El húngaro Kornél Mundruczó ofrece una visión de la situación de los refugiados en Europa desde un thriller tocado por el elemento fantástico
Tres años después de lograr el premio a mejor película en «Un Certain Regard» en Cannes en 2014 con «White God», el húngaro Kornél Mundruczó regresó a La Croisette esta vez dentro de la sección oficial con «Jupiter’s Moon». Un reencuentro con el certamen galo algo amargo al llevarse un aluvión de críticas negativas tras su estreno para la prensa. Algo muy diferente a lo ocurrido en el Festival de Sitges, donde esta cinta húngara se alzó con el reconocimiento a mejor filme. Un ejemplo claro que demuestra la importancia que recae en los programadores a la hora de saber seleccionar una película para uno u otro festival dependiendo de su propia esencia y lo que promete a su público.
Hungría Vs Refugiados
La cinta de Mundurzcó, pese a introducir elementos fantasiosos en su narración, parte desde su inicio de un hecho de lo más veraz en el seno de la política estatal húngara. Estamos hablando de su rechazo a acoger refugiados sirios y su desafío ante la Unión Europea por la normativa común dictada desde Bruselas. En un contexto polémico de violencia y xenofobia, el gobierno húngaro se consolidó durante 2016 como el más combativo a la hora de trazar sus propias doctrinas y leyes ante un tema tan escabroso. Y sobre este eje parece querer sobrevolar esta película que cuenta con un arranque espectacular. En un prólogo donde observamos en un estupendo plano secuencia en travelling lateral la incesante carrera del joven protagonista con una perfecta dirección coral de actores, asistimos a esa lucha vital de quien busca una nueva vida abatida en el final de éste. A partir de entonces la película abandona por primera vez ese acercamiento real de la tragedia para perderse en la lírica y el desconcierto. En la presentación del coprotagonista, encontramos de nuevo un acertado planteamiento. Los refugiados sirios capturados e internados en un campo apelan a la corrupción de este doctor para pagar por sus posibilidades de quedarse en suelo europeo. La avaricia de quien se mueve entre la ignonimia sin escrúpulo alguno perdido en sus propios fantasmas interiores ajenos al lugar donde trabaja, simbolizan a la perfección el ensimismamiento europeo del primer mundo y su falta de empatía hacia los demás. No obstante, todo esto sufrirá un cambio de tono abrupto cuando se encuentre al personaje principal y a su habilidad sobrenatural que rompen el espejismo de realidad que quizás esta historia se mereciera.
El otro lado de la esperanza
El esqueleto narrativo de «Jupiter’s Moon» podría retrotaernos a otro filme de este año. Sería el caso de «El otro lado de la esperanza» del siempre lúcido Aki Kaurismaki. Un refugiado sirio ilegal es ayudado por un empresario autóctono mientras que la policia y el Estado de Finlandia tratan de devolverlo a su país de origen. Un cuento sencillo que escupe las diferentes caras del pueblo europeo respecto al drama de los refugiados. En la película húngara esto se muestra de manera más visceral, jugando a la espectacularidad de las imágenes y un insufrible viraje de su tonalidad acrecentando su tensión dramática mediante el thriller de acción. Visualmente cuenta con escenas que buscan impactar y emular en algunas ocasiones secuencias concretas de películas como «Origen» (Christopher Nolan, 2010), queriendo distorsionar el espacio a voluntad, o «Enter the Void» (Gaspar Noé, 2009), en su idea de ofrecer una visión aérea, invisible y etérea que espíe el comportamiento privado de la sociedad. Y es a medida que vira hacia la acción que empieza a perderse al tomarse licencias muy poco elaboradas. En su huída final, el buen uso del plano secuencia en espacio cerrados del que hace gala la dirección, quizás lo único reseñable del conjunto, se torna funcional con tal de conseguir cimentar de manera torpe los diferentes engranajes que consiguen unir la trama. Lo que en un principio puede parecer un guiño moderno a la irrupción de lo fantástico dentro de la podredumbre de lo real que innovó Kenji Mizoguchi en «Cuentos de la luna pálida de agosto» (1953), sobre todo en la escena donde Aryan busca a su padre entre los sirios y el doctor a Aryan, acaba siendo un mal ejercicio que busca unas resonancias muy mal conseguidas con el thriller de Brian De Palma. Su apuesta final por el plano secuencia subjetivo en una persecución con claros ecos a «C’était un rendez-vous» (1976, Claude Lelouch, Francia) acaba por exagerar hasta el ridículo la sensación de peligro que busca infundir en el espectador el filme. Y mientras que la miseria moral del doctor que tiene la oportunidad de redimirse bien podría ser provechosa para ensanchecer la esencia simbólica del mensaje que busca el cineasta, acaba invalidado al ser enfrentado a un policia esterotipado y maniqueo cuyo papel es meramente funcional y cuya aparición en cada una de las secuencias se debe al estricto capricho del guion y no a la lógica interna del relato.
Todo este entramado es tratado por el director desde los terrenos de los distintos géneros cinematográficos sobre los que lo coloca, no obstante, se permite introducir el elemento surrealista anteriormente comentado para ofrecer un comentario propio, una voz que denuncia la manipulación y la injusticia desde la lírica subjetiva. Un recurso reiterativo y cuya música extradiegética melosa con intención trascendental acaba exagerando y desvirtuando su intención primigenia. Un recurso que quizás puede enriquecer el visionado de quien espera una cinta de acción y a la vez fantástica, pero no el de el que busca una cinta de autor que no se pierda en tramas de acción que se alejan de la realidad social que refleja esta cinta. Quizás sea esto último el motivo de su mala recepción de Cannes, y lo primero la causa de su victoria en Sitges.
Frases destacadas:
- Aryan: «Ella me pidió que lo hiciera»
- Doctor: «¿Cómo haces eso?»
- Aryan: «No lo sé»