El nuevo trabajo de François Ozon aborda desde la sobriedad y el manejo del tempo un tema tan escabroso como tristemente real
La búsqueda incesante de descubrir la verdad era lo que motivaba a los periodistas de la oscarizada «Spotlight» (Thomas McCarthy, 2015). Y el tono académico, templado y objetivo de su forma, así lo atestigua. Sin embargo, no son periodistas los que protagonizan el nuevo filme de François Ozon. Su nuevo trabajo, «Gracias a Dios», premiado por el jurado en el último Festival de Berlín, también nos habla del terrible caso de la ocultación por parte de importantes sectores de la jerarquía eclesiástica de abusos sexuales perpretados contra niños en el pasado. Quebrar la cadena del silencio en este caso es lo que une a ambas películas. Pero si la primera se rige sobre el rigor periodístico, en la cinta de Ozon, la carga dramática se centra sobre las mismas víctimas. En este aspecto, resulta inteligente, elegante y habilidoso el modo en la que el cineasta francés logra representar el espectro de las distintas voces que sublevan contra esta injusticia entendiéndolo desde el contexto personal de cada uno. Tanto desde la hermeneutica de su propia experiencia con la Iglesia y su familia en el momento en el que sucedió como en la actualidad.
Tres maneras de afrontar el trauma
Si por algo destaca esta atípica cinta de Ozon es por la pluralidad de su punto de vista. Tanto a la hora de enfocar a pasado como las motivaciones de cara al presente. Así pues, la narración se abre de manera epistolar, narrando en off el intercambio de mails entre un padre de familia católico, quien busca el diálogo con la diocesis con tal de condenar los terribles abusos que sufrió en su infancia. Su posición se desarrolla desde una clase social adinerada, cercana al culto religioso. Su idea no es la de tumbar la institución eclesiática, sino en última instancia, salvarla. El objetivo principal no es tan solo apartar a un cura pederasta de la Iglesia, protegiendo así a generaciones presentes, sino acabar con el encubrimiento de los superiores con tal de limpiar a la Iglesia de gérmenes dañinos e ignominiosos.
La segunda postura será muy distinta. En este caso, los actos acaecidos en los años noventa, forjarán la repulsa del personaje hacia la institución. Y, quizás sea por eso, será este el personaje que más rabia y ruido generará a la hora de tirar hacia adelante la querella que llevan a cabo los afectados.
Por último, la tercera víctima, pertenecerá a una clase social inferior. Una persona problemática, con relaciones tóxicas, cuyo infortunio del pasado afectará física y psicológicamente a su yo del futuro. Una persona que decide apuntar a su verdugo y dejarse de pretensiones a largo plazo a la hora de juzgar a la Iglesia católica. Su resentimiento será únicamente dirigido hacia el artífice de aquellas fechorías.
Las tres historias, presentadas de manera cronológica, uniendo la diversidad de puntos de vista en las escenas que comparten, serán magistralmente llevadas a cabo por los actores que le dan vida. El director francés consigue que Melvil Poupaud, Denis Menochet y Swann Arlaud den lo mejor de si, así como Bernard Verley en la figura del acusado padre. Cabe destacar también la inteligencia con la que el guion, a parte de bifurcar el protagonismo en relación a la Iglesia, logra realizar un acertado muestrario de cuales son las diversas respuestas de las familias respecto a lo ocurrido tanto en el pasado como en el presente. También las desacertadas declaraciones de la diocesis de Lyon, las cuales dan nombre al filme que nos ocupa, y que indignaron a muchas personas al alegrarse de que dichos delitos hayan prescrito. Cabe destacar, que «Gracias a Dios», es una cinta de ficción que se sustenta sobre hechos tristemente reales.
Frases destacadas:
- «Gracias a Dios esos delitos ya han prescrito»
- «Hay que romper la cadena del silencio»