Retrato maniqueo y manipulador de la lucha de Irène Frachon, la “Erin Brockovich francesa” que detuvo la venta de Mediator y lo sacó a la luz.
Inaugurando la sección oficial del pasado Festival de San Sebastián, se presento el último trabajo de la irregular realizadora francesa Emmanuelle Bercot, “La doctora de Brest”, con una recepción bastante fría tal y como nos relató nuestro compañero Miguel Delgado en su cobertura del festival.
En ella, Bercot nos cuenta la historia de Irène Frachon (Sidne Babett Knudsen), una neumóloga del hospital de Brest (Francia) con varios pacientes que padecen obesidad, toman Mediator como saciante y que acaban sufriendo valvulopatías. Convencida de la relación entre el fármaco y la clínica observada, comenzará una lucha titánica contra la farmacéutica Servier que le llevará primero a parar la distribución del compuesto, y después a destapar el caso en los medios.
La lucha de una heroína
El filme empieza vibrante a través de una introducción muy objetiva y altamente informativa sobre la patología que desencadena el Mediator. La realizadora demuestra entender los términos médicos con los que trabaja tanto como la posible ignorancia del espectador. Por ello, centra esta introducción en la explicación médica sin que sea cargante, muy didáctico y atrayendo nuestra atención no solo por las muertes que pueda provocar. Pero una vez acaba esta buena lección sobre medicina pasa a un segundo plano, porque Bercot quiere contarnos la historia de una mujer que luchó contra una farmacéutica, y lo hace desde el punto de vista más subjetivo, manipulador y efectista.
Por su temática, es inevitable comparar la cinta francesa con la reciente ganadora del Oscar a mejor película, “Spotlight” (Tom McCarthy, 2015), para comprobar la buena lección de cine informativo, serio y objetivo que nos dio. Si bien “La doctora de Brest” demuestra una ardua investigación por parte de la realizadora y la guionista, Bercot opta por ser muy simplista y parcial obviando toda esa información para vendernos leones por corderos. Lo que empieza como una lucha contra una farmacéutica se acaba convirtiendo en un melodrama personal sobre la figura de Irène Frachon. Como su falta de paciencia y profesionalidad le llevó a tomar el camino largo y difícil en una lucha ya de por sí intensa. Una actitud quizá demasiado acentuada en el guión y exageradamente sobreactuada por Sidne Babett Knudsen que lleva a plantearnos hasta que punto sus datos son correctos. Por ello, es un error intentar compararla con “Spotlight”, y que su estreno esté todavía bajo su cercano recuerdo, hace mucho daño a la cinta francesa. Y es que “La doctora de Brest” es mucho más parecida a “Erin Brockovich” (Steven Soderbergh, 2000), con la diferencia de que Irène Frachon si que era una profesional en el campo de la medicina y este retrato le resulta bastante poco favorecedor.
En cuanto al apartado técnico, no falla estrepitosamente pero tampoco logra destacar en nada. Tanto la realización, la fotografía, el diseño de producción y el montaje son simples y están al servicio de la historia sin dejar impronta, pareciendo en algunos momentos más un telefilm que una película destinada para la gran pantalla.
Las farmacéuticas: el Scarface de la sanidad
Al igual que “La doctora de Brest”, son muchas las películas cuyo objetivo exclusivo es desprestigiar a grandes empresas y lo difícil que es intenta luchar contra ellas, con lo que se convierten en historias del tipo David contra Goliat. En todas ellas, el factor común es la presentación maniquea de un personaje muy bueno muy bueno que desafía el sistema para destapar los horrores de una compañía muy mala muy mala. Y sin lugar a duda es lo que dicha historia merece, sobre todo cuando está basada en hechos reales, como en este caso. Pero es inevitable que cada vez que veo una cinta de esta índole, sobre todo cuando trata sobre farmacéuticas, me asalte el recuerdo del Al Pacino de “El precio del poder” (Brian de Palma, 1983) montando una escena en un restaurante lujoso a grito de: ¡Necesitáis personas como yo! Necesitáis personas como yo para poder señalarlas con el dedo y decir: ése es el malo. ¿Y eso en qué os convierte a vosotros, en los buenos? No sois buenos, simplemente sabéis esconderos, sabéis mentir. Yo, no tengo ese problema. Yo, siempre digo la verdad, incluso cuando miento. ¡Así que dadle las buenas noches al malo! Con esto no quiero decir que las farmacéuticas sean la Madre Teresa de Calcuta, pero no debemos olvidar que son las únicas que invierten los varios billones de euros que requiere un fármaco hasta su comercialización. Un dinero que los gobiernos no dan, y deberían dar. Sin la inversión de las compañías, los medicamentos no existirían. En contadas ocasiones, como el que trata la película, el miedo a perder todo ese dinero invertido puede desencadenar en una mala praxis que, por supuesto, es intolerable y debería acabar con la existencia de la empresa. Sin embargo, las películas y los medios de comunicación solo nos venden el escándalo, lo que acaba provocando que la gente tenga la percepción sesgada de que las farmacéuticas son el anticristo y nadie les puede toser, como “La doctora de Brest” nos intenta vender durante la primera mitad de la cinta cuando, cierto es, que los resultados clínicos sobre los que realiza dichas acusaciones son realmente cuestionables por mucho que Bercot intente convencernos de lo contrario. Solo cuando sus datos son suficientemente sólidos, logran a la primera parar la venta del producto, como cualquier proceso normal.
En definitiva, “La doctora de Brest” es un filme tremendamente manipulador, maniqueo, con una factura técnica fácilmente olvidable y una protagonista sobreactuada que hace flaco favor a la verdadera historia de lucha de Irène Frachon, que ha salvado centenares de vidas con su gesta. Por otro lado, aquellos que estén en contra de todo tipo de fármaco, vacuna o derivado, verán en esta cinta el ensalzamiento de una heroína y un argumento más a favor de sus ideales.
Frases destacadas:
- Irène: “¡No podemos acojonarnos! Solo es otra farmacéutica con mierda hasta el cuello. No es Darth Vader.”
- Irène: “¿Balance de riesgos y beneficios? ¿Disculpe? Hablamos de un producto saciante, no de un anticancerígeno.”
- Aubert: “Pero la obesidad mórbida es uno de los grandes males de nuestra sociedad occidental.”
- Irène: “Ya sabes que la paciencia no es mi fuerte.”
- Irène: “En un atentado lo primero que se hace es contar las víctimas, y aquí se ignoran.”