Llega a los cines la esperadísima revisión a imagen real de la mítica película de Disney de 1991 protagonizada por Emma Watson y Dan Stevens.
El debate dentro del mundo del arte en torno a la originalidad parece haber quedado atrás con la aceptación de la reproducción como sistema igualmente válido, que no solo no tiene automáticamente una connotación negativa, sino que en ocasiones aporta una visión diferente de la obra a la que se refiere. También en el cine, en una época de producción en serie de remakes, cuyo valor se mide por el número de entradas que venden, parece un poco ingenuo seguir buscando un trabajo con “aura”, como decía Walter Benjamin, que la haga singular y única. En este contexto, era solo cuestión de tiempo que se llevara a cabo una nueva versión del clásico de Disney de 1991 “La bella y la bestia”, una de las adaptaciones cinematográficas más destacadas del cuento de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont (que a su vez estaba tomado de una manera muy abreviada de un escrito anterior de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve), ejemplo canónico de la última época dorada del estudio en cuanto a animación clásica, que llegó incluso a estar nominada al Oscar a la mejor película. El filme que se estrena ahora también remite al musical de Broadway de 1994 basado en aquella, con canciones de Alan Menken, Howard Ashman y Tim Rice. El encargado de dirigir esta empresa es Bill Condon, que ya tenía experiencia en el género gracias a la muy reivindicable “Dreamgirls” (2006), y en ella se conservan los temas míticos de la banda sonora de 1991, mientras que los del musical teatral como “Me” o “Home” suenan en formato instrumental o, como “If I can`t love her” o “Being human again”, quedan sustituidos por nuevas composiciones de eficacia y estilo similar, ya que también están realizadas por Menken y Rice (Ashman falleció en 1991).
Una mina de oro
El factor nostalgia juega sin piedad a favor de esta nueva producción, muy cuidada en todos sus detalles, especialmente en su magnífico diseño de producción, plagado de escenarios barrocos que la emparentan también con la versión del cuento que realizó Jean Cocteau en 1945 o con otros musicales como “El fantasma de la ópera” (2004, con la cual, curiosamente –o no-, comparte a Tim Rice como letrista de sus canciones). Un ambiente irreal potenciado por el colorido vestuario y la saturada fotografía. La película no constituye ningún hito en cuanto efectos digitales, en algunos casos muy evidentes (los lobos, los fondos…), pero sí que son destacables en cuanto a la recreación de los habitantes del castillo. En general, en muchas escenas, a excepción de la presencia de Emma Watson como Bella, nos vamos a encontrar de nuevo casi ante un trabajo de animación, como se aprecia en el deslumbrante número de “Be our guest (¡Qué festín!)”.
Pero quizás lo más destacable de esta nueva “La bella y la bestia” sea su intencionalidad de desarrollar más a los personajes, sus trasfondos y las relaciones entre ellos, aunque sin necesidad de recurrir al realismo o a la oscuridad. Aspecto este muy bien conseguido gracias tanto al guion como a un reparto excepcional, tanto a nivel de interpretaciones como musical. Como decíamos antes, Emma Watson es Bella, esa joven romántica pero independiente, que se niega a aceptar las convenciones sociales que se le imponen. De nuevo encontramos en ella el carácter feminista del relato original, apelando a que las mujeres pueden hacer algo más que casarse y quedarse en casa. Así, Watson, como Léa Seydoux en la versión francesa de 2014 de Christophe Gans, aporta más fuerza que dulzura a una protagonista que sin embargo, va suavizando su manera de ser. El mismo proceso lógico sigue la Bestia, un Dan Stevens («The Guest» -2014-) imponente, que además nos regala la mejor secuencia del filme, con una canción nueva, «Evermore”, destinada a convertirse en un clásico. Stevens es el mejor cantante del conjunto junto a Luke Evans, también con la presencia necesaria para encarnar al arrogante Gaston, acompañado de un inspirado Josh Gad que da vida al ya famoso primer personaje abiertamente homosexual de Disney (y no el único de la película). El delicioso festín (nunca mejor dicho) se completa con las voces de los objetos del castillo, entre las que se incluyen nombres como los de Ewan McGregor, Ian McKellen o Emma Thompson.
“La bella y la bestia” ya parte con todo ganado de cara a los espectadores que busquen recuperar los sentimientos que vivieron hace casi 30 años, pero ¿nos hace Condon olvidar o infravalorar a su antecesora? Por supuesto que no, y tampoco es ese en absoluto su objetivo. Además, está claro el hecho de que muchas de sus virtudes ya se encontraban en la película original, y que la que nos ocupa, pese a sus pretensiones, se limita a ser una (muy) buena copia. Cabría pues plantearse qué aporta esta revisión al contexto cinematográfico actual. Y aunque siendo totalmente honestos, la respuesta sería que prácticamente nada, tampoco debemos menospreciar la virtud de conseguir conservar y transmitir de nuevo encanto y magia, algo que no se puede simplemente plagiar, sino que se imprime a cada obra de manera individual. Quizás no podemos hablar de aura en este caso, pero sí de una emoción que nos acompaña a lo largo del metraje hasta llegar a una conclusión que, no por conocida, resulta menos conmovedora.
Frases destacadas
- Padre: Este castillo está vivo.
- Señora Potts: La gente dice un montón de cosas cuando está enfadada.
- Bella: ¿Y cuando caiga el último pétalo?
- Bella: ¿Has leído todo estos libros?
- Bestia: No, algunos están en griego.
- Bestia: Piensa en algo que siempre hayas deseado, encuéntralo en tu mente y siéntelo en tu corazón.
- Bella: ¿Se puede ser feliz sin ser libre?