“Ida” es una película tan delicada y estética como sobria y parsimoniosa. Para poder disfrutarla cabalmente, hace falta escoger bien el momento de ir al cine.
Películas sobre exterminios en general y sobre el llevado a cabo por los nazis en particular hay a mansalva. Tantas que se corre el riesgo de dejarnos anestesiados ante tanto dolor, miseria y muerte. Dicho esto, lo bueno que tiene “Ida”, del director polaco Pawel Pawlikowski (ver entrevista) es que se sitúa en el terreno de la ambigüedad: ¿las vicisitudes de una novicia son una excusa para hablar del holocausto, o es el propio exterminio una excusa para hablar de su protagonista? A ratos uno puede pensar lo primero, y a ratos, lo segundo. Posiblemente no haya la respuesta definitiva.
“Ida” (que es el verdadero nombre de la protagonista), tiene objetivamente los ingredientes para convertirse en una película de culto. En el filme se narra una historia que se desarrolla físicamente como en una road movie de trayectoria circular, y espiritualmente como un viaje al pasado donde Ida descubre su identidad judía. Posee un elevado esteticismo expresado en bellos planos dotados de un enfoque documental, realista. Pero a veces su extensión temporal termina dando de sí la tensión dramática de la escena. Posee una técnica desnuda, sin artificios, directa. Pero a veces anula los mecanismos de empatía con el espectador. Posee una historia interesante, un in crescendo que parte desde el momento en que una novicia visita su único familiar vivo, una tía materna, hasta descubrir la tumba de sus padres, pasando por un fugaz encuentro sexual. Pero el tempo fílmico se dilata demasiado, y para algunos podría acusar una aguda lentitud. Para evitar esto es recomendable elegir bien el momento en el que se decidirá ir a verla.
No obstante, este tono contemplativo no es óbice para apreciar las virtudes de la cinta. Utiliza el blanco y negro, como ya hiciera Steven Spielberg, en “(La lista de Schindler” (Steven Spielberg, 1993). Sin embargo, como ya se comentó anteriormente, “Ida” carece de su emotividad. Es más fría y se recrea mucho menos en lo melodramático. Por momentos, parece un documental sobre una ficción (en este sentido está en la misma línea de “La mujer del chatarrero”, dirigida por el bosnio Danis Tanović). Aunque no tiene prisa, no abusa de la paciencia del espectador como hiciera Alan J. Pakula en la interminable “La decisión de Sophie”. “Ida” objetivamente es corta (80 minutos). Subjetivamente, ya es otra cosa.
Pawel Pawlikowski está curtido en los estudios de Literatura, especialmente en la germana, y en el modo de cine inglés. Ambas experiencias dejan su impronta en “Ida”, su décima película, múltiplemente premiada (consiguió el premio a Mejor Película en los festivales de Gijón, Londres y Varsovia el año pasado). Lo primero, por la manera parsimoniosa de desarrollar la historia que, desde el punto de vista de una servidora, es su principal fallo. Lo segundo, por el carácter documental, al estilo de, por ejemplo y salvando las necesarias distancias, un Ken Loach.
Frases destacadas de «Ida»:
Wanda Gruz (tía de Ida): ¿Tienes deseos impuros? / Ida: No / W.G. : Tienes que probar, si no, ¿qué clase de sacrificios son esos?
El hombre que se apropió de la casa de los padres de Ida y su tía: Los escondía en el bosque, les daba comida… / Wanda Gruz: Y luego los mató