El ruso Alexandr Sokurov reflexiona desde el cine sobre el arte en tiempos de guerra
“Francofonía” del ruso Alexandr Sokurov, fiel admirador de la obra de Andrei Tarkovski, se abre con unos títulos de crédito finales y con la voz del propio director comentando con alguien su película, afirmando tenerla finalizada pero no estar del todo contento con el resultado. Quizás se deba a la complejidad del proyecto que ha tratado de llevar a cabo, todo un ensayo fílmico que reflexiona sobre el valor del arte durante la guerra y cuya apuesta formal bien merece coronarla como la apertura de un festival tan arriesgado como Filmadrid, el cual cubriremos diariamente durante los próximos días.
Ensayo
Con “Francofonía”, Sokurov vuelve a reinventarse como artista vanguardista, demostrando una curiosidad innata por experimentar con las posibilidades que ofrece el cinematógrafo. Al situar gran parte del filme en el Louvre, se puede llegar a pensar que nos encontraremos ante un repaso de la Historia de Francia del mismo modo que hizo en 2003 con la rusa en aquel espléndido plano secuencia que conforma la monumental “El arca rusa”. No obstante, nos hallamos ante algo temáticamente más complejo y personal. Utilizando imágenes de archivo tomadas durante la segunda guerra mundial, antiguas fotografías y llevando a cabo recreaciones ficcionadas como suma de la información contenida y la subjetividad del propio realizador, se construye un pensamiento alegórico acompañado en parte de la figura de Napoleón y de la personificación de los valores de la Revolución Francesa.
Sobre este material recolectado y construido, donde Sokurov controla una voz en off que busca más preguntas que respuestas, se interroga sobre la sensibilidad artística de los nazis al ocupar la capital mundial de la cultura como fue París. Algo que compara con la destrucción y el descuido del patrimonio cultural de la Unión Soviética por parte de los mismos. Parece querer entender las obras del pasado como un legado que nos ayudan a encarar con mejor perspectiva el presente, lo que contrasta con la incongruencia de que sean los propios nacionalsocialistas los que velen por la seguridad de éste. Lo cual aprovecha para inmiscuirse más atrás en la Historia y mostrar, casi sin atreverse a juzgar y dejando la decisión en el mero espectador, en la asimilación de obtener obras de arte extranjeras como botines de guerra.
El francés Jacques Jaujard y el alemán Franz Wolff-Metternich son las dos figuras sobre las cuales el cineasta ruso trata de esclarecer la relación que guarda el poder, el patriotismo, la guerra y la imperiosa necesidad de salvaguardar el arte, ya sea autóctono o foráneo. Establece pues un conflicto de intereses entre dos seres humanos abrumados por sus circunstancias al pertenecer a uno u otro bando pero con el fin común de proteger una colección irrepetible como es la que se encuentra en el Louvre. Al fin y al cabo, ¿qué seríamos sin museos? Lo que se pregunta Sokurov mediante la voz en off durante el filme parece ser el pensamiento que resuena por la cabeza de estas dos personalidades incapaces de conocer la trascendencia de su trabajo en aquello días en el que los alemanes tomaron una ciudad de París abandonada por sus gobernantes y funcionarios.
Frases destacadas:
- Sokurov: “He terminado, pero creo que la película no es buena”.
- Sokurov: “¿No será que el Louvre vale más que Francia? ¿Qué sería de Francia sin el Louvre? ¿Y de Rusia sin el Hermitage? ¿Qué seríamos sin museos?”
- Sokurov: “Los objetivos de los Estados pocas veces coinciden con los del arte?”
- Napoleón: “Por esto he hecho la guerra, por el arte”.