Mar. Mar 19th, 2024

Yoji Yamada regresa con una obra que emula a Ozu en sus formas y deviene un melodrama al más puro estilo Mizoguchi.

Lo viejo y lo nuevo

Se puede considerar casi toda una declaración de intenciones las primeras escenas con las que se abre el filme de Yoji Yamada “La casa del tejado rojo” (2014), presente, como es habitual en el cine del nipón, en el pasado Festival de Berlín de 2014 haciéndose con el oso de plata a la mejor interpretación femenina gracias a la labor de la joven Haru Kuroki.  Dichas escenas nos muestran, desde la inmovilidad de la cámara, un cementerio edificado en la antigüedad desde la proximidad y los altos edificios de la modernidad urbana desde la lejanía. Un contraste en una sola escena que si bien tiene que ver en cierta medida con el devenir del filme que nos atañe, aunque de manera irremediablemente causal en tanto al seguido del curso del tiempo, nos rememora a una de las más destacables temáticas del cine de Yasujiro Ozu, la confrontación intergeneracional en un espacio que deambula en su camino al progreso entre lo nuevo y lo viejo. Resulta curiosa la transformación del director durante la última década, sobre todo teniendo en cuenta como unas películas comparten temática con otras a pesar de abarcar diferentes épocas o arcos genéricos.  La trilogía que ahonda en las raíces de la decadencia del Japón samurái en pos del progreso que abraza las herramientas occidentales: “El ocaso del samurái” (2002), “La espada oculta” (2004) y “Love & Honor (2006), son dirigidas mediante algunos planos secuencia y no se explota mucho el primer plano o el plano contraplano en las conversaciones. A parte de compartir esos rasgos en la dirección con los de Kenji Mizoguchi, ahondan la misma realidad de la mujer oprimida que se antepone su propio honor o felicidad y se sacrifica por el amor que siente por el hombre. En su nueva etapa, quizás abanderada por Una familia de Tokio (al menos en nuestro país al hacerse con la Espiga de Oro en Valladolid el año pasado), Yamada parece desviarse y, siempre manteniendo el melodrama como telón de fondo, busca unas formas mucho más cercanas a las de Ozu, con una cámara en la mayoría de ocasiones inmóvil situada en una posición de pillow shoot (plano que parece ser tomado desde la altura de un cojín donde se sienta una familia japonesa), pero sin parar de seguir e incidir en las heridas que provoca la imposibilidad del amor en una sociedad japonesa que censura los comportamientos ajenos.

THE LITTLE HOUSE

La narración subjetiva y el devenir de una guerra

Desde “Rashomon” (Akira Kurosawa, 1950) que no nos fiamos del narrador subjetivo de una historia (efecto Rashomon). Es lo que le pasa a Takeshi, quien lee las memorias autobiográficas de su tía abuela Taki cuando ésta servía en una lujosa casa de Tokio en el periodo del inicio de las hostilidades entre Japón y China hasta la llegada de la guerra a territorio nipón. Le acusa de edulcorar unas vivencias dulces y tranquilas en un periodo muy convulso. Y si dirigimos nuestra mirada hacia el uso de la gama cromática de los diferentes hechos acarreados durante su servidumbre en esa casa, no podemos estar más de acuerdo con el joven Takeshi. Mientras disfruta de la compañía de su bondadosa señora Tokiko, los colores son llamativos y coloridos, fusionándose su gozo interior con el de un paisaje donde florecen los cerezos y parece que todo va a ir a mejor. Se trata del breve instante preliminar a la tormenta, el apacible oasis anterior a la catástrofe final, la creencia ciega en la mentira donde se mueven y desde la que celebran desde la ignorancia y el lavado patriótico de cerebro  la victoria y entrada del ejército japonés en la ciudad de Nanking (antigua capital de China ocupada en 1937). Sólo así se explica la vivacidad con la que se toman los hombres que aparecen en este filme, a parte de los intereses económicos de su empresa de juguetes en el país vecino, la toma de una ciudad que se saldó con un número inimaginable de muertes y violaciones de los derechos humanos que fueron magistralmente llevados a la gran pantalla por cineastas chinos como Zhang Yimou (“Las flores de la guerra”, 2011) o Lu Chuan (“Ciudad de vida y muerte”, 2009). Más adelante, se turba el desarrollo de la guerra, las tropas reclutan a jóvenes en principio no aptos, como el intelectual Shoji Itakura, amor secreto de la señora Tokiko Harai, mujer de su jefe, la cual debe enfrentarse a una lucha personal entre su deber social y sus deseos amorosos más íntimos. La población japonesa, y lo que es peor para los protagonistas de este filme, la burguesía de Tokio, empieza a verse involucrada en algo que hasta ese momento tan solo leían en los periódicos. Es entonces cuando el relato, siempre novelado por la anciana Taki sesenta años después, adquiere unos tonos muchos más oscuros y sombríos, observando desmotivada el devenir bélico de su país y la liberalización amorosa de su señora. El amor prohibido entre Shoji y Tokiko adquiere un impacto emocional en el espectador, valiéndose de viejas fórmulas del melodrama clásico pero a su vez acentuando el absurdo del sentirse perseguido por los patrones de una sociedad demasiado arraigada a sus tradiciones pasadas y esclava de las presiones económicas del presente.

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Después de la muerte, los recuerdos

Si hay un género fácil de defenestrar debido a la facilidad existente en que su director caiga en la trampa fácil, es el melodrama. No es el caso de Yamada, quien siempre se vale de un uso contenido de la música y mima al detalle a sus personajes y el desarrollo de las acciones para que, aun buscando intencionadamente una apoteósica explosión de sentimientos encontrados en el espectador, ésta devenga de manera coherente y en el momento justo en el que el filme exige una resolución de las emociones evocadas. Por eso es digno de alabar tanto el final que se le da al relato de Taki como a su epílogo protagonizado por un Takeshi más adulto que decide sumergirse en la búsqueda de lo verdaderamente ocurrido en los hechos narrados por su tía abuela. Un final donde la belleza formal del largometraje se funde con la intensidad de las relaciones humanas y la sombra de un tiempo que, aun siendo horrible, supo hallar la pureza a escondidas en una habitación que ni Taki ni el espectador jamás pudieron llegar a observar. Un lugar donde el frío o el calor presentes, y palpables a lo largo del filme, no tienen cabida y tan solo deja entrever una felicidad efímera condenada a la tragedia de la guerra y la vida.

 

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Frases destacadas de «La casa del tejado rojo»:

  • Tía de Tokiko: “Eres demasiado complaciente, ¡estamos en guerra!
  • Taki: “Lloro porque he vivido demasiado tiempo”.
  • Shoji: “Iré a la guerra para protegeros a ti y a Tokiko
  • Tío de Tokiko: “Tuve una sirvienta muy lista, Fumi, una geisha que se enamoró de mí me envió una carta y yo la dejé en el escritorio. Ella vino y la guardó en el cajón antes de que la viera mi esposa. ¡Bien hecho! ¿Verdad?”
  • Tokiko: “No te gusta. Normal. No tiene nada para gustarle a nadie”.
  • Tokiko: “Si te hubieses ido sin despedirte te hubiese odiado”.

Por Luis Suñer

Graduado en Humanidades, crítico de cine y muerto de hambre en general.

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