Os damos un sinfín de razones imperfectas para abonar la entrada y disfrutar de la decadencia del espectáculo que os tiene preparado el realizador italiano en La gran belleza.
Consideramos todo un acontecimiento el estreno del nuevo trabajo de Paolo Sorrentino titulado La gran belleza. Arturo M Antolín os la recomendó tras su visionado en Cannes’13. Por ese motivo hemos decidido someter a vuestra sección favorita este largometraje tan esperado y deseando. Los encargados de diseccionarlo serán Diego Montes y Lucía Alegrete. A disfrutarlo. Señoras y señores con todos ustedes…
Sinopsis
Roma, es verano y los turistas acuden a la colina Janículo. Un japonés se desvanece al observar tanta belleza. Jep Gambardella (Toni Servillo) es un periodista reputado. Es un seductor nato e irresistible, que está envejeciendo. Jep vive la vida, la noche. Su cinismo esconde un profundo desencanto por la vida. En la terraza de su apartamento en Roma, con vistas al Coliseo, organiza fiestas donde “el aparato humano” –título de su famosa novela – se muestra en toda su desnudez mientras se desarrolla la gran “comedia de la nada”. Cansado de su estilo de vida, Jep sueña con volver a escribir, aferrándose a las memorias de un joven amor en el que sigue anclado. ¿Lo conseguirá? ¿Será capaz de sobrevivir a esta profunda repulsión que siente hacia sí mismo y hacia los demás, en una ciudad cuya belleza, a veces, lleva a la parálisis?
Argumento:
Lucía Alegrete: Jep Gambardella es un periodista frustrado, un idealista fracasado y un bebedor incontrolable. Sus ambiciones y proyectos han quedado sumergidos bajo noches de borrachera y desenfreno de personajes tan poderosos como deprimentes. La nostalgia y la tristeza se difuminan en juergas prolongadas hasta el amanecer y conversaciones vánales e intrascendentes. La soledad de todas esas personas se camufla en relaciones efímeras y triviales. Es la muestra de una sociedad corrompida, podrida y viciosa, la Italia que emerge incontrolablemente ante el resto del mundo. En la ciudad eterna se perciben fuertes contrastes y sensaciones diametralmente opuestas: belleza y decadencia, indolencia y divinidad se nos retratan magníficamente en la que es la gran apuesta italiana de este año. Confusión, magnificencia y esplendor se combinan en este gran drama felliniano. Paolo Sorrentino nos deslumbra y maravilla en esta reflexión sobre la vida y el mundo.
Diego Montes: En La parada de los monstruos, Tod Browning, uno de los grandes maestros a la hora de retratar los interrogantes de la marginalidad de principios de siglo, describía con aspereza lírica las relaciones entre los extravagantes miembros de un circo de provincias. Paolo Sorrentino se centra en La gran belleza en otro tipo de espectáculo que, sin embargo, cuenta con una serie de personajes igualmente extraños e inadaptados, que se muestran temerosos e inseguros si traspasan su fortaleza de pomposidad y lujuria. Ambos mostraban la decadencia que asolaba sus respetivas épocas. Browning situando la indecencia del lado del que trataba a los seres humanos como atracción de masas ansiosas de sordidez y morbo. Sorrentino atizando la obscenidad de una microsociedad compuesta por fracasados que hacen funcionar las bisagras de su maquinaria a través de la egolatría. Freaks de nuestro tiempo que se marchitan, desnudos ya de toda poesía.
Personajes:
Lucía Alegrete: El gran e indiscutible protagonista de la cinta es Jep Gambardella (Toni Servillio) quien realiza una actuación soberbia y magistral. Alcoholico, juerguista e inmoral representa la oscuridad que cierne a nuestra sociedad. El resto de personajes tratan de mostrar la dualidad que divide al protagonista, el vicio exacerbado contra la incipiente virtud. Individuos estereotipados y caricaturizados conforman esa atmosfera de degeneración, lujuria y vacuidad. Romano (Carlo Verdone), Lello Cava (Carlo Buccirosso), Trumeau (Iaia Forte), Viola (Pamela Villoresi) o la atractiva Galatea Ranzi (Stefania), mujer de apariencias y excesos más preocupada por construirse una máscara veraz que por lo que realmente se halle bajo ella, son la perfecta ejemplificación de ese mundo burdo e hipocríta. Sólo la aparición de la bella y seductora Ramona (Sabrina Ferilli) hará tomar conciencia de su talento olvidado y su ilusión perdida. El arte y la belleza son sinónimo de salvación de este mundo trágico y pesimista.
Diego Montes: Hay un inmenso y extravagante elenco de personajes secundarios. Del lado de la clase acomodada, la editora enana de una revista cultural, el escritor frustrado que adula a su ídolo o la pseudomilitante con vocación civil. Ejerciendo el contrapunto mundano, la terrenal ama de llaves o una stripper cuarentona ajena a las pasiones elevadas. Jep Gambardella (interpretado por el magnífico Tony Servillo) es la inabarcable figura alrededor de la cual orbita el resto. Un profeta del desencanto, literato de una sola novela titulada El aparato humano que a sus 65 años comienza a comprender que en realidad poco conoce sobre los vericuetos existenciales, que tiene medio cuerpo sobrepasando las puertas de la vejez y solo cuenta con un vaso de ginebra y una línea de cocaína para defenderse, que la muerte es la única respuesta y las histriónicas plegarias en forma de agitada danza que él y su cohorte de animales noctámbulos envían tiene un alcance de escucha tan corto como su propia autoindulgencia.
Secuencia:
Lucía Alegrete: Jep Gambardella se traslada a su juventud, sus deseos, aspiraciones y anhelos cobran la forma de una mujer de apenas veinte años. Él sólo es un chico enamorado, ilusorio e irreal, aquel que escribió su primer y único libro a la edad de veintiséis años y que desde ese momento ha caído en picado hacia un agujero sin fondo. La escena del mar plasma perfectamente esa transformación, se nos muestra primero a este joven optimista y esperanzado sumergiéndose en el agua para salir convertido en lo que es ahora, un hombre desesperanzado que se ahoga en sus propios recuerdos.
Diego Montes: Dos secuencias que funcionan como unidad:
1)Jep Gambardella destrozando las aspiraciones de una artista desnuda, abanderada de la modernidad más inane, que en su performance se golpea la cabeza contra un muro y en la posterior entrevista se ve despojada de su falsa autoestima cuando Jep le pregunta insistentemente “qué son las vibraciones” que dice guían su vida.
2)Más tarde, el propio Gambardella exponiendo las innumerables razones por las que una de sus insomnes compañeras no merece la distinción de corajuda mujer y denodada madre sino simplemente la de arribista de valores adquiridos en una tienda de saldos.
Plano:
Lucía Alegrete: Acudimos al trágico funeral de la única mujer que ha amado en vida Gambardella. A pesar de su filosofía de que en un entierro jamás se debe llorar, porque conllevaría robar el protagonismo y el dolor de los familiares, sus lagrimas acaban emergiendo cuando traslada el féretro. Con ella desaparece la única evocación que le unía al mundo, ese lazo con sus recuerdos que le recordaba su verdadera naturaleza, la persona que fue y en lo más interno de su ser sigue siendo. Esto nos demuestra lo imposible que es esconder una tristeza tan desoladora. Bajo una música celestial contemplamos como el protagonista acaba cediendo ante sus sentimientos, decide renunciar a todo principio para mostrarnos al verdadero hombre que se esconde bajo la máscara. Dejarse llevar por el remolino que supone su propia existencia supone también enfrentarse a la mirada inquisitoria de los asistentes, jueces de lo que ha supuesto su vida.
Diego Montes: El rostro extasiado de Jep contemplando la obra de un padre que realizó una fotografía diaria a su hijo desde que nació – aquí uno recuerda las instantáneas de Harvey Keitel en Smoke -. El plano, simple en su apariencia, funciona como preciso contraste entre las dos secuencias anteriores, que representan la vacuidad del farsante disfrazado de artista, y la gran belleza que da forma al título y aparece en este caso bajo la apariencia del paso del tiempo: tan inexorable como hermoso y noble.
Lo mejor:
Lucía Alegrete: La manera magistral y sublime de alternar dos mundos tan contradictorios como complementarios, la decadencia con la divinidad son retratados magníficamente por Sorrentino. La fotografía es exquisita, la banda sonora completamente acorde, los diálogos inteligentes y el protagonista desbordante de carisma. Los espectadores se deleitaran con la sucesión de lujuria, descontrol y magnificencia, y se arrodillaran ante la belleza de una Roma casi celestial
Diego Montes: La meritoria transformación de la pedantería discursiva que evidenciaba Sorrentino en Un lugar donde quedarse a los brillantes y diálogos afilados de La gran belleza, la desmitificación de la frívola élite artística – la alta suciedad que diría Calamaro -, el poema de admiración y desencanto que dedica el director a la ciudad romana. Hay un sinfín de razones imperfectas para abonar la entrada y disfrutar de la decadencia del espectáculo.
Lo peor:
Lucía Alegrete: Que pueda tacharse de frívola, superficial o artificiosa. Acudimos, es cierto, a imágenes de una belleza inexorable, algunas escenas son casi poesía visual, pero eso no difumina la verdadera intención de la película. La orgía de depravación, juerga y desenfreno contiene una gran denuncia social necesaria.
Diego Montes: La extraña capacidad que posee Sorrentino para la dispersión y la infinidad de movimientos de cámara y adornos efectistas que convierten el visionado en una experiencia estimulante pero también agotadora en su apabullante despliegue.
Frases destacadas de La gran belleza:
Lucía Alegrete:
– Son bonitos los trenecitos que hacemos en las fiestas, ¿verdad?, Son los más bonitos del mundo porqué no van a ninguna parte.
– ¿Ves estas personas? ¿Esta fauna? Esta es mi vida, y no es nada.
– Una bella mujer a mi edad no es suficiente.
Diego Montes:
– ¿Por qué no has vuelto a escribir?
– Porque salgo por las noches
– ¿A qué te dedicas?
– Soy rica
– Esa es una buena ocupación
– A mis 65 años he descubierto que ya no tengo tiempo para hacer lo que no quiero.
– En la universidad, más que tu vocación civil era conocida otra que tenía lugar en los baños de la facultad