Grandes esperanzas, la gran novela de Dickens, vuelve a la pantalla en su enésima adaptación cinematográfica. En esta ocasión de la mano de un director, Mike Newell, acostumbrado a casar grandes retos y éxito comercial –Harry Potter y el cáliz de fuego, Donnie Brasco , Cuatro bodas y un funeral, La máscara de hierro- acompañado de un reparto y escenografía socorridamente solventes.
La película es extremadamente fiel al texto original, una tarea titánica. Aunque precisamente por eso es incapaz de abarcar cinematográficamente el reto que se propone. Grandes Esperanzas se convierte en un laberinto complejo que, por falta de tiempo y capacidad dramática, tanto en el montaje como en el trabajo de sus intérpretes, no encuentra la tensión necesaria para que evitar convertirse en una sucesión de acontecimientos altamente teatrales. Sin descanso, sin fuerza, sin rumbo fijo, las continuas vicisitudes del protagonista se precipitan, y, aunque estén bellamente trenzadas, en definitiva, carecen del ritmo necesario para dar sentido a cada golpe de fortuna.
Pero, para ser justos, otra versión anterior de Grandes Esperanzas rodada en 1996 y osadamente ambientada en la actualidad por Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, Harry Potter y el prisionero de Azkaban, París, J`taime), con un reparto excelente, ya advirtió sobre los peligros de tratar de acaparar la inmensidad de la novela. Su resultado, a la postre, fue extremadamente dulzón, quedándose en una simple historia romántica. La versión entonces protagonizada por Ethan Hawke, Gwyneth Paltrow y Robert De Niro estaba mejor armada para su uso -consumo en salas y sofás- pero no profundizaba lo suficiente. Para tratarse de una obra que analiza de manera tan feroz lo podrida que puede resultar la felicidad, la adaptación de Mike Newell, parece entender -y se acerca- con precisión, a los temas que trata la novela: el romanticismo de la opulencia, la miseria moral en el dispendio, el dominio de la crueldad sobre la virtud. Una historia en la que el azar sitúa a Pin (Jeremy Irvine), el protagonista, en una huida para alcanzar la felicidad y el amor renegando de su míseras pero honestas raíces.
Tantos y tan grandes retos se apoyan en un reparto desigual y fluctuante. Helena Bonham Carter, en su eterno papel de perturbada en traje de novia raído, no es capaz de salpimentar la historia. El resto del elenco no consigue amarrarte a sus desdichas. Solo un enorme Ralph Fiennes le da sentido al esfuerzo colectivo. Sus intervenciones ofrecen la pausa necesaria para digerir tan crudas circunstancias. Tal vez sea el consuelo de una tripulación que se aventuró en un océano inabarcable. O que, quizás, chocasen con el eterno iceberg que hace naufragar las adaptaciones de las grandes obras de la literatura universal. En definitiva, Grandes Esperanzas de Mike Newell, no es el relato de un naufragio, pero el barco se desliza sin un patrón que sea capaz de dominar la arriesgada empresa.
Frases destacadas:
Estella: Voy a Londres. Van a ponerme en sociedad, a mí y a mis joyas.
Calificación: 6