de épica, y dramatismo a la narración al situar el punto de vista dentro de la manada y por encima de la calle Estafeta. Encierro es una ventana a San Fermín –fiesta venerada por unos, e incomprendida por otros– dividida en dos actos. Van der Zee presenta primero un tramo en el que la documentación rigurosa (no falta a la cita Hemingway) se combina con los trazos humanos de los corredores, y pastores, veteranos que dan testimonio y que buscan hacer entender la liturgia, sus miedos y motivaciones. Este primer bloque pretende generar un suspense que sin embargo queda desmenuzado en una segunda parte en la que la imagen, el riesgo, el nervio y la crudeza se imponen como conductores ante una voz en off carente de peso expositivo y de una banda sonora poco propia para este material.
Falta de variedad en el discurso
El valor de Encierro reside en su narración y en la templanza de un discurso que se limita a mostrar más que a juzgar, a pesar de contar con momentos de enardecimiento de la fiesta por el cúmulo de declaraciones reivindicativas de lo que supone correr delante del astado. Alguno incluso lo equipara con la droga (sic). En suma, las intervenciones de los protagonistas de los encierros -escalofriante la visión de un padre que perdió a su hijo en San Fermín- dibujan un producto que está más próximo a la pequeña pantalla por la conjunción de estos bustos parlantes con imágenes de archivo posproducidas con aquellas que sí han sido grabadas en 3D in situ para la ocasión –casi 50 horas de material rodado durante 4 años– y que en su montaje final pueden recordar por momentos a (perdonen la comparación) Impacto TV. Encierro no da la espalda a la muerte ni a la cara amarga de los sanfermines a pesar de su solemne espíritu, aunque sí lo hace a otros aspectos que invaden la ciudad como lo son las miles de personas que toman las calles a golpe de calimocho y que obligan a doblar esfuerzos a los encargados de la seguridad de las carreras. Quizás una de estas voces habría complementado el texto de un documental que camina sobre seguro al librarse de toda polémica.
Encierro se presenta como un importante reclamo que entusiasmará a los amantes de estas fiestas, arrojará cierta luz a los que ridiculizan el evento y supondrá todo un souvenir para el público extranjero, aquel que se detiene en puestos de la Gran Vía para comprar imanes de paelleras y que quedan prendados por la peregrina belleza de estas bestias. Recomendable para contextualizar la mística de estas fiestas.