Sátira surrealista que ironiza desde el histrionismo a la alta sociedad de principios del siglo XX en su contraste con la clase trabajadora rural
El francés Bruno Dumont ha demostrado ser un cineasta con una personalidad de lo más marcada. Y el hecho de que la revista Cahiers du cinéma escogiera la miniserie «El pequeño Quinquin» como mejor filme de 2014 no hizo sino revalorizar el nombre de su director. Lejos de cintas de carácter serio como «Camille Claudel 1915» (2013), Dumont, con «La alta sociedad», cinta presente en la sección oficial del último festival de Cannes, ha decidido estirar su faceta más sarcástica y surrealista para dejarnos una de sus cintas más alocadas hasta la fecha.
El discreto encanto de la alta sociedad
El espectador debe afrontar un filme como «La alta sociedad» alejado del ansia de una narrativa coherente. Dumont trata de ofrecernos ciertos retazos de la vida de unos personajes distorsionados hasta el extremo, exagerando su carácter estereotipado y reduciéndolos al ridículo para integrarlos en un contexto sumido de constantes metáforas. Compone pues un relato donde se configura, analiza e ironiza tres colectivos. Por un lado, el estamento adinerado, ostentoso tanto en sus vestimentas como en sus pasatiempos, así como la forma en la que hablan o visten. Por otro, el trabajador, sumido en un silencio, seriedad y laconismo propio de la clase explotada. Por último, la policia es presentada desde un tono punzantemente burlesco, como motivo de mofa y de burla constante. Mientras en la ya mentada «El pequeño Quinquin», encontrabamos también esa muestra del aire apesadumbrado, irrespetuoso y desafiante de las clases más pobres y el impacto que guardan sobre sus hijos, así como la parodia de una pareja policial de lo más incompetente, en esta ocasión el cineasta abre su espectro para incluir a una clase social elevada para que interactúe con las otras dos. Nace de esta manera un romance que juega a la dualidad de roles, tanto sociales como sexuales con tal de establecer donde irrumpe el germen de la violencia. Mientras que en «La edad de oro» (1930) de Luis Buñuel, eran los elementos externos quienes impedían el florecer de la pasión sexual, en este caso Dumont, que también ironiza sobre la represión evidenciada en los comportamientos incómodos entre las familias, parece querer indicar que el mal de la incomprensión ya ha germinado incluso en los propios amantes.
El espacio
En una escena, los policias se interrogan sobre el sexo de una chica vestida de chico. En sus mentes todo parece que tiene que ser blanco o negro y no hay lugar a grises. Y ese el problema de estos personajes a la hora de enfrentarse a un espacio donde la coherencia deja de guardar sentido. La bahía donde se desarrolla el filme es un lugar metafórico, donde el canibalismo de los pobres explica la supervivencia de éstos, del mismo modo que el vacío existencial de aquellos que se creen mejores les impulsa a surcar los aires evidenciando su pobre levedad. Con un humor algo heredero de Jacques Tatí junto a una fantasía felliniana, Dumont nos hace desfilar a este seguido de personajes estirando la plasticidad de su broma hasta llevarlos a un histrionismo que si bien se justifica con el planteamiento de la película, puede llegar a resultar en ocasiones demasiado cargante, sobre todo en aquellas escenas donde el humor más negro y refinado se entremezcla con uno más físico y fácil.
Frases destacadas:
- «Si es un chico es un chico. No puede ser una chica»
- «Tienes huevos. Me has engañado. Te has estad riendo de mí»
Tráiler de «La alta sociedad: