Mar. Mar 19th, 2024

Cine íntimamente cautivador, intensamente poético. Así es «La Flor», el filme de 14 horas de duración de Mariano Llinás

«La Flor» (2018) es el tercer largometraje de Mariano Llinás, después de «Balnearios» (2002) e «Historias extraordinarias» (2008) y ha sido seleccionado en el festival de cine de Locarno (sección Concurso Internazionale). Diez años, entre 2009 y 2018, ha necesitado Llinás para finalizar este filme, realizado junto a las actrices que componen la compañía teatral de Buenos Aires llamada Piel de Lava (Elisa Carricajo, Valeria Correa, Laura Paredes y Pilar Gamboa).

Después de la proyección del filme completo el pasado mes de abril en BAFICI, «La Flor» se alzó con el máximo galardón y, tras proyectarse en diferentes salas argentinas, ha desembarcado en Locarno. Este hecho, demuestra la gran valentía del festival suizo y el compromiso hacia esta obra y hacia el cine, si bien, se trata de una decisión no exenta de varias vertientes de riesgo. La primera, además de la propia selección, incluirla en el Concorso Internazionale, es decir, la sección competitiva en la que el festival otorga su máximo galardón. No estamos ante una World premiere, aunque se cuenta con la garantía de que dos partes, de las tres que la componen, tan solo se han visto en sudamérica. «La Flor» opta así al leopardo de oro, junto a otras catorce películas, todas ellas World premiere, a excepción de «Diane» de Kent Jones, que también se trata de una International premiere. A todo ello hay que añadir la dificultad que entraña programar un filme como este, cuya duración es de catorce horas. Esta serie de decisiones, en definitiva, marcan hitos cruciales en la historia de un festival de cine, en su devenir, en su prestigio. A partir de hoy, habrá un antes y un después, tras la proyección de «La Flor» en Locarno.

Con «La Flor», Mariano Llinás adopta la forma de una especie de Proust cinematográfico, un revolucionario, un auténtico fabulador que hace gala de una prosa llena de lirismo. Su objetivo, entretener contando historias. Llinás es al cine, lo que Proust a la literatura. Llinás entiende que el uso de la subordinación no es el camino más directo para alcanzar el objetivo que otros logran con mucho menos, pero eso le da igual, no le importa, porque a través de la forma que adoptan sus películas, llega más lejos, abarca más. Nos encontramos ante una película construida a través de planos subordinados, que logra una descomunal densidad en su estilo, creando capas que se superponen unas sobre otras. Y aquí es donde estriba la dificultad de destripar la compleja estructura de la película, que se convierte en una increíble locura, con tramas que desvían por los senderos de subtramas, donde se terminan perdiendo, hasta convertir el relato en un formidable, un genial laberinto sin salida.

El estilo Llinás sigue intacto con respecto a su obra precedente, «Historias Extraordinarias». Llinás domina el estilo que puso de manifiesto en su anterior filme. Así, «La Flor» se convierte en una película hermosa, atravesada por la literatura, lo que se puede apreciar de diferentes formas. Uno, el modo de narrar, del que está en posesión únicamente Llinás, un fascinante conquistador y dos, por hechos como el del cuarto capítulo, donde hace que su personaje acumule libros de autores como Edgar Allan Poe o Julio Verne, entre otros, llenando el capítulo de múltiples referencias a la literatura, e incluyendo hasta un pasaje del episodio a una historia poco conocida de Casanova. Esta idea, sobre la valoración literaria del filme, enlaza con otra de las principales que sobrevuelan «La Flor». La (re)interpretación, o revisión, de la historia del cine y de los géneros cinematográficos, algo que viene acompañada de una cinefilia voraz y de múltiples referencias a los mismos. «La Flor» funciona como una acumulación de géneros cinematográficos diferentes. Se abarca desde el drama al cine negro, pasando por el melodrama, el thriller, el western, el bélico (para Llinás todo se suele traducir a términos bélicos, y los personajes siempre están en guerra, con independencia de las secuencias que se identifican con dicho género, especialmente, el tercer capítulo), el musical -ecos del trabajo de Pimpinela en el segundo episodio-, hasta el primer capítulo de la momia, inspirado en las películas de serie B norteamericanas. Además, otros autores, como Pedro Almodóvar, también se intuyen y se terminan reconociendo en el segundo capítulo, por ejemplo. Los capítulos quinto y sexto se desvían notablemente del planteamiento realizado hasta entonces. Se trata de historias rodadas con ausencia de sonido, con los que Llinás se acerca al cine mudo. Son, una particular adaptación de «Una partida de campo» (1936) de Jean Renoir y, otro sobre cuatro cautivas, que habla sobre las mujeres que fueron raptadas por indígenas.

Es difícil que durante sus catorce horas «La Flor» mantenga el mismo interés. A pesar de que la película tiene sus altibajos, este descomunal trabajo hace que Llinás, con tan solo tres filmes en su haber, puede considerarse uno de los directores más importantes de la historia del cine. La película tiene el mérito de ser el filme argentino más largo jamás filmado. En este sentido, «La Flor» ha sido concebida a través de seis episodios independientes entre sí, historias que nada tienen que ver, salvo las actrices que interpretan personajes diferentes en cada una. Para su proyección, el festival de Locarno ha utilizado dos fórmulas diferentes para optar por su visionado. Una de ellas, mediante 8 actos (se inició desde el pasado viernes hasta el día de ayer, también viernes). La segunda, a través de las tres partes en que fue concebida originalmente, durante tres días (miércoles, jueves y viernes).

En Llinás se intuye una necesidad, casi obsesión, de narrar por narrar, de fabular, de pasar horas y horas inventando historias, pero no hacerlo de cualquier modo, sino desde un lugar determinado, aquel que tiene su origen en el conocimiento de las técnicas que generan un estado hipnótico en el espectador. Llinás elige el camino de la retórica persuasiva, provocando en el espectador una incapacidad para distinguir el paso del tiempo. Merece la pena destacar los mecanismos narrativos a los que recurre Mariano Llinás, con los que hace avanzar el relato hacia delante, por lo frecuencia significativa de su uso. Dos de ellos, se encuentran íntimamente relacionadas entre sí. El uso del fuera de campo y la ausencia de contraplano. El otro recurso es el uso de la voz en off. El fuera de campo es el más visible. «La Flor» se llena se momentos resueltos de este modo, dejando que sea el espectador quien imagine lo que sucede. La ausencia de contraplano equivaldría a crear un fuera de campo. Para Llinás, la decisión de utilizar un plano de dos o tres minutos de duración, donde una mujer mira a través de una mirilla lo que está haciendo otra, no supone la necesidad de tener que filmar lo que ve, aunque se esté mostrando todo ese tiempo. Esto es importante, porque Llinás, no le interesa lo que está viendo, sino más bien, está pensando en cómo empezar a introducir la siguiente (sub)trama. El último recurso narrativo es la voz en off, cuyo uso predomina en todo el metraje, suprimiendo su uso a partir del inicio de la tercera parte, lo que se anuncia y justifica expresamente ante la necesidad consciente de buscar soluciones narrativas alternativas a las utilizadas hasta ese momento. Esto no deja de ser lo que ya hiciera en «Historias extraordinarias», pero ahora con una mirada mucho más amplia.

«La Flor» se convierte, después de sus catorce horas de visionado, en una película total, un tipo de cine mayúsculo, realizado por uno de los mejores fabuladores que ha dado el cine. Estamos ante un tipo de cine hecho por y para mujeres. Las interpretaciones que realizan las cuatro actrices de Piel de Lava son memorables. Un homenaje a la mujer, el mejor posible que Llinás podría haber realizado. Un cine que no hace otra cosa más que hablarnos del modo en que nos relacionamos, del amor, de la vida. Un tipo de cine íntimamente cautivador, intensamente poético.

Tráiler de «La Flor»:

 

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